«Ahora que tengo veinte años / ahora que aún tengo fuerzas / que no tengo el alma muerta / y me siento hervir la sangre.»
«La mort de l’avi» (La muerte del abuelo) y «Una guitarra». Los temas que cantó esa tarde, solo, con su guitarra. Salvador Escamilla conducía Radio-Scope, por Radio Barcelona. Impulsaba en vivo a cantantes catalanes noveles. Lo aplaudieron de pie y regresó cada semana. Lo escucharon de la discográfica Edigsa (Editorial General SA, subsidiaria de Ediphone), que sólo editaba discos en catalán. Le propusieron grabar un simple con esos dos temas. Ese muchacho apenas había cumplido los 20.
Poble Sec, medio siglo después, sigue siendo un barrio popular, cerca de Montjuich. En toda Cataluña, en el país entero, a fines de los ’60, explotaba la rabia por el franquismo que transitaba por su cuarta década. Se endurecían restricciones, se declaraban ilegales las Comisiones Obreras, se exacerbaba el nacionalismo español ante cualquier expresión regional. Años antes, habían abolido la Generalitat, el Parlamento, el Estatuto de Autonomía; los funcionarios tenían prohibido hablar en catalán, que en Madrid calificaban lengua «minoritaria». Aquí, Juan Carlos Onganía. un milico liberal, nacionalista y cristiano, había derrocado a Arturo Illia; habían perpetrado «La Noche de los Bastones Largos» y se gestaba el Cordobazo; Los Gatos grababan La Balsa. Poco después, el Che era fusilado en Bolivia, coexistían las Guerras de los 6 Días y la de Vietnam. Hippismo, revolución sexual, amor libre. Hendrix hacía estallar Monterrey Pop. The Beatles batían records con Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
A ese españolito también le hervía la sangre por las jovencitas que imponían las minifaldas y las bikinis que llegaban a la costa mediterránea. Y porque el Real Madrid ganaba una nueva Liga en detrimento de su Barça. Quién sabe, también porque el representante español en Festival de la Canción de Eurovisión fue Raphael. Hijo de obrero anarquista y campesina aragonesa, ya de niño entonaba temas populares y de adolescente escuchaba a los franceses Aznavour, Brassens y Bécaud. Que estudió agricultura y que al recibirse de tornero fresador de la Universidad Laboral de Tarragona, su padre lo premió con regalo a su medida: una guitarra.
Al salir de la mili (servicio militar obligatorio) formó una banda musical de brevísimo recorrido. Ya había abrazado la poesía. Y el 4 de mayo de 1965 debutó como solista en el Centro Cultural de Esplugues de Llobregat y a los cinco días, por primera vez en Barcelona, en la Capella Francesa.
El número 13
La expresión Els Setze Jutges («Los dieciséis jueces») proviene de un antiquísimo trabalenguas catalán. Así se denominó el clan que se formó en 1962, a partir del grupo de la Nova Cançó («Nueva Canción») que, anterior, más amplio, contuvo a otras ramas artísticas y musicales y perduró mayor tiempo. Aunque con similares principios de integración: sostener la cultura y la lengua catalana.
Miquel Porter i Moix le llevaba 13 años a un Serrat que había nacido el 27 de diciembre de 1943. También catalán, fue principal referente de ambos movimientos. En 1965 escuchó el primer single de JMS y lo invitó a integrar el grupo. Llegaron a ser 16, Serrat se sumó como el N°13. Eran Remei Margarit, Josep Maria Espinàs, Delfí Abella, Francesc Pi de la Serra, EnricBarbat, Xavier Elies, Guillermina Motta, Maria del Carme Girau, Martí Llauradó, Joan Ramon Bonet, Maria Amèlia Pedrerol, Maria del Mar Bonet, Rafael Subirachs y Lluís Llach. Como grupo, grabó un único LP Audiència Pública (Concèntric, 1966). Solían hacer megarrecitales que duraban horas. El primero, con Serrat, fue el 4 de mayo de 1966, otra vez en el Centro Cultural de Esplugues. Pero el más recordado fue un emblemático concierto en el Teatro Romea, a fines de ese mes. Todo el grupo terminarían cantando hasta la madrugada en la vereda de Carrer de l’Hospital 51. No fue la única vez. Con Llach y con Raimon compartió muchos escenarios.
