La historia de las mujeres en el rock argentino es mucho más que un mero –y acaso expiatorio– recitado de nombres. De hecho, ni siquiera es solamente una historia de mujeres, sino también de disidencias que hicieron y hacen música. Una construcción que se fue extendiendo con la participación especial de managers, fotógrafas, actrices, poetas, intelectuales y periodistas a lo largo de seis décadas. “El rock fue una forma de rebelión para estas mujeres, dentro de la rebelión que implica ser rockerx. Discutieron el deber ser, siguieron su deseo, conquistaron espacios, y permitieron que otras creyéramos que era posible ser parte de la música, no solo como escuchas”, dice Romina Zanellato en su libro Brilla la luz para ellas, una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020 (editorial Marea).
En la obra, la autora, periodista especializada en música y feminismo, logra una reconstrucción minuciosa del devenir de estas artistas y trabajadoras, salvando omisiones y reponiendo información ahí donde la historia oficial, una saga contada por varones, intentó escandalosamente recortar tanto y a tantas. Siempre enfocada en ellas y sus producciones (constantes y prolíficas), repasa el contexto político, social y el de los movimientos feministas que les dieron marco.
“Hubo dos momentos importantes para la idea del libro. Una reunión con amigas en la que hablando sobre mujeres en el rock surgió la cuestión de reponer esa historia, la necesidad de volver a contar todo desde nuestro punto de vista. Después, una entrevista que le hice a Juana Molina en el marco de un ciclo de entrevistas a mujeres músicas, del que Pablo Schanton me invitó a participar”, cuenta y suspira Zanellato. “Juana habló de Gabriela, y yo pensé que se refería a María Gabriela Epumer, porque la generación de María Gabriela era la que yo reconocía como la de las pioneras. Me quedé helada, porque soy periodista de música y feminista y ¿cómo no sabía la historia de las mujeres del rock argentino? Volví a casa muy avergonzada, con todo eso de la culpa y el castigo”, agrega con ironía. “Ahí salí a buscar más información y me di cuenta de que había muy poca”.
–¿Qué instancia de esa búsqueda se te hizo más difícil?
–La falta de registro, por ejemplo, de las primeras músicas. Aparecían en los libros de rock nacional, pero solamente como un nombre en una oración donde se habla de chabones. Entonces, ¿cómo reponía la historia? Algo me hacía estallar la cabeza: de entre las que serían las tres primeras, Cristina Plate, Gabriela y Carola, Cristina Plate tomó el apellido de su marido (el artista plástico Roberto Plate), con el que estuvo casada poco tiempo. Al divorciarse, nadie sabía su nombre real, su verdadero apellido: estuve meses hasta que alguien lo recordó. Las otras dos fueron más astutas y no usaron apellido de casadas (Carola era la esposa de Carlos Cutaia, Gabriela la pareja de Edelmiro Molinari) pero son como anónimas, porque ¿quién es Gabriela?, ¡quién es Carola? La pérdida total de la identidad de una persona me resultaba escandalosa.
–En los libros, revistas, e incluso algunas autobiografías que citás, ¿qué particularidades encontrás en la manera de relatar a las mujeres y feminidades en la música?
–En los ‘60, diría que el relato es de personajes muy secundarios, como “gente que estaba ahí”, alguna que “era mi amiga o me cogía”. En los ‘70 también hay algo, casi, de “le estamos haciendo la gauchada a mi novia de hacerle el disco”. Eso en los ‘80 cambia, y lo que aparece es una explosión, otro compromiso, y entonces el relato también evoluciona. El autorrelato de las mujeres músicas es muy interesante de analizar. Me acuerdo de una nota en la Pelo con Liliana Vitale, María Rosa Yorio y Mónica Campins, en la que había un debate sobre la sexualidad de la mujer, algo que también estamos pensando ahora, eso de “¿te parece bien que las mujeres músicas usen minifaldas en el escenario y se vean sensuales?”… Patricia Sosa, por ejemplo, me contaba que ella quería vestirse así, pero tuvo que pensarlo primero. En ese momento el debate era si ser sensual era ser funcional al sistema o fiel a tu propia identidad.
