“Cuando yo me vaya de aquí te daré un beso y un rayo de luna. Cuando yo me vaya de aquí me iré por todas partes, transformándome”.
1. Las cosas tienen movimiento
En las críticas de recitales suele hacerse especial énfasis en la lista de canciones que interpreta el/la artista. Bueno, en esta ocasión va de suyo que la obviaremos. La razón es que Fito Páez cerró su Gira 4030 en el sexto Movistar Arena con todo vendido, celebrando sus dos discos Del 63 y Circo Beat, tocados de punta a punta en el orden en que fueron editados. Apenas al final le sumó dos canciones extra, cuando ya había terminado la maratón: “Ciudad de pobres corazones” y “A rodar mi vida”. Trataremos de evitar, entonces, redundancias.
Más allá de eso, la cita en el estadio lindero al club Atlanta sirve para hablar de dos conceptos que vuelven: el tiempo y el movimiento en la cosmogonía Páez.
El artista rosarino no suele nombrar enfatizadamente al “tiempo” en sus canciones pero siempre está presente en sus composiciones. No de un modo puramente nostalgioso, sino como algo a atravesar. ¿Y de qué manera? Moviéndose. Transformándose. “Cambiar para sentirme vivo”, “Hablo de cambiar esta nuestra casa, de cambiarla por cambiar nomás”. El viernes en el Movistar Arena ese tiempo pareció mutar en tres dimensiones: era Fito interactuando (o siendo interpelado por) ese Fito de los inicios, un poco más positivo, sincero y expectante; y luego por el otro Fito noventoso, barroco, con canciones de cancha y mirada nostálgica. Los miraba, se miraba, y eran mirados por el público que se figuraba a sí mismo por ese espejo. Como lo definió Páez en la previa del show: «música que fue hecha con nobleza, entonces eso atraviesa el tiempo con una salud extraordinaria».
2. Ya no me importa quién soy
Ya de por sí su primera canción como solista (y por ende, la primera del recital) fue “Del 63”, donde relata casi a modo historiográfico el pasado reciente en el que había crecido. Algo inusual como primer tema de primer disco de alguien de 20 años. Pero que cerraba mirando al futuro: “Comienza otra década a otro vapor. El viento me toca la cara, marca un cambio de rumbo”. Era el Fito que dejaba la comodidad y la grupalidad de La Trova Rosarina y saltaba al vacío para volverse solista, que ya apelaba a la singularidad y a verse a sí mismo en el mundo que lo rodeaba, que miraba a ese barrio y a esa gente que está igual que ayer, «con un par de años encima».
«Cuando yo me vaya de aquí», canta Fito en “Un rosarino en Budapest”. De los «dioses del olimpo del rock nacional» es el único del interior. El único que sabía que debía viajar a la Capital para que creciera su carrera. El disco Del 63 es un poco la visión del pibe que deja su grupo rosarino para arrancar a andar otra vida en Buenos Aires, donde trabajará con su ídolo y referente (Charly) y gracias a él conocerá a su amor (Fabi Cantilo, presente en el recital para hacer Sable Chino: “él y yo vivimos aquí, él se enamora y yo le hago preguntas”).
“Es que ya no hay pasajes de regreso”, sentenciaba en “Rojo como un corazón”. En su autobiografía lo dice así: “Había aquí un movimiento de rebelión contra cierto conservadurismo provinciano del cual era legatario”. Y resume su nueva fórmula: “cantautorismo rosarino amplificado por la lisergia marca García”.
Del 63 tiene algo de intimidad y a la vez apertura. Mirar atrás y adelante. En todo ese primer set list, el artista tocará sentado en su piano, con un traje negro que destila brillantez. Fito sabe lo que es cambiar, a pesar de las críticas. Ir a más. A veces termina bien, a veces no tanto. Pero en el camino y en jugársela con decisiones está el chiste. Sentirse vivo.
3. Una cuerda es una bala, el amor un ejercicio
El público sabía que el primer tramo del recital iba a tener un clima un tanto más cálido e intimista. No se aguardaban agites. Pero todos y todas estaban esperando algo: la segunda canción. “Tres agujas” es el mejor tema de Del 63 y uno de los mejores de su carrera. En su autobiografía Infancia y Juventud (Ed. Planeta) relata cómo fue el tema que le dio la bendición de su ídolo, su padre musical: “Ya de vuelta en Buenos Aires, una noche en una fiesta en casa de Gaby Aisenson, Charly me pidió escuchar ‘Tres agujas’. Yo tenía el casete de Del 63 conmigo. Hizo callar a todo el mundo. Cuando terminó la canción, se arrodilló ante mis pies”. También Spinetta se lo aseguró: “‘Tres agujas’ es la mejor música que se está haciendo en Buenos Aires”. Años después lo interpretó el Flaco para el disco homenaje a los 40 años del rock argentino Escúchame entre el ruido.
