Érica Rivas interpretó, hace 15 años, a la inolvidable María Elena Fuseneco en la tira “Casados con Hijos”. Recientemente, trascendió que la actriz fue desvinculada de la obra de teatro que se llevaría a cabo en vacaciones de invierno debido a sus exigencias respecto del guión. Rivas brindó su versión de los hechos a través de un comunicado en su cuenta personal de Instagram, en donde puntualizó su preocupación desde un primer momento por “el mensaje general y las ideas que se exponen a través de los chistes”. La versión que habría dejado entrever la productora posteriormente es que la intérprete pretendía demasiados cambios en la obra. Demasiado feminismo.
No cabe duda que la tira “Casados con hijos” es un éxito consolidado. Le pese a quien le pese, desde hace más de una década sostiene un rating sorprendente, incluso durante las repeticiones crónicas que Telefe hace realidad todos los sábados. Sin embargo, los valores que expresan sus chistes hoy pueden observarse de otra manera.
Al ser confirmada la noticia de que el clásico televisivo sería llevado al teatro y que el elenco original estaría presente en su totalidad, la opinión pública dirigió su mirada hacia Florencia Peña y Érica Rivas. Ambas actrices habían manifestado en el último tiempo su compromiso ideológico con el feminismo y ahora debían pasar la prueba definitiva: Moni y María Elena ¿también deben ser feministas?
El problema con esta pregunta es que dispara más polémicas que cuestionamientos certeros. En primer lugar, pone de manifiesto una noción aún enquistada en la opinión pública: aquellxs comprometidos con ciertas causas deben acreditar un historial de consistencia ideológica, por lo menos a partir de que deciden exponer sus posturas. Sin embargo, no existe (por suerte) un vaso medidor que nos indique las cantidades de feminismo que debe llevar un producto cultural para que este pueda considerarse “feminista”.
De la misma manera, la problemática gestada en torno a la desvinculación de Érica Rivas no radica en que ella quería un “guión feminista” y sus compañerxs o lxs guionistas prefirieron un “guión machista” (haciendo un reduccionismo tóxico y falaz) sino que simplemente, en su rol de intérprete, la actriz deseaba sentirse cómoda con su personaje. Para ello, pidió como condición, concedida por la producción, revisar el guión y poder realizar sugerencias en torno a este. Es aquí, en la incomodidad manifestada por la actriz frente a los chistes y lugares a los que estos apuntan, que verdaderamente entra en juego el feminismo.
El decirse a uno mismo feminista no significa rotular todas nuestras acciones como tales, sino que implica dar cuenta del gran sistema de opresión del cual muchxs de nosotrxs somos parte (como opresorxs, reproductorxs o como víctimas) y hacer algo al respecto. Pero al hacerlo nos encontramos con algo que nos horroriza: en muchas ocasiones fuimos parte de la violencia, la avalamos y nos reímos con ella. Llegar a la conclusión de que en un momento éramos la persona que hoy despreciaríamos ser, es verdaderamente muy incómodo.
Es aún más incómodo cuando esta revelación choca con un mundo que no cambió a la par de nosotrxs. Es en ese momento en que el desafío se acrecienta, ahora no sólo sentimos una incomodidad con nosotrxs mismxs sino también esta se traslada a nuestras relaciones interpersonales, personales y laborales.
Érica Rivas aceptó un trabajo y manifestó su necesidad de sentirse cómoda con aquello que su personaje y la historia reflejaban. Expresó su voluntad de hacer humor desde un lugar diferente, uno que ahora no le sea ajeno. La actriz se sintió incómoda no porque alguien se lo haya hecho sentir, sino porque el feminismo la puso en ese lugar. Un lugar molesto, pero necesario. También la enfrentó con otra realidad que es que, cuando manifestamos nuestra incomodidad ante la norma, podemos perder oportunidades de trabajo.