El final es cantado, pero irresistible. El sexto anillo de Michael Jordan y los Chicago Bulls, la imagen icónica de la pelota volando hacia el aro para derrotar nuevamente a Utah Jazz y sentenciar la gloria para el jugador más asombroso e influyente de la historia del básquet. «The Last Dance» («El último baile»), el documental producido por ESPN y difundido en todo el mundo por Netflix, impacta porque reconstruye la historia de Jordan y la poderosa dinastía de los Chicago Bulls. Pero los diez capítulos que lo conforman no se entregan sólo a las hazañas deportivas y su consiguiente épica cinematográfica. Con imágenes inéditas de archivo y más de cincuenta entrevistados también dan cuenta de los profundos conflictos dentro de la franquicia de Illinois y el lado oscuro de Jordan como nunca se había visto.
El documental tiene al mítico escolta como héroe y personaje central casi omnipresente. Pero, al mismo tiempo, da lugar al testimonio de compañeros de equipo, directivos y adversarios que potencian la dinámica de la historia. La diversidad de personalidades que formaron parte de la era dorada de Chicago Bulls permite un juego de roles notable que le dan mucha más efectividad al relato. Entonces Phil Jackson encarna la sabiduría y el equilibrio, Scottie Pippen es la mano derecha que todo héroe necesita, Dennis Rodman oficia de excéntrico e impredecible, y Steve Kerr interpreta al jugador perseverante que obtiene un merecido momento de gloria. La lista de participantes es mucho más larga y cada uno hace su aporte.
Pero todo gran héroe exige un villano y ese lugar lo ocupa Jerry Krause, el manager general de Chicago Bulls. Krause fue fundamental para edificar los planteles que le permitieron a Chicago Bulls ganar seis anillos (1991/92/93 y 1996/97/98). Pero sus peleas con Jackson, Jordan y Pippen y sus declaraciones públicas contra el director técnico terminaron de dinamitar una de las dinastías basquetbolísticas más exitosas de la historia de la NBA. No se entiende como una política de renovación –en parte necesaria por la edad de las principales estrellas del equipo– incluyó dejar afuera deliberadamente a Jordan y Jackson. La renovación concretada por Krauss luego del sexto campeonato resultó en un estridente fracaso de proporciones bíblicas. Pero el ex manager general de los Bulls ya no podrá explicar sus verdaderas intenciones porque murió a principios de 2017. No obstante, luego del enorme suceso de «The Last Dance» su familia asegura que tiene una suerte de autobiografía nunca publicada que pronto darán a la luz. Paralelamente, muchos jugadores salieron a opinar sobre el documental y ABC y ESPN prepararon un nuevo especial que algunos consideran el capítulo once de esta historia.
El impacto de «The Last Dance» es notable. No sólo porque por primera vez un documental deportivo se transforma en una de las propuestas más vistas de Netflix en casi 180 países. El entusiasmo y los debates que generó devinieron en la atención hacia otros especiales y la inminente puesta en marcha de nuevas producciones. Se dice que el documental sobre Earvin «Magic» Johnson será el nuevo gran tanque en el rubro. El oportunismo para lanzar «The Last Dance» es indiscutible. La parálisis de todas las competencias deportivas multiplicó el interés por estas hazañas que se concretaron en los ’90, pero no pierden vigencia.
No es menor el debate en ámbitos especializados sobre la verdadera naturaleza de «The Last Dance». Hasta qué punto es una biografía o si se trata de una autobiografía. La participación en el proyecto de Jump 23, la productora de Jordan, potencia las especulaciones. Dado su status de megaestrella, su personalidad y poder, no resultaría sorprendente que haya tenido su injerencia en el resultado final del documental. Sin embargo, las imágenes originales y sus confesiones posteriores exhiben en forma reiterada y detallada su costado menos luminoso. Desde su negativa para apoyar públicamente la candidatura a senador de Harvey Gant, un afroamericano que enfrentaba al racista Jesse Helms; hasta sus personalidad huraña, soberbia y –por momentos– sus modos de brabucón; pasando por el oscuro asesinato de su padre, sus problemas con el juego y su falta de apoyo a Pippen cuando éste luchaba por un salario más justo, entre muchas otras facetas o acciones poco felices. Pero no existen muchas grandes figuras –de cualquier disciplina– que acepten darle visibilidad a asuntos que usualmente quedan confinados entre las cuatro paredes de un vestuario. Aunque sólo se trate de la punta del iceberg –es imposible saberlo– constituye una confesión de partes decididamente inusual.
Todo esto, incluso, también permite reflexionar sobre la construcción/demanda social que recae sobre los ídolos deportivos. Jordan fue un gran beneficiario y también víctima –las proporciones de cada son discutibles– de ese mecanismo. Se les suele pedir que sean los mejores en sus disciplinas, grandes personas, mejores compañeros y que ejerzan un compromiso político inspirador. Es muy probable que sean demasiadas demandas para una sola persona o, al menos, un umbral de exigencia demasiado alto para la enorme mayoría de los humanos.
«The Last Dance» es apasionante porque reúne la historia de quien probablemente fue el mejor basquetbolista de todos los tiempos, al equipo y la dirigencia que lo acompañaron para lograr seis títulos en ocho años, y múltiples sucesos previos y paralelos que permiten reconstruir un camino repleto de logros, pero también de obstáculos. Quedan diversas preguntas abiertas, como siempre. Pero acaso hay una que resuena con más fuerza: ¿cómo no se les ocurrió hacer «The Last Dance» antes?
«The Last Dance»/»El último baile». Disponible en Netflix.