–En el repaso de esos años fundacionales te referís a una “tolerancia” de que hubiera mujeres cantantes, porque se asumía que la voz era algo “natural” en ellas, mientras que el dominio de un instrumento, en tanto saber técnico, se creía patrimonio del varón…
–Aunque se pensaba al rock como una contracultura, en un momento el rock fue un reflejo total de la sociedad, y la sociedad es conservadora y machista. Lo único que termina siendo contracultural y rompiendo los mandatos, y que en algún momento estuvo en la vanguardia de los discursos de liberación personal, es el punk. Se ve claramente cómo las primeras lesbianas empiezan a militar dentro del punk. Al menos en un primer momento el punk era el territorio más interesante.
–Pero la mayoría de las chicas del punk y el indie nacional de los ‘90, aunque se la pasaban haciendo reivindicaciones feministas, no querían estar bajo ese paraguas…
–Desde esas notas de los ‘70 en que las músicas decían “yo nos soy feminista porque no creo en la diferencia entre hombres y mujeres”, aunque lo que hacían luego eran claramente denuncias feministas, pasando por lo que acabás de decir y hasta hace apenas unos años atrás, el feminismo fue una palabra polémica y estereotipada. Las únicas que se comprometieron con eso fueron las She Devils, que sabían perfectamente de qué se trataba el feminismo e hicieron escuela, y las lesbianas en general. Sandra y Celeste se acercaron al movimiento feminista en su momento: cuando sacaron sus dos discos la repercusión fue verdaderamente muy grande. Son referentas aunque no quieran serlo, el marco teórico lo tenían y el impacto social fue enorme.
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–En cuanto a las mujeres como público, por años se nos dijo qué artistas era lícito que consumamos y cuáles no. Y a su vez, por mucho tiempo, los recitales fueron realmente peligrosos. Había una violencia simbólica que operaba sobre qué escuchar y qué ir a ver, y otra muy real y concreta.
–Totalmente. Pablo Schanton, que tiene un archivo muy grande y fue muy generoso conmigo, me mandó un recorte sobre una cobertura de un recital de Serú Girán escrita por Gloria Guerrero. Ella cuenta que se pusieron tan locos en el público que le dio “ese miedo de cuando te aferrás a la cartera y no la querés soltar”. Hablábamos con él de cómo ella da cuenta ahí no solo de la diferencia que implica ser mujer y audiencia, sino de cómo mete en el texto lo más femenino que puede haber, que es la cartera y el vínculo que tenemos con ella. Para que Marilina Bertoldi gane un Gardel de Oro tuvo que haber antes un montón de mujeres trabajando para eso. De Gloria contando “me aferro a la cartera” a escribir ahora con perspectiva feminista, en el medio pasaron los ‘90, donde hubo una chabonización total y no queríamos señalarnos como mujeres: había que ser tan ruda como ellos para tener un espacio ahí donde te lo negaban. Eso se está revirtiendo y hoy hay de todo: Pablo Schanton dice que hay algo de la narración del varón en el rock que perdió vigencia. Las bandas nuevas hacen algo más pop, disco, retro, están virando hacia otro lado. Hoy la rebeldía y la distorsión son de las minas y las disidencias. Primero porque hay un reconocimiento, a partir de una ebullición feminista, de las posibilidades y de las opresiones, y entonces la sangre está hirviendo: eso ya no les pasa a los pibes. La urgencia, esa necesidad de vomitar lo que sucede, lo tienen más mujeres y las disidencias, y es por eso que lo más rabioso que se escucha viene de ahí. «
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Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020. De Romina Zanellato. 448 páginas, Editorial Marea.{{ recu fin }}
Tres pioneras de nuestro rock
En casa de Susana “Pirí” Lugones, Jorge Álvarez imaginó Mandioca, el sello fundacional del rock argentino. Era el ’68 y los primeros en fichar fueron Los Abuelos de la Nada, Manal y Cristina Plate (Cristina Ruiz de Luque), cantante, actriz, modelo y la primera música argentina de la cultura rock en grabar un simple. Su propuesta, cuenta el libro, era una especie de pop lírico. Muy criticada en su momento, Plate compuso con Alejandro Medina, grabó con Skay Bellinson (antes de los Redondos) y terminó yéndose a Europa.
