Un Miguel Ángel poco conocido, en el que conviven genio y mezquindad, es el retratado por el gran cineasta ruso Andrei Konchalovsky en su nuevo film, «Il peccato», que en estreno mundial cerró como evento especial fuera de concurso la 14a. Fiesta del Cine de Roma.

«El pecado» no transita por ninguno de los lugares comunes del muy trillado género de la biografía fílmico-televisiva, empezando por no estar hablada en inglés sino en un italiano moderno, lo que le corta seguramente muchos mercados, pero le garantiza un mayor realismo.

Tampoco es una biografía completa de Miguel Angel sino que se detiene en un único año, 1512, cuando el artista ya ha terminado la Capilla Sixtina, encargada por Julio II, el papa soldado de la potente familia de los della Rovere, y se apresta a realizar el monumento fúnebre a dicho pontífice, con el célebre Moisés, la obra maestra de su plena madurez, que deberá instalarse en la recientemente construida basílica de San Pedro.

Pero el papa muere repentinamente y el trono papal es ocupado por León X de la familia rival de los della Rovere, los Médicis, que acaban de volver a reinar sobre Florencia, después de haber sido exiliados por la república florentina, por la que había simpatizado Miguel Ángel.

Y los Médicis no tienen la menor intención de «llenar San Pedro con una catarata de mármol» como le dice el mismo papa, y quieren en cambio que Miguel Ángel complete la fachada de la iglesia de familia, San Lorenzo, en cuya cripta están custodiadas las tumbas mediceas, que creará el mismo artista años más tarde.

En 1512, Miguel Angel tiene apenas 37 años pero parece mucho más anciano, debido a su extenuante labor de escultor y arquitecto, su poca amistad con la higiene, su barba descuidada y su conocida avaricia que le hace incluso olvidarse de comer (el actor que lo encarna en la pantalla, Alberto Testone, tiene casi diez más, 46).

Tan envidioso de los otros grandes artistas de su tiempo, Rafael y Sansovino, entre ellos, como seguro de su propio talento, Miguel Ángel no vacila en utilizar el dinero adelantado de sus mecenas para operaciones inmobiliares y otros asuntos privados. Y su orgullo innato no le impide prosternarse ante los poderosos que son los que le permiten la necesaria libertad creativa.

Konchalovsky y su coguionista Elena Kiseleva soslayan la homosexualidad del artista, pero ahondan en la obsesión perfeccionista que caracteriza su obra y que lo lleva a estar perennemente insatisfecho de la misma.

Si Miguel Angel no sale muy bien parado de la descripción que de él hacen los guionistas, peor salen los poderosos de su tiempo, Julio II (Massimo De Frankovich), su sobrino Francesco Maria della Rovere (Antonio Gargiulo), el repulsivamente obeso León X (Simone Toffanin), su sobrino, el cardenal Julio de Médicis (y futuro Clemente VII) (Nicola de Paolo) o el marqués Malaspina, dueño de los yacimientos de mármol de Carrara (Orso Maria Guerrini) que no escatiman presiones y atropellos sobre el artista al que, aun reconociendo su genio, no dejan de considerarlo un servidor, incluso amenazándolo de muerte, de cárcel y de torturas. 

Pero el film se distingue también por sus valores técnicos, la escenografía de Maurizio Sabatini que ha sabido combinar los grandes monumentos de la Roma y Florencia del siglo XVI con la suciedad de la época, el vestuario de Dmitry Andreiev, sobre todo en el fasto de los trajes de la nobleza, y sobre todo la fotografía de Aleksander Simonov que lo convierten en un objeto de lujo además de una lección de historia que derrumba con coraje mitos que son duros de morir.

«El pecado», título de significado misterioso para este cronista, es un digno broche de oro de una reseña como la Fiesta del Cine que sigue descubriendo películas como «Waves», «Judy» y «The Irishman» que luego acapararán premios en las jornadas de los Oscars o de los César franceses como con «La belle epoque», «Fête de famille», «Deux» y «Le meilleur està venir».

Una reseña que ha dejado casi completamente de lado al cine latinoamericano, con la única excepción del colombiano «Tantas almas» de Nicolás Rincón Gille, que evocó con toque poético la sangrienta guerra civil en ese país.