Al menos en esta parte del mundo, más famoso que El Rey Arturo son él y los Caballeros de la mesa redonda. Un detalle nomás, pero que puede despejar confusiones para el espectador que se acerque al cine esperando una historia de gloria colectiva, traición individual y triángulo amoroso. Acá se cuenta cómo Arturo llegó a ser el rey que el pueblo necesitaba.
Arturo tiene edad de jardín de infantes cuando ve cómo asesinan a sus padres, que huían del golpe palaciego del hermano de Arturo, Vortigern, quien asociado a las fuerzas oscuras (a las que, para que lo ayuden, debe entregar alguno de sus seres más queridos), consigue levantar desde el inframundo a varios de los monstruos a los que el padre de Arturo con la sabiduría de su espada había derrotado y confinado.
Arturo, como Moisés, transita por un río hasta llegar a Londinium, ciudad cosmopolita donde, a diferencia de aquel de la Biblia, es salvaguardado y criado en un burdel por un grupo de prostitutas. Arturo aprenderá allí todas las destrezas físicas y los rudimentos de la vida callejera necesarias para defenderse de todos los malhechores a los que debe enfrentar para proteger y defender a las mujeres que hicieron de madres en su momento más difícil. Pero un día se mete con el hombre equivocado: alguien protegido por el rey (usurpador).
Hasta ese momento, a como está contada, la sensación de que todo tendrá una velocidad tan inusitada como gratificante hace relamer: pocas producciones pueden prometer tanto en tan breve tiempo para un film de poco más de dos horas. Y no se trata de una gran escena de acción al principio, tampoco de cómo se muestra el crecimiento de ese niño huérfano (debe durar poco más de dos minutos). Sino de que se puede apreciar el sello de Guy Ritchie pero aggiornados plenamente al siglo XXI. A la velocidad habitual con la que ya en los 90 demostró que se podía contar, le agrega el dominio del género fantástico. Y el deleite lleva a acomodarse bien la butaca para saborear lo que vendrá.
Sin embargo, y pese a una primera parte de gran nivel, el film comienza a aminorar su marcha hasta llegar a momentos de confusión. No de confusión porque no se entienda qué se dice o se quiere decir, sino de no saber hacia dónde dirigirse. La construcción del héroe, cuyo principal paso para llegar a tal es aceptar ese lugar que la mayoría espera que ocupe, es un muy buen punto de vista para enfocar el film. Pero los dilemas -tanto del líder que las masas reclaman, como de las masas ante la dubitación del líder- llevan al film a un empantanamiento, producto antes de la impericia de Ritchie para resolver el punto que de las dificultades narrativas que el punto implica. Todo un tiempo fílmico que se llena de demasiada crueldad.
Teniendo en cuenta que hay promesa de saga este Rey Arturo está más que bien, pese a que el final se aleja del nivel del inicio. Ritchie una vez más se las arregla para hacer un film entretenido, y ahora en un género que hasta el momento le resultaba ignoto. Incluso se las arregla para dejar impregnadas en la retina varias de sus escenas, y a revisar eso de que el pueblo debe esperar al héroe a que se convenza de serlo, en vez de recordarle más seguido que un gran poder implica una gran responsabilidad.
El Rey Arturo: La leyenda de la espada (King Arthur: Legend of the Sword. Estados Unidos, 2017). Dirección: Guy Ritchie. Guión: Joby Harold, Lionel Wigram y Ritchie, basados en la historia original de David Dobkin y Joby Harold. Con: Charlie Hunnam, Jude Law, Annabelle Wallis, Eric Bana, Djimon Hounsou.126 minutos.