Hay piezas teatrales que son fuertes por lo que producen y también por lo que ponen sobre la mesa para el debate público. Jauría, de Jordi Casanovas, protagonizada por Vanesa González, es una de esas. La obra que volvió a los escenarios los lunes en el Teatro Picadero, para la actriz tiene un valor más que especial: “Es muy importante, fundamental te diría. Todavía hay cosas que deben cambiar”, comenta.
Desde que fue estrenada en Madrid en 2019, y luego adaptada para hacerla en nuestro país por Nelson Valente, Jauría captó la atención de críticos y del público local. Fue ganadora de tres Premios ACE por Mejor Obra, Mejor Actriz y Mejor Dirección en 2022, declarada de Interés cultural de distintos municipios de todo el país y obtuvo la distinción de interés por el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, entre otros reconocimientos. “Esta es una obra que sigue viva, que aún no cierra, y hay ganas de seguir hablando de esto. La actualidad le da todavía, lamentablemente, una cercanía y una potencia que hay que seguir mostrando” admite González.
Jauría fundamenta su dramaturgia alrededor de hechos reales, aquel que ocurrió en Pamplona, España, en la madrugada del 7 de julio de 2016, durante las multitudinarias Fiestas de San Fermín, en que un grupo de varones que pasaron a ser conocidos como “La Manada” perpetraron una violación grupal contra una joven. Esta pieza teatral es un montaje alrededor del juicio que tuvo lugar entre 2017 y 2019 a los cinco integrantes de aquella banda. Un proceso legal que, por momentos, no fue otra cosa que una revictimización de una mujer que se encontraba luchando por salir de un fuerte trauma causado por el abuso cometido de manera brutal y aberrante. Para lograr la condena que resultó en 15 años de prisión, que marcó un antes y un después en la Justicia española y puso el debate en las calles, la denunciante fue obligada a dar más detalles de su intimidad que los propios denunciados, por lo que la puesta dirigida por Nelson Valente se torna incómoda. Toda la tensión está puesta en los testimonios de víctima y victimarios.
“Esta, como tantas otras, es una propuesta para seguir revisándonos como sociedad. Es un tema urgente, del que tenemos que hablar, algo que todavía no se pudo erradicar, y si bien hay algunas aperturas, todavía hay sectores y errores de base que nos traen más historias tremendas como esta: la violencia es difícil de parar. Las agresiones sexuales, los ataques homófobos o a la comunidad trans son algo que nacen de una misma raíz. Este es un caso que sacudió el concepto de masculinidad, de qué es el consentimiento y de cómo la agresión sexual, a veces, puede ser tomado como algo menor si no se le da la debida atención. Hacer esta obra es un aporte a esa lucha”.
La actriz considera que la tarea de actuar es también una herramienta de la comunicación social: “Más cuando llega este tipo de materiales, donde hay una responsabilidad de ser claros en el mensaje que uno aporta. Cuando te das cuenta de eso te da una doble satisfacción, porque aportas algo más. Obvio que hay miles de formas y posibilidades de llevar adelante los trabajos o la carrera de una actriz, pero en lo que respecta a mí, siempre me interesa ver saber de qué voy a hablar cuando actúo. No hay que solemnizar esto que digo, pero si voy a repetir líneas o contar una historia, que sea de algo sobre lo que me interese contar”.
La mirada social y el cambio urgente
En la primera temporada, luego de las funciones y también en las giras había un debate posterior a la función. “Allí aparecía de todo. Pero lo más difícil de erradicar es la dinámica que se da en los grupos de varones, y cómo muchas veces las mujeres nos adaptamos a eso, sin marcar límites. A todas no ha pasado de no animarnos a decir ‘así, no’. Pero por suerte ya se sabe que hay cosas que están fuera de lugar. Pero era muy espectacular ver cómo tantas chicas se animaron a contar experiencias personales; ese espacio reflexivo es uno de los grandes fuertes de esta pieza. Y es a lo que una aspira, a que podamos repensarnos después de ver una obra o una peli. Obvio que una tiene un montón de intereses y a veces hace algo que es más superfluo o que sirve para ganar plata y luego hacer lo que luego te interesa puntualmente. Pero este es un oficio en el que se nota mucho cuando te apasiona lo que tenés para contar”.
