Los que crecieron viendo a Fran Drescher, con su voz chillona y sus atuendos desmesurados, en el rol de la Nanny Fran en la exitosa serie La niñera y no siguieron su carrera durante los últimos años seguramente se habrán sorprendido al verla convertida en una combativa dirigente sindical dando un discurso tan duro como épico contra las corporaciones y sus millonarios CEOs al dar inicio a la huelga de los actores afiliados a SAG-AFTRA en los Estados Unidos. Sus palabras se replicaron en todo el mundo –noticieros, clips en las redes, memes, remeras– y pusieron en agenda un tema que la gran mayoría de la gente, encandilada por el glamour de las estrellas más conocidas, no tiene en cuenta: que el de los intérpretes es un gremio con una desocupación altísima, una subocupación casi tan grande que apenas el dos por ciento de sus aproximadamente 160 mil afiliados puede vivir de la profesión. Lo que sucede entre los intérpretes no es privativo de los Estados Unidos. Es un problema que existe en todo el mundo, incluida la Argentina. Y lo que ha hecho el gremio al decretar su primer paro por tiempo indeterminado desde 1980 es echar luz sobre las enormes desigualdades que afectan a esa profesión, que son tanto o aún más grandes que en muchas otras.
La huelga de los actores se suma a las de los guionistas, que atraviesan una situación parecida y un inminente futuro aún más temible por la impactante aparición de los sistemas de Inteligencia Artificial (IA) que, muchos piensan, en algún momento podrían hacer desaparecer su profesión, como tantas otras. Ese combo de huelgas ha paralizado casi por completo a la industria audiovisual en los Estados Unidos. Y no solo allí, ya que actores y guionistas de esa nacionalidad –que son miembros de esos sindicatos– son parte de proyectos afuera, especialmente en Gran Bretaña, donde ya se suspendieron varios de los rodajes más grandes que se estaban filmando allí, con las previsibles y enormes pérdidas que eso implica. Si la huelga de guionistas implicaba una baja de la producción a futuro –salvo la TV en vivo, que se escribe a diario, gran parte de las películas y series ya están escritas desde antes–, la de actores frena casi todo en seco. De un día para otro, una industria que antes de la pandemia movía 42 mil millones de dólares al año prácticamente se paraliza. ¿Las pérdidas calculadas? Dependerá de lo que dure la huelga, pero se estima que si sigue hasta finales de año se pueden perder 4 mil millones.
¿Cuáles son los puntos centrales de la discusión? ¿Qué lleva a que el gremio de actores tome una decisión tan drástica, con todo lo que eso implica? Hay dos ejes diferenciados. Uno es el público y el otro, el privado. Uno es el de los discursos encendidos y televisados contra los millones que se llevan los ejecutivos de los estudios –la parte, si se quiere, más tribunera del asunto– y el otro, más real, que es el que afecta a cientos de miles de profesionales que no llegan a fin de mes, que no pueden pagar sus planes de salud, que cobran mucho menos de lo que cobraban años atrás y que son prácticamente explotados por las empresas en las que ocasionalmente trabajan.
Los desprotegidos
La distinción fundamental que hay que hacer –la hacen las propias estrellas que participan de los piquetes frente a los estudios– es que el reclamo no es por esos cientos o quizás miles de intérpretes que sí pueden vivir de lo que hacen, sino por los que ellos llaman “working actors”, todos aquellos intérpretes que suelen trabajar en pequeños papeles en películas o series, la mayoría de las veces de manera episódica. Lo sabe cualquiera que mire un producto audiovisual: detrás de las dos, tres o cinco caras conocidas de un elenco hay un centenar de personas en roles de reparto, de esos que aparecen poco y nada en pantalla y en algunos casos tienen nombres como “Camarero”, “Vecina” o “mamá de Juan”. Casi todos esos actores –e inclusive muchos conocidos también– no logran vivir de su trabajo. Antes, muchos de ellos lo hacían. ¿Qué cambió?
En dos palabras: el streaming. Desde la llegada de las plataformas –como Netflix, HBO Max, Disney+ o Amazon Prime Video, entre otras– y en función del impactante crecimiento de suscriptores que tuvieron durante los años de la pandemia, el grueso de la industria audiovisual se movió hacia allí y, en ese vuelco, perdieron gran peso la televisión abierta, el cable (se calcula que en Estados Unidos los usuarios de TV por cable bajaron a la mitad) y las películas, en sus distintas ventanas de comercialización, empezando por las salas de cine. Esa movida implica una pérdida importante en el que suele ser uno de los ingresos más importantes del gremio: las regalías por las repeticiones, lo que allí llaman “residuals”, que es el dinero que los actores siguen recibiendo cada vez que una película, una serie o un programa en el que participaron se vuelve a emitir. Para muchos de ellos, es lo que les permite vivir de la profesión y, en muchos casos, acceder a planes de salud que requieren de un mínimo de ingresos. El problema es que las plataformas, por la forma en la que están estructuradas y por su modelo de negocios (la información de taquilla no es pública y el concepto de “repetición” es un tanto ambiguo), pagan poco y nada por ese ítem, destrozando la economía de los intérpretes. Hay decenas de ejemplos, vistos en los piquetes de estos días, en los que muchísimos actores muestran sus cheques por regalías mensuales que no superan los 100 dólares. En algunos casos, hasta reciben centavos.