Lo admite el propio Páez: “‘Tres agujas’ -me da pena decirlo por las demás canciones, que espero no se sientan afectadas por tamaña declaración- fue y será mi favorita de ese álbum”. En el Movistar Arena recibió uno de los mayores aplausos de la primera parte, junto a la versión de “Rojo como un corazón” a dúo con Emme, presentada como «la mejor cantante de la Argentina».
4. As de póker
Apenas diez años después de su primer álbum (pensar que hoy hay bandas que en una década no sacan discos), Fito publica la obra en la que tal vez más mira hacia atrás. Circo Beat es Rosario, su infancia, la familia, la escuela, las películas, su padre. «Mariposa tecknicolor«, eclipsada por su megadifusión radial y su videoclip repetido hasta el hartazgo (incluso en el canal de dibujitos noventoso The Big Channel), encierra una letra más nostálgica de lo que parece decir su música pop: «yo te conozco de antes, desde antes del ayer, yo te conozco de antes, cuando me fui no me alejé». Está el clásico “Tema de Piluso”, “Si Disney despertase”, “Normal 1”. Como en Del 63, un relato de todo lo que ya no iba a volver en su vida, o de lo que fue y será.
Hasta la canción Circo Beat tuvo su propio viaje, porque su origen se basa en el tema “As de póker” que iba a salir en el disco Novela, allá por 1988. Nunca fue editado y quedó como un compilado de demos preciados en el mundo de Internet. Las últimas palabras de Fito el viernes consistieron en anunciar, en medio de los aplausos, que el año que viene «nos volveremos a encontrar» con nuevo disco. Sería justamente Novela, que al final verá la luz, grabado ahora en la Argentina de hoy, aunque sigue siendo la misma de la mística de los pobres. De nuevo el viaje en el tiempo. De nuevo revisitarse. De nuevo el movimiento.
5. Viejo mundo
Si en sus primeras décadas Fito podía temer cuál sería su futuro (sobre todo cuando era un artista popular reconocido, con hits, pero con discos vendidos a cuentagotas que se fue a Europa sin un peso, hasta que llegaron los ‘90), en los últimos 15 años parece estar claro que es alguien no solo reconciliado con su legado sino agradecido con él. Que va y vuelve.
En su momento celebró los 30 años de Giros, luego los 20 y 30 de El Amor Después del Amor, y ahora llegaron Del 63 y Circo Beat. Desde ya que hay un motivo comercial, como todos, y quién no aprovecharía a hacer algo así con esas canciones. ¿Pero hay algo que hermane a los dos discos, más allá del aniversario con número redondo en el calendario?
Por lo pronto, el hecho de haber sido dos discos “a las sombras” de otros. Del 63 salió con un Fito en llamas, que tocaba en la banda de Charly, que regalaba composiciones a otros artistas (léase Baglietto o Fabi) y en el medio, viviendo en un pequeño depto de La Boca, le fue dando forma a su primer disco de 9 canciones (una de ellas, “Rojo como un corazón”, del guitarrista Fabián Gallardo, interpretada por ambos en el Movistar Arena), en pleno retorno democrático. Pero en el medio siguió unos meses tocando con Charly y en 1985 ya sacó Giros, la consagración. Los asesinatos de su tía y su abuela. Ciudad de Pobres Corazones. La La La, con Spinetta. Todo en un par de años. Del 63 había quedado viejo entre tanta vorágine, casi olvidado.
Circo Beat, en cambio, tuvo otra cruz en la espalda: El amor después del amor. ¿Cómo hacer un disco después de ese disco? Durante años sufrió críticas, miradas de reojo, demasiado ego, pero en el último tiempo parece haber una revalorización. Con todo, hay una certeza: si cualquier banda actual, o el propio Fito, sacara un disco como ese, sería de los mejores del año, aun con sus altibajos. En medio de tanta fama y el éxito enceguecedor post 1992, con la presión de la discográfica para que sacara nuevo disco, Fito eligió al estilo Sgt. Peppers, volver atrás. A su pasado. Como se escucha en el disco: “Después me voy, adónde voy”, “El tiempo es la ilusión que no vuelve más el tiempo es la ilusión en cualquier lugar”.
