Erica Rivas vuelve al teatro con una propuesta que la encuentra como actriz, autora y productora junto a Martín Rechimuzzi. La ocasión del reestreno resulta propicia para que la prestigiosa actriz hable de lo que significó Urdapilleta en su vida, de las diferentes formas de encierro, de cine y liberación femenina y de la violencia laboral y de género a la que están expuestas las mujeres y otras identidades no hetenormativas y antipatriarcales.
En ¿Qué pasa hoy acá? Rivas y Rechimuzzi invocan a espíritus paraculturales noventeros para abordar con humor excesivo el atribulado presente.
–¿Cómo describirías ¿Qué pasa hoy acá??
–Con Martín lo describimos como un happening. Creo que es la palabra que mejor define al espectáculo y nos define a nosotros como autores y actores. Porque tradicionalmente lo que llamamos happening, nos habla de lo que está pasando en este momento. Como lo adelanta el título de la obra: tiene que ver con lo que está pasando ahora, con lo que vamos olfateando, con lo que necesitamos nosotros, con lo que creemos que se necesita decir, aunque a veces incomode. Como la escribimos nosotros dos, la vamos armando y formando a partir de lo que vamos sintiendo, de lo que va apareciendo en cada función y en cada lugar en el que la hacemos. Lo que es seguro es que nuestra intención primera es reírnos y hacer reír. Es un espectáculo para pensar, pero fundamentalmente para reír.
–¿En qué tradición o referentes pensás con la idea del happening?
–Es una evocación a los espíritus del Parakultural de los ’80 y ’90. A todos ellos, pero sobre todo a Alejandro Urdapilleta y a toda esa movida cultural. A esa necesidad que tenían esos artistas de salir de lo que se venía y pasar a otra cosa, a una cosa nueva. Salir de la dictadura, salir del asco, la exclusión y la ostentación obscena de unos pocos del neoliberalismo, salir del binarismo sexual o de género en el cual todavía estamos. Para eso, era necesario reinventar todo, que el arte lo revuelva y volverse contra lo establecido. Que te pongas una peluca y saques todo a pasear. Lo que hacían desde el Parakultural era algo irreverente y subversivo. En estos tiempos actuales sentimos que es necesario barajar y dar de vuelta.
–¿Cómo fue tu relación con el Parakultural?
–Yo era joven en los ’90, venía de Ramos Mejía, no estaba muy cerca. Pero tuve la suerte de encontrarme en el 95 como compañera de trabajo de Urdapilleta. Él, para entonces, ya había estado en el Parakultural y en distintos lugares. En el momento en que lo conocí estaba en Ave Porco. Obviamente, yo ya lo había visto en los programas de El palacio de la risa de Antonio Gasalla. Lo que hacían en ese momento con Tortonese era algo que no se había visto nunca en televisión abierta y que probablemente no se haya vuelto a hacer. Era algo revulsivo con lo establecido, era revolucionario en el buen sentido, tenía algo sexual prohibido y algo libertino. A mí me producía sentimientos de miedo y de ganas, pero sobre todo miedo. Como si hubiera una puerta que había que atravesar y me llevaría a otro mundo.
–¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Urdapilleta y cómo influyó en tu carrera artística?
–Cuando lo conocí a Urdapilleta me enamoré de su trabajo, de él como persona, de su cuerpo, de su voz, de su forma de pensar y amar el teatro, de amar lo que hacía. Para mí lo cambió todo. Me acuerdo que él siempre me contaba que cuando era más chico y estudiaba teatro, iba a marchas políticas donde cantaban: «No somos putos, no somos faloperos…». Y que él de repente se quedaba medio impávido porque pensaba: «Yo soy las dos cosas: Soy puto y falopero. ¿Qué hago? Tampoco soy montonero. Yo no podía estar ahí», me decía. Era eso de sentir que no pertenecés a ningún lado, ni siquiera al lugar de revolución. Era para comérselo a besos, con esa mirada que tenía, con esos ojos tristes.
–¿Cómo llevaron al escenario estas ideas?
–Estructuramos la obra en tres sketches fijos. En mi caso interpreto a tres mujeres distintas, en el caso de Martín son dos mujeres y un ser que no se sabe si es mujer, varón, no binario o algo indefinible en término de géneros. A partir de ahí trabajamos los tópicos que nos interesan y que sentimos que podemos manejar. Nos ponemos las pelucas y el vestido de Urda y tratamos de evocarlo partiendo de conflictitos que nos imaginamos. Según detectamos nosotras en los sketches de Urda y Tortonese aparecía un conflicto generalmente a partir de una situación de encierro. El resultado final fue pensar tres formas de encierro: el encierro de los cuerpos, el encierro del tiempo y el encierro de las palabras. Nos percatamos de eso y al toque vino la pandemia.
