Uno de los films más esperados del 74º. Festival de Venecia, si bien exhibido fuera de concurso, era sin duda Zama de la argentina Lucrecia Martel que sorprendió en intrigó a la platea de periodistas presentes en la proyección anticipada para la prensa.
Inspirado en la novela homónima de Antonio di Benedetto, que cuenta en soliloquio las desventuras de un corregidor criollo en tiempos de la Colonia, el film no solo era muy esperado por estrenarse a distancia de nueve años de su tercer largometraje, La mujer sin cabeza, mal recibido injustamente en Cannes en 2008, sino también por el largo período de gestación.
Fruto de una multiproducción entre Argentina, Brasil, México, España, Francia, Portugal, Holanda y Estados Unidos, Zama es una suerte de Aguirre con un personaje central más desvalido y resignado y sin la locura obsesiva que caracterizaba al film de Werner Herzog.
En concurso, en cambio, descollaban en la segunda jornada tres magníficos candidatos: The Shape of Water, la película más redonda hasta el momento del mexicano Guillermo del Toro, con su nuevo enfoque de la vieja historia de la bella y la bestia entre una modesta fregona y un ser anfibio sacrificado al altar de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética; First Reformed con el que Paul Schrader recupera finalmente la carga de sus primeros guiones (Taxi Driver) y sus primeras películas (Mishima, Hardcore), contando de un cura que por amor deja de cometer un atentado terrorista, y The Insult del libanés Ziad Doueiri, donde un banal altercado entre un cristiano y un palestino se convierte en una metáfora del odio religioso que provocó veinte años de guerra civil en Líbano.
Zama, en cambio, sin ambición de premios, se presenta como un producto que no es un film histórico, un panfleto político o un canto a la naturaleza sino que los supera y los engloba en una confección que con ritmo pausado, pero insistente, sumerge al espectador en un mundo a la periferia de un imperio donde en lugar de las riquezas aztecas o incas, los diferentes gobernadores medran miserablemente con el contrabando y la venta de prebendas.
Diego de Zama (un magnífico Daniel Giménez Cacho) es un corregidor que atiende más que a su oficio de encargado de justicia a que el rey le conceda establecerse en España como recompensa a los servicios prestados a la corona. Demás está decir que haber nacido en la colonia lo vuelve ciudadano de segunda clase y su carta, si alguna vez fue enviada, no recibirá respuesta y Zama terminará dando la caza a un inasible bandido.
El film se enriquece con múltiples planos donde transcurren acciones paralelas que a veces no tienen nada que ver con la acción principal pero que terminan por dar una pintura fiel de la sociedad de la época, valiéndose de una esmerada fotografía del brasileño Rui Poças.
Con La forma del agua, Guillermo del Toro, el tercero de los tres mosqueteros del cine mexicano en el exilio, junto con Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, infaltablemente citados en la lista de agradecimientos, narra una subyugante historia de amor y suspenso que el director mexicano condimenta con amplias secuencias del cine escapista de Hollywood de los años 40 (hasta está Carmen Miranda con su inmortal Chickaboon), famosas canciones de la época y un toque de cine de espionaje, donde no falta el policía racista ni el espía soviético bueno.
Sally Hawkins es la fregona muda que ayuda al monstruo a escapar del encierro y de paso proporcionarle un poco de esparcimiento sexual, Michael Shannon el policía sádico y racista, Richard Jenkins el viejo homosexual que ayuda a la protagonista mientras el ser anfibio se parece como dos gotas de agua a ese El monstruo de la Laguna Negra que es una de las películas favoritas de Guillermo del Toro.
Toller es un pastor protestante en crisis religiosa cuando descubre que la iglesia es cómplice de algunos desastres ecológicos y decide convertirse en terrorista ambiental hasta que es salvado por el amor de una joven viuda. Filmada con un rigor minimalista que resalta la dureza de un guión magníficamente confeccionado por el mismo Schrader, First Reformed vuelve a colocar al cineasta en el panteón de los hombres ilustres de Hollywood.
Excelente también El insulto donde un banal altercado entre un cristiano y un palestino desata una serie crecientes de represalias que destruirán a los protagonistas y a todo el mundo que los rodea.
Ziad Doueiri es un cineasta libanés nacido en 1963, en plena guerra civil, que lo ha marcado para siempre con su violencia y su intolerancia. Este es su cuarto film, escrito siempre con su fiel colaboradora, Joelle Touma, pero por la importancia del mensaje, por la concisión narrativa y por su capacidad de describir la irresistible progresión dramática, puede ser considerado como su obra más adulta y completa.