Hay un sonido que se convirtió en marca registrada. Que enamoró a mexicanos, peruanos, uruguayos, a gran parte de Sudamérica y que determinó estilísticamente a bandas que con el camino desmalezaron, eligieron el reggae ya hacia fines de los ’90. Ese sonido es el de Los Cafres, que están cumpliendo 30 años de vida y que el sábado 20 presentarán un nuevo disco de estudio, Alas canciones.
Habían pasado cinco años sin que Los Cafres grabaran un disco de estudio. «Muestra cierta desnudez de nosotros. La gente lo toma como un bálsamo, un desahogo como una charla de amigos muy íntima», dice Guillermo Bonetto, voz y uno de los compositores de la banda. «Somos un colectivo artístico en el que, de los nueve integrantes, participan los que pueden y tiene ganas. Ahí es cuando las cosas fluyen más», asume Bonetto frente a Tiempo Argentino
¿Qué valor le dan a la parte lírica?
Tratamos de ser contemporáneos. En mi caso, no creo que la forma de una revolución fuerte y duradera sea por medio de la violencia o de un dogma estricto. Está en un cambio interno y esa es la verdadera revolución cuando uno incorpora una idea y la hace propia. Me interesa sacar una foto del momento de una forma más abstracta pero no menos real.
¿Cómo lo llevás a la composición?
El eco de lo que uno siente es lo que uno vuelca al papel, cómo lo vincula uno con la música es la parte externa, la social. Por ejemplo, «Sé que el mar» termina con una especie de corolario que habla del amor como algo total. Y es así porque el amor no se puede discriminar en ningún sentido. A uno no pueden importarle sus hijos y no importarle los hijos de los demás, tampoco hacer las cosas por los demás y no hacerlas por uno. No es real. Pero eso se entiende cuando tenés un hijo, sólidamente y gráficamente porque es una energía desapegada pero súper arraigada. Esa energía es la que uno traslada a su trabajo, al famoso a vivir artísticamente. El arte es una forma de ver las cosas pero va de la mano con el amor porque la lucidez está en esa atención de lo que te importa y de lo que amás.
¿Cuándo sentiste la incertidumbre en la carrera?
A fines de los ’90. Antes de empezar a girar por el exterior teníamos una desazón fuerte porque uno proyecta y sueña con vivir de la música y eso no estaba sucediendo. Sueña con ser valorado y respetado, y tampoco sucede. Pero de repente tuvimos la oportunidad de que nos vaya bien en el exterior y que acá no nos alcance para vivir. Nos conocían y teníamos lugares donde tocar, inclusive fans, pero no vivíamos de la música. Cuando salimos, fuimos muy valorados en lugares donde sabían mucho de reggae y eso fue una inyección de vitalidad fundamental. Fue ver que no estábamos tan locos, que los discos sí eran buenos, vimos que nuestra parte estaba bien hecha y eso nos dio mucha satisfacción. La compañía nos pedía que hagamos otras cosas pero nosotros queríamos esto, ¿entonces qué faltaba? Y marketing.
Y hoy, ¿por dónde pasa la incertidumbre?
Por lo personal, porque siempre hay fronteras para vencer, lo onírico está bárbaro pero la realidad no es tan sencilla, nosotros somos una de las pocas bandas más afortunadas que hay. Nuestra propuesta no es pasatista ni una moda, ya contamos con tres generaciones de fans: abuelo, padre e hijo. Lo veo con mis hijos, cuando eran chicos no le daban bola porque era la música del padre, pero ahora que pueden elegir, la valoran. Entonces, como banda tenemos una apertura grande, no nos dañaron los estigmas que tiene el reggae. Digo dañar porque hay gente que se siente encerrada en las paredes a las cuales tiene que pertenecer su música.
¿Por qué fue?
Porque tenemos otro criterio de la vida. Cuando empezamos yo era súper cerrado en el sonido del género, ahora no me importa tanto, me importa que esté bueno y que la música sea buena. Se aprende también que lo importante de esto de desnudarnos. Cuando una canción que para vos parte de lo más íntimo de tu historia se transforma en algo universal, te das cuenta de lo poderoso que es el nivel comunicacional, la gente quiere verte y quiere escucharte. Cuando ves a un artista que te dice algo nuevo, te amplía el universo, y esa es la función que tiene el artista.
¿Te costó acomodar la vida de artista con la familiar?
Con los hijos no, pero me ha costado matrimonios. La vida de un artista es muy sacrificada a nivel social y matrimonial, no sé si algún músico lo habrá resuelto. No sé cómo funciona pero no es fácil porque convivimos con energías especiales, mucha histeria de la gente para bien y para mal.
¿Cómo impactan en el escenario los momentos de crisis que vive la sociedad?
Se nota el desahogo porque el público te pide profundidad. Es como si el lazo se hiciera más fuerte y más necesario en bandas como la nuestra, que siempre tenemos cosas para decir. El reggae es un vehículo muy poderoso, con mensajes lúcidos de grandes metáforas, como lo comprobó Marley, por eso en una banda como la nuestra se nota mucho el fervor. Nos pasa que hoy tocás un tema del ’95 y sigue siendo vigente, y eso es demasiado triste. «