Como ocurrió durante el mítico apretón de manos entre el Mono José María Gatica, asomado entre las sogas del ring y una sonrisa de oreja a oreja, y el General Perón paradito en el ring side, el documental Gimme Danger también representa un acontecimiento cumbre en el que dos potencias se saludan. Que en este caso no tiene que ver directamente ni con la política ni con el deporte, sino con dos pesos pesados de la cultura indie de los Estados Unidos como el director de cine Jim Jarmusch y el ícono del rock and roll más salvaje, James Osterberg, mejor conocido como la iguana Iggy Pop. En poco más de una hora y media el cineasta le rinde culto a The Stooges, la banda fundada por Iggy en 1967, que a partir de su salvaje teatralidad en escena, de la descontrola vida pública y privada de sus miembros, y sobre todo de su novedosa forma de reinterpretar el rock and roll se convirtió en una de las más influyentes de la historia del rock.
La aclaración no es ociosa, porque si bien el cantante y líder de los Stooges ocupa el centro del relato, Jarmusch no se olvida de ninguno de los miembros fundamentales de la banda: el bajista Dave Alexander, los hermanos Ron y Scott Asheton, guitarrista y baterista respectivamente, y más tarde James Williamson, también en guitarra. Todos ellos son responsables de tres discos que llevaron al rock por una nueva dirección, aunque fueran prácticamente despreciados por la mayoría de sus contemporáneos. De la placa original autotitulada de 1969, pasando por Fun House (1970), hasta llegar a esa obra maestra que es Raw Power (1973, producido por David Bowie), los Stooges llevaron la energía del rock a un nivel y por un camino casi inexplorado hasta su aparición. Por supuesto que la película se encarga de honrar también a los MC5, precursores y padrinos de la banda, a quienes el propio Iggy Pop les reconoce parte del mérito de haber llegado hasta donde llegaron.
Considerados los virtuales padres del punk rock, movimiento surgido como tal recién cuatro años después del último disco de estudio de la banda (aunque los Ramones lo venían tocando desde 1974), la historia del rock no sería tal como se la conoce si Iggy y The Stooges no hubieran estado ahí, para mostrarle al mundo cómo era eso de tocar hasta literalmente no dar más. Y Jarmusch, que evidentemente es un gran fanático de la banda, consigue sacarle todo el jugo a cada uno de los testimonios para pintar un fresco vívido y verosímil no sólo de sus personajes, sino también de una época. Pero lo hace sin necesidad de caer en la mera idolatría ni en la condescendencia advenediza: solamente los Stooges y un puñado de voces de los que estuvieron ahí, muy cerca de ellos, contando su propia leyenda. No faltan la música, los archivos que registran diversas presentaciones en vivo de la banda, ni las fotografías que documentan diversos momentos de su historia. Todo eso amalgamado a partir de animaciones, montajes y la utilización de fragmentos de películas ignotas que le dan a la película el aspecto de un collage en movimiento. El relato llega hasta las diversas reuniones de la banda ya durante los primeros años del siglo XXI e incluso la ceremonia donde The Stooges son incluidos en el Salón del la Fama del Rock, en el año 2010, en el que Iggy recordó a los compañeros fallecidos de la banda. Porque en el fondo, Gimme Danger es también una película elegíaca, un homenaje en vida a uno de los últimos próceres de una época dorada, que ya despidió a unos cuantos de su propia generación (Lou Reed, Leonard Cohen, el propio David Bowie), pero que a punto de cumplir los 70 sigue dándole lecciones de rock a las estrellitas del momento. Dios salve a la iguana.