Durante años hubo en la estación de tren Federico Lacroze, a la derecha de la entrada que da a la avenida homónima, un stencil con el piojito que era la imagen de Los Piojos. Como ese logo fue cambiando a lo largo de los discos no recuerdo si era el de boca abierta de Tercer arco o el cibernético de Maquina de sangre o el oriental de Civilización. O quizá fuera el de boca cerrada de Ay ay ay o el del hachazo en el ojo de Azul o el marino de Ritual. Pero sí recuerdo que me producía mucha admiración que alguien hubiera puesto al piojito justo ahí.
Parecía un cartel oficial de la estación; si la banda se llamó así por la canción “Piojos del submundo”, incluida en Fabiana Cantilo y los Perros Calientes, entonces el símbolo de la banda anunciaba el comienzo del submundo piojoso. Y lo hacía donde tenía que hacerlo: en esa mezcla de tren, atardecer y principio del suburbio que es la estación Federico Lacroze. El ideólogo del stencil, un artista conceptual zarpado, había captado eso y, anulando la división entre arte y vida, había transformado la estación en un portal a la dimensión piojosa.
Detrás de la estación y del stencil estaban, en efecto, los mocosos y la gente colgando del tren como racimos y la chica viajando en el tercer vagón y las pistolas y la caída de la tarde en esta parte del mundo, que encontró en Ciro a uno de sus poetas: “Si dijéramos que el sol cae sin ganas / en el cielo cuando el cielo está escapando”, escribió con gracia infusa.
También un paisaje cada vez más abierto, como las vocales cantadas por Ciro; si en la primera parte de “El farolito” se escucha “Es tan difícil decir / todas las cosas que siento”, en la segunda hay una variación: “Es tan difícil de ser / todas las cosas que siento”.
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Después vendrían el éxito masivo y los estadios y la plata, pero en un primer momento eran apenas unos pibes al lado del tren, y el tren era una manera de ver el mundo y una categoría existencial y un cristal por el que pasaba la realidad: la primera parte de su discografía está imantada por el tren, que aparece en la tapa de Chactuchac. La onomatopeya, por lo demás, parecía imitar los rumores ferroviarios del suburbio y tenía por modelo el paso de las formaciones de las líneas San Martín y Urquiza; el primer verso de la primera canción de ese primer disco decía: “Estoy así, tan triste ves / estoy atado sobre tu riel”.
En Ay ay ay, el segundo, la canción homónima habla del “techo del tren” y del colgarse “del tren como racimos” y está el ruido de la barrera que anuncia el paso inminente y no se entiende si Andrés Ciro canta “Mirando la vía pasar” o “Mirando la vida pasar”; la confusión es fértil.
En Tercer arco, el tercero, está “Al atardecer”: cima de una poética hecha de suburbios y trenes y caídas del sol; cuando se cumplieron veinticinco años de la edición de ese disco, que fue el que los llevó definitivamente a la masividad, Ciro hizo un video con su nueva banda que transcurre casi siempre adentro o al lado de un tren.
Las apariciones en prensa iban por el mismo lado: en principio era Ciro el que hablaba del tema: “El tren es ritmo, potencia y suciedad. Un lugar de inspiración total en que miles de personas pueden compartir una historia si se lo proponen”. Pero no era solamente él. Pablo Schanton lo entrevistaba para el Suplemento Sí de Clarín y tomaba la decisión terminar la nota de esta manera: “Se levanta después de una pausa. abre el armario donde guarda sus venenos y su equipo de fumigador. Hay que ir a trabajar. Otra vez viajar, en el tren ‘colgados como racimos’”. Lo mismo sucedía con los editores del Suplemento No de Página/12, que aprovechaban una frase de Ciro sobre los desafíos que había traído la masividad y elegían titular “Nos habíamos subido a un tren infernal” una entrevista. En un número de la Cerdos y peces, finalmente, Vera Land entrevistaba a Ciro y le proponía: “Contame algo de tu historia personal, si querés”. Respuesta: “Íbamos en un tren y le pido a mi madre la partida de nacimiento porque la necesitaba…”.
Era el final de los ochenta y el principio de los noventa. Era el menemismo, y el tren y el conurbano eran la expresión espacial de lo que Los Piojos entendieron como una exclusión: el suburbio era lo otro del mainstream capitalino. En esa misma edición de Cerdos y peces Ciro habla del arte como búsqueda de identidad: “En una guerra terrible como Malvinas, tal vez si justamente hubiesen bombardeado Barrio Norte eso hubiese ayudado a definir una identidad”. El diálogo con Charly García, que había titulado “No bombardeen Buenos Aires” una de las canciones de Yendo de la cama al living, y que en una estrofa de esa canción había incluso pormenorizado “no bombardeen Barrio Norte”, es tan implícito como evidente. La diferencia estética era geográfica.
(Muchos años después, entrevistado por Julio Leiva para el programa Caja Negra, Ciro contaría un encuentro en el que Charly García, entre bromas y veras, le espetó un “¿y vos quién sos, suburbano?”. “Ese fue el insulto”, cerró Ciro.).
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Curiosamente nacido en Barrio Norte, el crecimiento de Andrés Ciro consiste en un lento y distraído avance sobre un suburbio al que nunca perteneció del todo. “Mejor que estar es llegar”, dice el adagio. Hasta los diez años vivió en Villa del Parque y a esa edad se fue a Ciudad Jardín, en El Palomar. Cursó un año de la Carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (en una entrevista incluso se define como “un pibe que llegó a la facultad”). También actuó en una versión de Romeo y Julieta en el Centro Cultural Rojas: intentemos imaginar a otros referentes del rock barrial en una obra de Shakespeare. Hasta puede leerse el “Julieta mía, estoy colgando de la escala” que se escucha en “Arco” de Ay ay ay como una huella de esa actuación.
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“Suburbano”, le dijo Charly a Ciro. Vicisitudes biográficas aparte, el mote es certero. En Civilización, el último disco de Los Piojos, hay una canción que se llama “Unbekannt”. Es la palabra alemana para “desconocido”: en 2006 Ciro había ido al Mundial de Fútbol en ese país y había compuesto una canción sobre el hecho de que la gente no lo parara por la calle. Lo más interesante del tema es cómo Ciro, habiendo accedido a otros lugares, mantuvo el molde de la experiencia: los trenes ya no salen de Chacarita u Once hacia el oeste sino de la Hauptbahnhof berlinesa. Tampoco son el lugar marginal y tercermundista que eran en los primeros discos de la banda. Pero los elementos son los mismos; sólo que a la policía no se la coimea, la chica tiene ojos azules, la gente está tranquila y los chicos juegan en el agua. Él, en tanto, sigue diciendo: “miro el sol caer / sobre la ciudad”.