Si bien ese es el principal reclamo de SAG-AFTRA, no es el único. Circula un memo de 12 páginas con las exigencias del sindicato a la AMPTP (sigla de la Alianza de Productores de Cine y Televisión, que es a quienes le hacen concretamente la huelga, ya que las productoras independientes tienen la posibilidad de llegar a acuerdos para seguir filmando) que involucra decenas de otros reclamos, que tienen que ver con los cambios tecnológicos e industriales que aparecieron con el streaming, se exacerbaron con la pandemia y ya se instalaron. Desde las sesiones de casting autogestionadas (con gastos a cuenta de los intérpretes) hasta el pago de per diems que no fueron actualizados por la inflación, pasando por la posibilidad inminente de que se capturen imágenes de muchos intérpretes y se las utilicen mediante tecnologías de inteligencia artificial sin pagarles por usarlos, hay decenas de conflictos en paralelo que no parecen tener fácil solución a corto plazo.
¿El motivo? Los productores de streaming aseguran que la industria en sí está viviendo su peor momento. El crecimiento de suscripciones se detuvo, las plataformas cancelaron proyectos y echaron a centenares de empleados y no parece haber soluciones fáciles para que el sistema funcione. Las empresas dicen que pierden plata –pero sus ejecutivos siguen teniendo sueldos demenciales– y en medio de todo, actores y guionistas reclaman una mayor participación. El futuro es incierto, además, porque los ejecutivos no parecen querer dar el brazo a torcer y ya amenazaron dejar todo como está hasta que (sic) “los huelguistas pierdan sus casas y no tengan para darles de comer a sus familias”, como dijo uno de ellos, sin dar a conocer su nombre, frase que levantó, previsiblemente, la ira de Drescher y de todo el sindicato. Al contar con abundancia de series y películas para estrenar, las plataformas pueden darse el lujo de soportar mejor el corte de la cadena productiva.
En la Argentina
Aquí el panorama es distinto por algunos motivos específicos, pero no es mucho mejor en términos generales. En la Argentina existe, también para los actores, el Derecho de Propiedad Intelectual. Ellos son considerados, tanto como los productores y los directores, dueños de las obras en las que participan. Y eso les permite cobrar por su trabajo, por las repeticiones en TV abierta y por lo que se conoce como “obra comunicada” emitidas en otras plataformas. “La televisión abierta acá sigue siendo muy fuerte, pero de todos modos bajó la cantidad de ficción que se hace en los canales”, dice Mora Recalde, vocal de la comisión directa de SAGAI, la Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes que se ocupa de recaudar y repartir los ingresos que llegan por esas emisiones en cable o plataformas. Además del bajón de ingresos por las repeticiones en TV abierta hay que sumarle que con las plataformas sigue siendo complicado recibir compensación alguna. La única que ha llegado a un acuerdo para pagar a los intérpretes acá es Netflix, mientras que con las otras todavía se negocia o, en algunos casos, ni siquiera tienen domicilio fiscal en la Argentina, lo cual dificulta aún más cualquier avance.
De todos modos, poder cobrar algunas monedas por ese lado no resuelve una serie de problemas que engloban a toda la industria local, ya que la producción audiovisual en la Argentina está prácticamente parada, lo cual deja literalmente sin trabajo a actores y también a técnicos. Los motivos son varios. Los subsidios del INCAA no alcanzan a cubrir el costo de una película media –quedan, además, rápidamente reducidos por la inflación–, la TV de aire tiene poquísimas ficciones en producción y la reducción de gastos de las plataformas también se hace sentir acá, ya que se cancelaron los rodajes de varias series que estaban programadas para estos meses. Si a eso se le suma la dificultad de las negociaciones paritarias –que en algunos casos están rotas y en otros no se cumple lo acordado con los sindicatos–, la situación laboral de los actores en la Argentina es dificilísima. Se calcula que la desocupación en el sector supera el 80%, una leve mejoría respecto al 90% que tuvo durante la pandemia.
“Bajó muchísimo la ficción en la TV abierta y las plataformas tocaron un techo y entraron en crisis –asegura Carlos Berraymundo, secretario gremial de la Asociación Argentina de Actores–. Lo que era pura ganancia para ellos ahora es costo y eso rebota acá. Actualmente hay solo dos ficciones de TV en producción y 14 en lo que va de 2023 en comparación a las 31 que se habían hecho a esta altura en 2022. Y no hay más que cinco rodajes de cine, que encima son de apenas unas pocas semanas, lo cual afecta también los ingresos de los actores y las actrices. Es algo que bajó mucho con Macri y la pandemia nos destrozó. Con la reapertura la cosa mejoró un poco pero estamos muy bajos”.
Hay un problema extra que complica aún más la situación. En el imaginario popular –y en las cada vez más virulentas redes sociales–, los reclamos de los intérpretes no suelen ser demasiado escuchados ni atendidos. Para muchos, “los actores son todos ricos y famosos cuando no lo somos”, agrega Recalde. “Debe haber 50 actores que lo son y ellos tampoco la pasan tan bien porque el trabajo se redujo muchísimo”. De un modo curioso, quizás, el reclamo de los gremios estadounidenses –con sus caras conocidas haciendo piquetes frente a los estudios de Hollywood– deje en claro que estamos ante una crisis que no está sólo ligada a grietas políticas locales, sino que se trata de una crisis que abarca a todo el mundo. Hasta a la Nanny Fran. «