En 1972 Gabriela (Gabriela Parodi) se transformó en la primera solista en llegar al disco. En su banda tocaban Edelmiro Molinari (su pareja de entonces), Lito Nebbia, Oscar Moro y David Lebón. En el ‘73 se fue a Los Ángeles, donde grabó con músicos tan diversos como León Gieco, Gustavo Santaolalla, Pedro Aznar, Dino Saluzzi y Bill Frisell.
Carola (Carolina Fasulo Kemper) fue la pionera del blues local. Para su primer álbum, daMas Negras
(1973) contó con su marido Carlos Cutaia, Osvaldo “Bocón” Frascino, Emilio del Guercio y Oscar Moro. Antes había sacado un simple con los músicos que acompañaban a Spinetta en Pescado Rabioso.
Toco, canto y vendo
Tras esos primeros pasos de los ‘60 y ‘70, un camino que también abrieron Mirtha Defilpo, poeta y coautora de muchos de sus temas, y María Rosa Yorio, en los ‘80 las músicas coparon instrumentos, formaciones y estilos: desde Liliana Vitale, Silvina Garré y Claudia Puyó, pasando por la excéntrica usina de las Bay Biscuits con Fabi Cantilo, Isabel de Sebastián y Mavi Díaz hasta las Rouge (la banda de chicas que precedió a las Viudas e Hijas de Roque Enroll), de la que también surgió Andrea Álvarez. Patricia Sosa en La Torre y Leonor Marchesi en Púrpura se ponían al frente de grupos de hard rock, y Celeste Carballo rompía los moldes con su disco punk Celeste y la generación. Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu pasaban al frente en Los Twist y las Viudas se volvían un fenómeno de masas llenando el Luna Park. En bandas de mujeres, liderando grupos mixtos o colaborando con rockeros como Fito Páez, Charly García, los Redondos o Soda Stereo, en la primavera alfonsinista las mujeres y feminidades no solo brillaron, sino que coparon un mercado.
Treinta años en los que pasó de todo
En los ‘90 la experimentación pasó al under. Más allá de las consagradas –María Gabriela Epumer tocando con Charly García, Fabi Cantilo solista e Hilda Lizarazu en Man Ray–, las mujeres y feminidades se multiplican en el punk y el indie, con Rosario Bléfari y Suárez, Érica García en Mata Violeta o Sugar Tampaxxx. Pat Pietrafesa y Pila Jackson (Pilar Arrese) de She Devils crean el festival Belladona y militan la legalización del aborto.
En 2000, Internet facilita aun más la autogestión y a esa fiebre alternativa se suman Juana Molina, Mimí Maura y Juliana Gattas de Miranda!, entre otras. María Fernanda Aldana gana popularidad con El Otro Yo; otra bajista, Gabriela Martínez, está al frente de Las Pelotas. Culminando la década suenan Paula Maffia, Lucy Patané, Marilina Bertoldi, su hermana Lula de Eruca Sativa y Barbi Recanati de Utopians, entre muchas otras. Celsa Mel Gowland (corista de Fito, Spinetta y Charly) es nombrada en 2014 vicepresidenta del INAMU e impulsa la Ley de Cupo Femenino y Acceso a Artistas Mujeres a Eventos Musicales, que se sanciona a fines de 2019. La lucha del Ni Una Menos y la Marea Verde confluye en la cultura rock.