Esta es una historia que tiene muchos años y también, quedará claro, plena actualidad. No refiere a música para estadios, estrellas fugaces de concursos televisivos o, mucho menos, a la nueva gran deidad de la industria: el algoritmo. Corrían los ‘90 y una banda sacudía los cimientos de la escena underground de Chicago (Illinois, EE UU.). Se llamaba The Jesus Lizard y no sonaba a casi nada conocido. Venían del punk, pero estaban en las antípodas de los Green Day, tan de moda por aquellos años, por citar sólo un ejemplo. Muchos años después, Duane Deninson, su brillante y originalísimo guitarrista diría que estéticamente The Jesus Lizard está en algún lugar entre Radiohead y Motörhead. No está mal para empezar a acercarse a una aventura singular.
Los Jesus Lizard impresionaron a propios y ajenos con la trilogía Head (1990), Goat (1991) y la obra maestra Liar (1991). El cuarteto se sostenía en una base rítmica casi post punk, pero de un sonido brutal y continuos zigzagueos, cortesía del bajista David Wm. Sims y el baterista Mac McNeilly. Sobre eso se montaba Duane Denison, un guitarrista capaz de sonar como una pared, un cuchillo o una pintura abstracta. Sus riffs irregulares y hasta estrafalarios, su sonido refinado y a la vez brutal, y sus arreglos casi orquestales transformaban las canciones de Jesus Lizard en criaturas deformes, capaces de llevar al éxtasis a los devotos y de hacer correr a los incautos.
Por arriba de ese aparente terremoto –construido con notable exactitud–, se mecía con total despreocupación David Yow. El cantante y frontman agitaba con convicción de poseso diatribas sobre el probable sin sentido de la vida, los mandatos sociales, las relaciones inconducentes y cualquier cosa que lo incomodara. Con mucho sarcasmo, algo de misantropía y recurrente humor negro. No contaba con un gran abanico de recursos técnicos, pero le sobraba convicción y magnetismo. Esa actitud desbordante alcanzaba su máxima dimensión en vivo: Yow se tiraba encima del público, solía lastimarse luego de extrañas piruetas y casi rivalizaba con el primer Johnny Rotten e Iggy Pop, pero sin pedirles nada prestado.
El efecto Jesus Lizard pegó tan fuerte en el under que conquistó el fanatismo de notables como el músico/productor Steve Albini, el mismísimo Kurt Cobain y los prestigiosos Fugazi, entre muchos otros. En aquel contexto de los nihilistas ‘90, hasta parecía que los Lizard podrían aunque sea asomarse al mainstream. Eso pensó al menos la multinacional Capitol, que los contrató –luego del modesto sello Touch and Go– para catapultarlos lo más alto posible. El mega éxito de Nirvana con Nevermind (1991) había cambiado el escenario musical y la apuesta de Capitol no parecía descabellada. Pero rápidamente quedó claro que los Jesus Lizard estaban a años luz del pop de guitarras con apatía existencial de Cobain y compañía, y que nunca acomodarían su estilo a las preferencias de las masas.
Finalmente el mainstream ignoró consecuentemente todo lo que The Jesus Lizard tenía para decir y aquel sueño de popularidad naufragó en el olvido. Los discos del cuarteto siguieron fieles a su ética y estética incuestionables y, casi finalmente, el proyecto implosionó en 1999. “Muchas bandas mueren por sobreexposición y otras por la completa falta de ella”, dijo alguna vez con gran lucidez Nick Cave. Con los años las frustraciones, diferencias internas y acaso el posicionamiento de los astros fueron cambiando y la banda se permitió un regreso en vivo. El primer tour de reencuentro fue en el 2008 y desde entonces, no sin hiatos importantes, el cuarteto se las arregló para pisar escenarios en forma recurrente y certificar su estatus de banda de culto. Los shows eran un éxito –artístico y de público–, pero sin salir del under. Después de todo, la carroza de Nirvana ya se había vuelto calabaza y son tiempos de Taylor Switf, Kanye West y otras cosas todavía más feas.
Yow, Denison, Wm. Sims y McNeilly habían sentenciado en más de una oportunidad que estos reencuentros solo serían para shows en vivo y que no tenían intención de entrar en estudios para grabar nuevo material. Pero afortunadamente, como buenos seres humanos, decidieron ejercer el derecho a la contradicción y nos sacudieron con Rack, ¡después de 26 años de silencio discográfico!
La distancia, el misterio y sobre todo la nostalgia suelen darle un halo mágico a las bandas y a la vida misma, claro. Nada peor que un reencuentro para pulverizar las imágenes idealizadas. Pero después de más de un cuarto de siglo, los Jesus Lizard volvieron con la misma energía y acaso más audacia: todo lo necesario para concretar un regreso soñado.
Rack comienza con “Hide & Seek”, un gancho a la mandíbula que dejaría en la lona al mismísimo Mike Tyson de sus años dorados. Se trata de un “hit” a la medida de Jesus Lizard: un riff afiladísimo de Deninson –no es casual que sea amigo de Mike Patton y compartan aventuras en Tomahawk–, una base que no para de tirar para adelante, un fragmento psicodélico y la explosión de Yow en el estribillo. Todo en su lugar exacto. “Armistice Day” resuena –casi– como Black Sabbath a la Jesus Lizard, con un bajo penetrante y un medio tiempo que le da lugar al cantante para advertir que “ahora el dolor está regresando”. “What if?” funciona como una larga textura que por momentos zigzaguea, mientras Yow toma un respiro y apuesta por el spoken words para desplegar obsesiones y miedos. La hipnótica “Alexis Feels Sick” se sostiene en una línea de bajo excepcional, a la que Denison orquesta para dar paso –una vez más- a las locuras de Yow y su preocupación por el estado de salud distante de lo recomendable de un/una tal Alexis. Ojalá se recupere pronto. “Swan the Dog”, por su parte, comienza con un tejido intrincado de guitarras que pronto pasa a la distorsión, curvas y contracurvas, desde las que el cantante grita desaforado: “Estoy harto de estas falsedades, ¡quiero volverme loco y emprender una matanza!”. Se trata de una metáfora, por favor no intenten esto en sus casas.
Tampoco conviene pasar por alto el riff saltarín e inclemente de “Grind”, que el buen Yow corona con “Me vendieron y me compraron, me dijeron que me enseñaron y cuando era viejo me olvidaron”. El resto del disco, claro está, tampoco tiene desperdicios.
Le importará a pocos, es muy probable. Se enterarán menos, casi seguro. Pero The Jesus Lizard demuestra que el rock sigue vivo, que después de los ’60 se puede aspirar a mucho más que la dignidad y que no es necesario disfrazarse de pendejo ni copiar a las bandas de moda para hacer uno de los discos del año. «