La cuarta jornada del 76° Festival de Venecia habla castellano en sus diversas variantes: guatemalteco, chileno y hasta argentino, pero terminó dominando la escena el muy esperado Joker de Todd Phillips, con un insuperable Joaquim Phoenix, fuerte candidato para la Copa Volpi a mejor actor.
Es español (pero en gran parte francés por razones más de coproducción que argumentales) el idioma con el que el cuarto largometraje de Rodrigo Sorogoyen, Madre, se consagra como el más interesante de los jóvenes directores (38 años) de su país después del multipremiado El reino, que arrasó con los Goya y los EFA (equivalentes europeos al Oscar estadounidense) el año pasado.
En cambio, La llorona tiene acento guatemalteco, se trata del tercer largometraje de Jayro Bustamante, quien se reencuentra con María Mercedes Coroy, su protagonista de Ixcanul (El volcán), que lo consagró internacionalmente en 2015. En esta historia, un general genocida paga sus crímenes por voluntad de su propia familia.
Y finalmente es chileno el idioma del único film latinoamericano en concurso, Ema, de Pablo Larraín, que cuenta la historia de una familia extendida que es llevada hasta sus últimas consecuencias. También de este país es El Príncipe, ópera prima de Sebastián Muñoz, seleccionado por la Semana de la Crítica. El film trata sobre la educación de un adolescente en la cárcel y donde encuentra cabida el acento porteño de Gastón Pauls en un rol protagónico al lado del magistral Alfredo Castro.
Madre es la historia de una mujer que no se resigna a la pérdida de su hijo de seis años, abandonado por su padre en una playa francesa y tal vez raptado por un pedófilo. La muer se va a vivir a ese lugar con la esperanza de reencontrarlo vivo. Diez años después, Elena cree reconocerlo en Louis, que en la actualidad tiene la edad que tendría su hijo y que se enamora de ella en una relación que se vuelve cada vez más complicada por la ambigua mezcla de amor maternal y sexual.
María Nieto, que fue protagonista del corto homónimo del mismo director de hace dos años y que sirvió de base al largometraje, está espléndida en su caracterización con una dolorosa escena en la que ella se reencuentra después de diez años con el padre de su hijo y culpable de su desaparición. También es para destacarla actuación del debutante francés Jules Porier.
Después de dos films dedicados a la situación de las minorías indígenas y homosexuales de su país, Bustamante afronta un tema más anclado en lo estrictamente político: el de las consecuencias de la la dictadura vivida por su país el siglo pasado en la figura de un general genocida, condenado por un juez y absuelto por la Corte Suprema, que recibe su merecido en el seno de su propia familia. El director absorbe el realismo mágico latinoamericano y lo vierte en escenas de una angustiante belleza que adornan un relato que de otra manera hubiera sido meramente realista.
Después de una serie de films centrados en la historia próxima de su país y específicamente el de la dictadura militar pinochetista, como Tony Manero, Post Mortem, No y Neruda que lo hicieron famoso en todo el mundo, Larraín enfoca un tema completamente privado, el de una mujer que recupera un hijo adoptado que había abandonado, ampliando su familia original con amantes varios que incluyen a los nuevos padres adoptivos del niño. Dilatado por momentos, repetitivo en otros, el film de todos modos logra sorprender al espectador y le hace descubrir una nueva faceta en la carrera de su director.
Sebastián Muñoz descubrió en un negocio de libros usados un bestseller porno gay de Mario Cruz, una verdadera novela de formación con un adolescente que aprende las leyes de la cárcel gracias al amor y la protección de un adulto, y contrapone este universo concentracionario con la esperanza e ilusión de libertad que despertó en su momento el gobierno de unidad popular de Salvador Allende. Alfredo Castro, que recibió una ovación por parte del público italiano por los films de Larraín y por haber trabajado también en Italia, ofrece una de sus magistrales interpretaciones mientras Gastón Pauls recorta una delicada silueta de argentino, su rival en amores.
Pero es Joker el centro de atención de la cuarta jornada y no sólo por la presencia estelar de Joaquin Phoenix, fuerte candidato de la Copa Volpi como actor que ya recibió en Venecia en 2012 por The Master, sino porque se trata del gran blockbuster del último cuarto del año, seguramente ganador de muchas candidaturas a los próximos premios Oscar.
Pero el film de Todd Phillips no es una película taquillera típica, por el escaso regodeo en la violencia, por el tono sombrío de la narración y por la obsesiva presencia del protagonista. Phillips y su coguionista Scott Silver se inventan una biografía del Joker, anterior a la historieta, en la que Bruce Wayne aparece solo como niño, testigo de la muerte de sus padres.
Arthur Fleck, en efecto, no es un criminal, sino un fracasado que no logra hacer reír, el incumplido objetivo de su existencia, y es esa tragedia la que lo lleva al crimen y lo transforma en el archienemigo de Batman. Phillips realiza con este el mejor film de su carrera, el más ambicioso y ambiguo y con el que logra realizar un éxito que escapa a los dictámenes del género.