El domingo pasado, en la tarde noche, Telefe programó Esperando la carroza, la película emblemática de Alejandro Doria, con China Zorrilla, Luis Brandoni, Antonio Gasalla y gran elenco. Un hiper clásico del cine argentino, que data de 1985 y que cuenta con sus propios fanáticos y hasta un film que cuenta el derrotero de esos fans: Carroceros.
Telefe acostumbra programar los domingos por la tarde películas que por alguna razón revisten la categoría de clásico. Sin embargo, la historia legendaria del desencuentro entre Mamá Cora y sus hijos rompió el rating: más de 9 puntos de promedio con picos de 11. ¿Cuántas veces la emitieron? Miles. ¿Cuántos de los que la vieron el domingo ya la habían visto? Casi todos, probablemente. Algunos nuevos televidentes, acaso, hayan reconocido algún meme. De una pasada no necesariamente rigurosa se pueden encontrar no menos de una docena: desde el inmortal “tres empanadas” hasta los chistes de humor negro con la escena del velorio en el hogar, hoy prácticamente inexistente.
El reafirmado éxito, llama a volver la mirada sobre este invencible del cine argentino. El título: Esperando la carroza, hoy perdido en el laberinto de los paratextos, remite a los años en los que los finados eran llevados desde sus casas, donde habían muerto o donde eran velados, hasta su morada final en el cementerio en carrozas tiradas con caballos. Así eran todavía los velorios en los ‘60 de Montevideo cuando Jacobo Lagsner escribió la obra teatral.
Esta obra forma parte de un género muy popular en la Argentina y Uruguay a mediados del siglo XX: el grotesco criollo. Un género que se nutre de dramas sociales, conflictos de subjetividad y humor corrosivo a partir del uso del lenguaje coloquial mezclado con distintas formas del lunfardo urbano o rural, según los casos y los ejercicios.
Alta comedia
La obra se estrenó en el teatro de Buenos Aires en los ‘70 y fue llevada a la TV en el ciclo Alta Comedia (China Zorrilla, por ejemplo, ya formó parte de aquella experiencia). Sin embargo, la versión cinematográfica de 1985 le agregó dos componentes fundamentales: la pintura de una época y un cruel correlato de la vida cotidiana de la Argentina post dictadura.
Esa pintura de época junta el empobrecimiento de la clase media urbana –que se ve de modo explícito y descarnado en la escena de las “tres empanadas” pero también al corroborar como vive Emilia, la hermana pobre, o el mismo Jorge quien se las arregla para mantener a su madre como puede– junto con el lado opuesto: Antonio, es el hermano “garca” que hizo dinero durante la dictadura (“trabajando para la pesada”, dice Matilde en uno de sus exabruptos más celebrados) y empieza a corroborar como sus ex compañeros de atrocidades empiezan a caer presos.
Pero la pintura de época no termina ahí: hay una trama subterránea de amores prohibidos entre cuñados que deja ver un claro componente de cómo operaba el patriarcado sobre la subjetividad femenina. Resultaba intolerable para esas mujeres casadas que se dude sobre su fidelidad, mientras para los hombres el único problema es que se trata de “chusmeríos”. No obstante, la revolución de las hijas estaba en marcha: Matilde, la hija del matrimonio protagonista, primero advierte que la esterilidad puede ser masculina además de femenina, advierte que “puede ya no ser virgen” y aparece examinando una revista erótica con su amiga/vecina. Escondida en el humor, como las mejores transgresiones, y sin pretensiones pedagógicas aparece el cambio generacional.
Gran casting
Uno de los grandes logros de la dirección de Alejandro Doria está en el casting: como si hubiera formado una selección, supo ubicar a cada actor en su lugar exacto. Julio de Grazia hace de un perdedor sin atenuantes que no encuentra paz en ningún orden de su vida: no cuenta con el respeto de su familia, es presionado por su esposa y no puede controlar a su madre. Luis Brandoni, en otra muestra de que es un extraordinario actor, encuentra su papel definitivo. Lamentablemente, con el paso de los años, su personalidad se convirtió cada vez más en Antonio Mussicardi. Antonio Gasalla, por su parte, compuso un papel que lo acompañaría por el resto de su carrera: Mamá Cora, una anciana que en ejercicio de la “impunidad de la vejez” –como decía Oscar Steimberg– decía las verdades más dolorosas. En tanto que Mónica Villa interpreta a la “tía Susana”, un personaje clave para el grotesco criollo, la que “hace de loca” pero en los hechos termina siendo la voz más racional y reflexiva de la narración. Pero si hay un papel asignado con maestría es el de Elvira: China Zorrilla se pone la película al hombro y regala una actuación consagratoria. Maneja todos los climas y hace que termine pareciendo simpática esa nuera-cuñada-concuñada malvada y confrontativa que tiene un lugar selecto en el costumbrismo argentino.
Esperando la carroza es un clásico. Como decía Borges, los clásicos se leen “con previo fervor y misteriosa lealtad”. No hace falta justificar por qué nos gustan, le tenemos más paciencia que a las novedades. Sin embargo, esos clásicos no son solo las antigüedades, los clásicos se construyen con gracia, con talento y con sentido de la oportunidad: tocar la fibra correcta en el momento justo.