Palabras de amor
Llegaría el ’67. En marzo dio su primer protagónico en el Palau de la Música, de Barcelona, el señorial auditorio de la Carrer de Sant Pere Més Alt, del Barrio de la Ribera. Despuntaba el paisajista nostálgico y preciso que retrataba a su madre «hija del viento seco y de una seca tierra», a una tía soltera («Su soledad es el amante fiel, que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo»), a un abuelo muerto («No hay risas, sólo hay llantos. No hay canciones, sólo hay gemidos. Parece que todo vaya de luto, en este rincón marinero, en la taberna, los pescadores, están todos mudos, no dicen nada, y las matronas, en la iglesia, oran por el abuelo»). Le cantaba a su guitarra, a los trabajadores y también una historia de títeres, antes de irse por primera vez: «Me voy a pie, el camino es cuesta arriba, y en las orillas hay flores».
También entonó el bucólico «Cançó de matinada» y «Paraules d’amor», uno de los íconos que volverá a cantar en el Gran Rex, cerrándolo una nueva vez, con un enésimo, sensualísimo y envidiado piquito a Ana Belén. Pero esos dos temas no integrarían Ara que tinc vint anys (Ahora que tengo veinte años), el LP que Edigsa distribuiría en pleno verano español, el primero del trovador que andaba por los 23.
En 1968, su imagen y su voz trascendería Cataluña. En su lengua grabó dos vinilos (ambos en Edigsa): Cançons tradicionals, con Antoni Rosa-Marbá, como arreglista y director y Com ho fa el vent, ya con arreglos de Ricard Miralles. También editaría con la discográfica Novola-Zafiro, un single con «El titiritero» y «Poema de amor», que sería el preludio de un LP, La Paloma, ya en castellano. Durante ese mismo 1968 participó en Eurovisión. Manuel Vázquez Montalbán, años más tarde lo definiría como «la ascensión de Serrat a los cielos del ‘consensus’ masivo». Iba por los 24 y trascurría un camino que iría por el exilio, mil amantes y la fidelidad a Candela, mil poetas, sus provocaciones, sus yuntas adorables, sus enfermedades y sus pasiones futboleras; 40 discos (en castellano y/o en catalán), más recopilaciones y homenajes. Y su amor por la Argentina, a la que regresa un rato antes de cumplir los 74.
¿Cuál Serrat? Aquel que en el interior de su primer álbum, publicó una parrafada de 1700 caracteres, autorreferenciales. Una declaración de principios: «Creo en aquellos que ahora tienen de 15 a 18 años. En ellos se puede confiar, por fin.»
O el que hace unas horas expuso sus críticas al referéndum catalán. El que hace un tiempo reconocía: «Desde mi debut en la música no he dejado de escribir canciones, grabar discos y hacer giras por el mundo en los más variados formatos ( ) Y todavía no he descubierto una manera mejor de pasar la vida que haciendo giras y cantando para la gente». «
Ara que tinc vint anys
Las canciones que llevó ese LP fueron: 1) «Ara que tinc vint anys» (Ahora que tengo veinte años); 2. «La tieta» (La tía); 3. «Balada per a un trovador»; 4) «Una guitarra»; 5) «Els vells amants» (Los viejos amantes); 6) «Cançó de bressol» (Canción de cuna); 7. «El drapaire» (El trapero); 8) «La mort de l’avi» (La muerte del abuelo); 9) «Me’nvaig a peu» (Me voy a pie); 10. «Elstitelles» (Los títeres).
Lo acompañaron Ferran Figueras Orteu (guitarra); Enric Ponsa (contrabajo); Josep M. Alpiste (violín); Josep Trotta (violonchelo); Mª Luïsa Ibáñez (arpa); Miquel Dochado (acordeón); Nicanor Sanz (trompa); Juli Panella (clarinete); Salvador Gratacós (dirección); Antoni Ros-Marbá y Lleó Borrel (arreglos musicales).
Con un single homónimo había ganado su primer premio, el «Gavina del Gran Premi del Disc Català».