Ella cree que el oficio nunca deja marca en la vida personal, sino que toma su actividad desde una experimentación, está ligado a lo lúdico según González. “A pesar de tratar temas fuertes nunca me afecta. El escenario es un lugar o un espacio para poder vincularnos con la expresión, con poner el cuerpo al servicio de los demás, trabajando siempre con compañeros y compañeras, compartiendo, y eso es lo nutritivo; no es mejor actor el que sufre más o el que se cree el personaje todo el día hasta el próximo personaje. Es una construcción grupal de una historia, y en mi caso siempre es placentero, por más que sea una tragedia, porque miro el general por sobre lo que solo me toca a mí; y esto me pasa en Jauría”, admite. “Termina la función y si me quedó algo, tengo revancha en la próxima función o el próximo ensayo. No soy tan emocional. Eso lo dejo para la escena”.
Desde chica elige sus papeles. “Tengo una manera particular de pensar el trabajo. Cada uno en su actividad lo toma como le parece mejor. Yo lo encaro con rigor, trato de ir profundo, pero buscando cierta gimnasia y destreza para sacar la herramienta que necesito. Me concentro en disponer mi cuerpo para hacer lo que me toque, sin pensar en lo terrible que sea, como es este el caso o como cuando hice Ana Frank, también uno de mis primeros papeles donde se me reconoció una buena performance. Me comprometo con las temáticas, pero sin creer que me pasa a mi, sino contándolo lo mejor posible”. González sabe que actuar es bailar continuamente con la ansiedad y la incertidumbre. “En el fondo nunca sabemos cómo va a ser nuestro futuro. Le pasa a la gran mayoría de los humanos, pero los proyectos culturales, sea lo que sea, nunca se sabe cuánto puede durar o si funciona o no. Entonces mi manera es tratar de solo hacer cosas que me gustan o me representan, o en que es importante compartir. Hago lo que puedo para conocer y domar mi propia ansiedad. Por suerte el teatro es la relación más estable que tuve a lo largo de mi vida, desde que nací te diría”.
Luego de estas presentaciones de Jauría, la actriz se ira a Madrid con el unipersonal Enero, basado en la novela debut de Sara Gallardo, (adaptada y dirigida por Analía Fedra) que además fue la primera ficción argentina que hace referencia explícita al aborto y al despertar sexual femenino. “Además, tengo ganas de meterme con el formato de serie. Tengo ganas de explorar el policial, la criminología y todo ese submundo tan ambiguo que funciona de modos contradictorios. Pero sin dispersarme y sin perder la concentración que le dedicó al teatro. Veremos si aparece algo. Hace poco tuve una propuesta para ser parte del rodaje de una historia así, pero andaba ocupada y no se dio. Hay que tener paciencia, no hay un solo tren en esta carrera”. La actriz no descarta tampoco escribir un guión, ya que tiene apuntes para teatro. “Son ideas a las que a veces les doy forma y me sale todo más teatral, pero puede ser un proyecto en el futuro. A mí no me desanima nada. Encontré mi vocación de chica, me hace feliz y me siento útil. Con los años me di cuenta de que tengo que estar cerca de lo que me da placer, y dejarme llevar por el deseo.”
Jauría
Una obra de Jordi Casanovas con Vanesa González, Gabriel Beck, Lautaro Bettoni, Lucas Crespi, Juan Luppi y Julián Ponce Campos. Dirección: Nelson Valente. Lunes 15 y 29 de mayo a las 20 en Teatro Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857.