El año pasado, en plena gira por los 30 años de EADDA, Páez publicó la primera parte de sus memorias. Como apunta Martín Zariello, Fito siempre está volviendo, revisitando rincones de su vida. En Circo Beat (1994) a Rosario; en Naturaleza sangre (2003) al rock crudo, en Rodolfo (2007) al piano; en El sacrificio (2013) a los tracks malditos descartados de sus discos de los ochenta y los noventa, en Rock and roll revolution (2014) a Charly; en Los años salvajes (2021) a su juventud. “Una de las preguntas que recorre el libro es cuántas veces se puede volver al origen para reconocerse a sí mismo –enfatiza el autor–. La obra entera de Fito es enfática: todas las veces que haga falta”.
6. La banda
Antes de Fito, al escenario del Movistar suben los músicos, en un detallado silencio. Todos de blanco (con cierta emulación a la banda de Charly en 1983 cuando presentó Clics Modernos en el Luna Park que tenía a Fito y Fabi como integrantes), en fila, detrás del líder que está solo unos metros más adelante. Cada uno abocado a lo suyo, dando el matiz al cuadro.
Diego Olivero (bajo, teclados), Gastón Baremberg (batería), Juan Absatz (teclados y voz, clave en la cohesión), Juani Agüero (guitarra y coros), Vandera (guitarra, teclados, voces), Emme, y la sección de vientos Sudestada Horns (Ervin Stutz en trompeta y flugelhorn, Alejo von der Pahlen en saxos, Santiago Benítez en trombón). Sin dudas una de las mejores formaciones del Páez siglo XXI. Sólida, diversa, unida, talentosa, numerosa.
La praxis musical de la banda permite mucho mejor revisitar los discos pasados por el filtro de un sonido actual, que resalta estilos que Fito fue tomando en estos años, en su viaje personal. Así aparece el clima cubano y final jazzero en “La Rumba de Piano”, el tango de «Nadie detiene al amor en un lugar», el swing vocal colectivo de “Soy un hippie”; la densidad de “Cría cuervos” (en la oscuridad del Movistar se escucha “Cría cuervos la Casa Rosada”, con el escudo de Argentina en la pantalla). Es el pasado que se vuelve presente.
7. Subir y bajar
«Lo que el viento nunca se llevó» es uno de los temas de Circo Beat ideales para arrancar una jornada. Es el Páez positivo, a pesar de todo. Levanta. “No me creo que todo haya ido tan mal, prueba el efecto de resucitar”; “Si todo se acabara hoy, yo desearía que termine así”; “Cuando el mundo se pone oscuro, se pone tenso, todo mal, por el mundo yo no me dejo desanimar”. Es uno de sus tantos temas que bien sonaría en vivo, lástima que nunca tuvo lugar en sus set list. Hasta esta gira.
Y es una de sus incursiones melódicas en la práctica de subir y bajar. Hace recordar la anécdota de Fito de cómo tardó tanto en terminar de componer “Cadáver Exquisito”, justamente post Circo Beat. Algo así le dijo a Lalo Mir en el primer programa de Encuentro en el Estudio: “Hay gente que compone con método, gente seria y muy buena, y tiene planes, no está mal. No es mi caso. Yo soy muy caótico, y muchas veces el hecho de no tener planes… he perdido mucho tiempo. Ejemplo, en ‘Cadáver Exquisito’ estuve con la parte A, que es toda descendente… estuve 6 meses, no sabía cómo salir (entona todo el inicio de la canción). El tema era que si sigo para abajo me voy a dormir, tengo que salir de acá porque es undisparate, me duermo, es una porquería. Pero era tan sencillo…. si estás bajando todo el tiempo, no podés estar 6 meses perdido. Si estás bajando todo el tiempo, lo que tenés que hacer es subir».
8. Hay un extraño fulgor entre las flores del alba
El domingo 31 de octubre de 1993, el padre Raúl Spahn atendió el teléfono de la parroquia en Villaguay y escuchó la voz de una mujer acongojada: “Padre, ¿puede atender a mi hija? Está endemoniada”.
