Cada época histórica tiene los superhéroes y los villanos que se merece. O, aquellos personajes ficticios que, al encarnar la bondad y la maldad respectivamente, absorben las ideas políticas, sociales y morales del contexto estadounidense y las propagan por el planeta. Leídos por millones, los cómics de superhéroes fueron pensados tradicionalmente como un valioso instrumento de propaganda política y de la ideología cultural hegemónica de los Estados Unidos en el mundo. Así, en la década del ’40, en plena Segunda Guerra Mundial –y la que fue considerada la edad de Oro de la historieta– Batman y Superman dejaron sus habituales contextos de Ciudad Gótica y Metrópoli, para ir a luchar contra los nazis y los japoneses (a los que llamaban japonazis).

El payaso resentido empieza a quedarse solo.

Con el mismo objetivo, fueron creados en 1941 (el año aciago de Pearl Harbor) la Mujer Maravilla y el Capitán América (nombre significativo si los hay), versión masculina y femenina de los superhéroes patrióticos que precisaba la nación. Luego el cine y la televisión encontraron nuevas maneras de hacer flamear bien alto los colores de la bandera estadounidense ya sea en los trajes o en las acciones de sus paladines. Las últimas décadas en donde impera un cierto descrédito de las instituciones democráticas y donde el bien y mal no tiene límites difusos, sino que definen por penal, presentan como rasgos prevalentes héroes más complejos y ambiguos (ya no más la justicia y la bondad sin ambages) y el protagonismo de los villanos.

Cantando por un sueño.

El Joker o Guasón, el más famoso de los archienemigos de Batman, siguió también los criterios éticos y estéticos de cada tiempo. Desde sus orígenes, hubo en el Joker algo subversivo. Frecuentemente pobre, loco y vestido de colores alegres y payasescos –opuestos a la formalidad de las vestimentas burguesas y al traje sombrío de Batman– solía asesinar a ciudadanos respetables pertenecientes a los sectores privilegiados. A partir de ciertas novelas gráficas de fines de la década del ’80 –Batman: The Killing Joke– comienza a ser descripto como un sujeto de clase desfavorecida que enloquece tras los abusos y fallas del sistema social.

Esta faceta “marxista” opuesta a la imagen capitalista de Batman, es de la que supo apropiarse Todd Phillips en la película Joker (2019), protagonizada por Joaquín Phoenix. En la era Trump (frecuentemente denostado por la élite cultural) o de los paradojales auges de los populismos de derecha, parecía más políticamente correcto que los verdaderos malvados fueran los millonarios (aunque eso no impidió que Trump celebrara la versión cinematográfica de Phillips) y cierta redención de los pobres que, por la exclusión devinieron malvados. Pero, como ninguna interpretación es unívoca, una lectura más local y argenta puede ver en el Guasón a un rarito, un pobre comediante que fracasa en el mundo del espectáculo y entonces, profundiza sus componentes psicopáticos, se vuelve antisistema, ¿anti casta? y “anarquista” y, ya con cierto poder, emprende la destrucción de aquellos lugares donde se sintió rechazado (ya sea la prensa, los medios de comunicación, el sistema social o las universidades). En el final de Joker, el personaje se transforma en líder y símbolo y capta violentos adeptos que propagan el odio y la frustración por las calles.

 En la flamante y largamente esperada secuela Joker 2: Folie à Deux, Phillips se aleja de las prerrogativas que planteó y de los ambientes fílmicos en que desarrolló la primera parte. Apela alternativamente a géneros tan dispares y aparentemente inconciliables como el musical, el drama carcelario, el thriller judicial y hasta los dibujos de animación, para narrar una historia de dos horas y 20 nuevamente interpretada de manera impecable por Phoenix en el papel de Arthur Fleck/Guasón ahora secundado por una algo desaprovechada, pero efectiva, Lady Gaga como Harleen “Lee” Quinzel/ Harley Quinn. 

El resultado es una propuesta arriesgada con numerosas y muy buenas escenas musicales a cargo de Phoenix y Gaga (en la película, el musical parece ser concebido como un artificio ilusorio concebido para escapar de la crueldad, así como una falsa fantasía romántica vendida secularmente por la industria de Hollywood), de un juicio que, en su delirio alcanza los ribetes de su personaje principal, pero no que no llega a divertir, y excelentes momentos logrados en el contexto psiquiátrico del manicomio de Arkham donde el Guasón está internado a espera de la sentencia (la rebelión de los locos resulta una secuencia notable). A su vez, Todd explora ligeramente la posible homosexualidad de Joker. 

Siempre hay un roto para una descosida.

Rechazada a partes iguales por los fanáticos de los cómics, los celebradores del film original y la mayor parte de la crítica, hay que reconocerle al director el no dormirse en los laureles y apostar por un producto artístico diametralmente opuesto de aquel que lo colocó en la cumbre. Nuevamente no se puede evitar una lectura local. Hacia el final, el Guasón no es ese líder mesiánico que se preanunciaba, sino un pobre tipo y un psicópata que termina decepcionando a todas y todos, una carcasa asesina tan solo llena de ruido que, en el fondo, no solo no puede hacerse del poder, sino ni siquiera cargar con el peso de su propia, loca, extravagante y fracasada existencia. «

Guasón 2: Folie à Deux

De Todd Philps. Con Joaquín Phoenix y Lady Gaga. En cines.