–Están anunciando el próximo estreno de Casados con hijos. Teniendo en cuenta la repercusión de tu papel de María Elena, lo mucho que se te va a extrañar y los motivos injustos de tu ausencia es insoslayable preguntarte qué sentís y qué querés agregar sobre la cuestión
–Primero pienso que el tema está agotadísimo. Ya a esta altura coincido con la gente que no quiere saber más nada. Pero sigo declarando sobre el tema porque creo que cada vez se agrega un nuevo sentido, sino no lo haría. Soy militante feminista y tengo la convicción de que hay que seguir agregándole sentidos a las cosas que hacemos y a las decisiones que tomamos. Más allá de que me duelen muchas cosas: me duele no estar ahí, me duele estar siendo degradada en esos programas de chimentos en los que nunca quise participar, me duelen los mensajes de odio que recibo después de eso, me duele que lo que quiero decir no se entienda porque lo tergiversan todo y lo tenga que explicar más de veinte veces. Pero también sabemos que, como mujer, hay que explicar cinco veces lo que un varón tiene que explicar quizás una sola vez o ni siquiera lo necesite explicar. Para mí, hablar de mi despido de Casados con hijos es hablar de violencia laboral y violencia de género, es tener que afirmar que te echen por ser mujer y feminista, y son cosas que pasaron y siguen pasando. Y no solo a mí. No me echaron porque yo soy una hinchapelotas. O sí, pero puedo resultar hinchapelotas porque soy feminista y discuto lo establecido. El lugar de privilegio que tengo a partir de la exposición mediática me parece importante ocuparlo contando que en los trabajos pasa esto. Lo hago para que otras personas que también lo viven o lo vivieron se sientan reflejadas, para que lo vean quienes están en una situación similar a la mía. Personas a las cuales despiden de sus trabajos porque cuestionan algo. Y te echan, o sea, te pueden echar porque sos feminista o porque sos peronista o porque sos lo que seas. Es importante visibilizar esto para que otras personas que están en una situación similar a la mía no se sientan solas o locas o lo que sea, porque es como te hacen sentir. Más allá de que esto no tendría que suceder, que te echen por cuestionar, claro está.
–¿Cómo hubiera sido la María Elena ideal?
–A mí me encantaría haber estado ahí, que estemos todos los mismos, el mismo director también, Claudio Ferrari, que es un genio, que todo se repensara y darle a la gente algo bueno y gracioso. También me hubiera gustado que haya guionistas y autoras mujeres. A su vez, no puedo dejar de pensar que, quizás entonces no estaría haciendo ¿Qué pasa hoy acá? y estoy tan feliz de estar haciéndolo. Con Martín somos productores, podemos decidir que las entradas tengan un precio popular para que la gente pueda venir sin que sea un problema económico. Me da mucho placer el lugar en el que estoy ahora. Y esto más allá de que recibo un montón de mensajes de odio y me encantaría ser más fuerte y que me resbalaran. Tengo que hacer un trabajo con eso que me cuesta muchísimo. Mientras tanto sigo siendo lo que soy. Visibilizando lo que puedo y sigo agregando capas de sentido a lo que pasó. Si no parece una cosa caprichosa. Nos pasa eso a muchas en ciertos lugares por ser feminista y mujer, evidentemente tengo una doble pertenencia que incomoda. Estoy abrazando a un montón de mujeres (y a todes les que no somos varones blancos heterosexuales), que no se animan o que se animaron y también a las que echaron, pero no solamente del trabajo, sino también de la casa, de sus familias. Si no pareciera que discutir y ser feminista pasó de moda como intentan hegemonizar desde ciertos discursos. Eso es muy raro y no creo que pase en otras partes del mundo. Yo mandé un mail privado y lo expusieron en un programa de chimentos. El mail privado se lo había mandado sólo a hombres y eso no me parece casual. Entonces pareciera que siempre tiene un costo, siempre se paga un alto costo por ser mujer y feminista. Como Urda, que pagó un precio alto por autodefinirse puto y falopero. «
¿Qué pasa hoy acá?
Happening teatral con Érica Rivas y Martín Rechimuzzi. Octubre: 7, 8, 16 y 30. Noviembre: 4, 13, 20 y 24. Diciembre: 1, 8 y 9. Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131.
Historias de película, historias de liberación
La Julieta de Por tu culpa, la Romina de Hasta que la muerte los separe, la Luisa de Los sonámbulos, entre tantas otras, fueron personajes emblemáticos de la trayectoria cinematográfica de Érica Rivas, que le permitieron explorar arquetipos y conflictos femeninos muy relacionados con el presente histórico y sobre todo con las luchas feministas a las que adhiere.
–¿Qué mujeres creés que reflejaste en el cine?
–Siempre es la historia de la liberación, de una forma u otra. Es como cuando el esclavo no puede hablar de otra cosa. Vivimos en un mundo donde estamos con libertades muy acotadas en distintos ámbitos. Podemos hablar con distintas historias, pero siempre como mujeres estamos hablando de lo mismo. Cuando me di cuenta de esto, que no fue hace mucho, la verdad es que me angustia bastante. Es loco, es como el mito del eterno retorno, hay algo que no pude salirse de esta temática. Y a la vez es lógico que sea así.
–¿Sentís que tus mujeres de ficción se liberan?
–Desde un tiempo a esta parte, a mí me está pasando que siento que la historia y lo narrativo pasan por un lugar, pero hay otra parte que es el paisaje que puede ser visual o sonoro, que también está hablando, operando, pero tiene otro volumen. Como si te dijera que es otra cosa, que no habla solo de la libertad esa cosa tan necesaria, tan preciada, tan increíble que no vivamos a esta altura del mundo todos los seres que lo habitamos. Siempre trato de pensar que hay un momento en que hay una liberación, como sea, la posible, la que ese personaje pueda. Sentir que hay algo que puede estar mejor. Es como decimos siempre en las marchas. Estamos marchando, estamos luchando por nuestros derechos y sabemos que las conquistas de algunos de esos derechos no las vamos a ver. Pero hay que seguir. Hay que pasar la posta, en algún momento va a estar bueno. Aunque no sabemos cuándo.