Aquel día de octubre de 1993, el padre Spahn fue hasta la casa de María Laura acompañado por su jefe, el párroco Máximo Hergenreder. La encontraron acostada en una cama, con toallas en la cara, rodeada por muchas personas y sujetada por otras. Preguntó por qué tenía toallas. “Porque le damos agua, la toma, y si le pongo unas gotitas de agua bendita sin decir nada, la escupe”, le respondieron.
“Entonces me acerco y empiezo a hablar. No me contestaba, me ignoraba. Hasta que empezó a hablar, pero en inglés, con una cierta fuerza de voz. La nena había hecho la escuela estatal y no conocía el inglés, nadie sabía por qué hablaba en inglés”, contó luego el cura.
Los vecinos ya estaban enterados de la adolescente poseída y organizaban misas, le rezaban a Santa Rosa de Lima, la patrona de la ciudad, para pedir por su “recuperación”.
Durante un tiempo, el caso de María Laura, la adolescente poseída de Villaguay, llegó a ser noticia nacional: una chica a la que exorcizaron porque hablaba en inglés sin haber aprendido el idioma y que respondía con una fuerza sobrenatural. Repetía: ‘I love you, I love you so’ para horror de quienes la rodeaban.
Hoy casi nadie se acuerda. Salvo que quedó inmortalizada en un tema de Circo Beat: “Las tardes del sol, las noches del agua”.
Fito lo trasladó a una letra y música únicas, envolventes, con esa magia negra del Litoral: ‘Niña bonita, mi amor. ¿Qué es esa cabeza gacha? Todos preguntan qué hicimos con vos. ¿Por qué no come ni habla? Algo andará pasando, andará rondando por Villaguay. Hay un extraño fulgor entre las flores del alba. Ella se esconde y sus ojos no ven. Ya, ya no hay registro de nada. Hasta que un día después, algo cambió en su mirada. Solo repite un frase en inglés. Ojos de india sagrada. Y ella no quiso ver sus caras de terror. Lloraba eternamente sola. I love you, love you so. La desesperación, los gritos del horror. Santa Rosa de Lima abandonó su corazón. Y el pueblo decidió que había una razón. Sonaron las campanas, era la fuerza de Dios. El mal tomó su piel, también tomó su voz. Nunca aprendió el inglés, el exorcismo será hoy. I love you, love you so, I love you, love you so’.
En el disco, la canción se esfuma en una coda hipnotizadora de Liliana Herrero, amiga de Fito y nacida en Villaguay. Parecía la voz de María Laura. “El tema de Villaguay, cuenta un poco todo el clima al costado del río, y una chica que se va poniendo cada vez más ostrácica”, lo definió Fito en su momento.
Si bien las canciones de Páez tienen el “yo” presente, en sus canciones alterna su centralidad con historias de terceros. Todos sus discos cuentan con alguna historia donde él ocupa el rol de relator, viéndolas desde afuera. Desde “11 y 6” y “B-Ode y Evelyn” hasta “Polaroid”, “Ahí voy” y “Sasha y Sissí”. En Circo Beat, la gema es precisamente “Las tardes del sol, las noches del agua”. Y verla en vivo, con Emme luciéndose en el rol de Liliana Herrero, es un hallazgo.
En una nota realizada por Federico Anzardi en 2020, el periodista le pregunta al Padre Spahn (que siguió haciendo unos 300 exorcismos desde entonces) si sabe que el caso trascendió hasta volverse canción: “Creo que se llama Fito Páez el que la hizo. La escuché una vez, pero yo no sé mucho de música”. Y retoma la explicación sobre las causas que habrían provocado la posesión de María Laura: “Pero mejor no la publique. Cuando uno se mete, parecen cosas normales, pero no lo son. Abren puertas a un misterio medio difícil”.
9. Final
Se fue el recital, se fue el año. Vamos y venimos. Creo que Fito es ideal para aquellas personas a las que les encanta pensar a la historia como un espiral. Siempre regresamos («todo vuelve, como vos decís»), pero a un punto diferente del que partimos.
Ya el hecho de haber presenciado en vivo que Fito tocase «Tres agujas», «Sable chino», «Un rosario en Budapest», «Normal 1», «Dejarlas Partir», «She’s Mine» o «Lo que el viento nunca se llevó» es un regalo y un privilegio. En ningún caso algo para despreciar, sobre todo en estos tiempos tan aciagos de placer.