Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Luis Alberto Spinetta, junto con Charly García, el más grande músico que ha dada el rock argento, según decía la monada a fines de los ochenta, cuando se sacaban chispas con el señor del bigote para ver quién hacía el mejor disco.
Es sabido (y si no, ahí está Internet para averiguarlo) que Spinetta era oriundo del barrio de Belgrano, barrio que albergaba por entonces a los sectores porteños más acomodados. Lo que es menos sabido es que en esas calles el rock era más bien una excentricidad, música suburbana, como solía decirse entonces. El rock apuntaba a ser voz de los pibes que debían ir a laburar, los problemas que enfrentaban por elegir un camino al de sus padres, el asco que daba tu (alta) sociedad. Ahí, acaso, la primera anomalía del Flaco.
Como muchos de los pibes y pibas de su tiempo, Spinetta soñaba con una sociedad que no tuviera esas ni otras inequidades; puede decirse que soñaba con un mundo en la que disfrutar del arte y del amor y dedicarse a la creación de distinto tipo fuera la mayor preocupación de la vida de cualquier personas. Temas más existenciales, no está mal decir. Y hacia allí dirigió sus primeros acordes. Algunos memoriosos incluso dicen que dirigió más que acordes: lo recuerdan protestando en manifestaciones en los tempranos días de la década del setenta; hasta participando en las reuniones de una pequeña agrupación de izquierda.
Fue su época más rockera, tal vez. Almendra y Pescado Rabioso lo ubicaron en la vanguardia y en lo popular. Luego su radar -siempre a tono con la época, por más que siempre se lo vio más bien volado- lo llevó hacia la fusión del rock con el jazz, una tendencia tan típica de esos mediados de los setenta como el rock sinfónico. Invisible copó su vida musical, no por casualidad en su mayoría coincidente con los años de la dictadura. Años después, en la salida democrática, se le reprochó haberse escondido en una música demasiado elaborada y críptica: se lo contraponía con Charly, a quien, por su parte, los seguidores del Flaco acusaban de haberse vendido al sistema a partir de su Yendo de la cama al living. Contra el famoso y apetitoso River-Boca al que quieren reducirse todas las relaciones en su querido país, el Flaco aprovecha su primera presentación en el Luna Park durante la nueva era democrática para invitar al escenario a un amigo, Charly García. El abucheo provocó su enojo y la advertencia al público: Si no lo dejan cantar, me voy. El público le creyó, y escuchó respetuoso.
Vinieron años de discos a los que no se les prestó la atención debida, especialmente al fabuloso Téster de violencia, que contenía el debut oficial como músico de su hijo Dante, al mando de Pechugo. Durante la presentación, la nueva agrupación subía a cantar El mono tremendo. En eso de las bandas de infantes y de compatir escenarios con los hijos, el Flaco también fue un precursor.
Los noventa, como para la mayoría de los habitantes de la Argentina, fueron años aciagos para Luis Alberto. Luego del muy buen Pelusón of milk sufrió los efectos del menemismo ciñó sobre el rock argentino: ninguno de los que ya eran grandes y consagrados pergeñaron álbumes de la categoría que habían sabido conseguir; la afiatada y poderosa formación que consiguió con Los socios del desierto no quedó plasmada en un gran registro.
Para los árboles parece representar el reencuentro del artista con su público, esa especie de simbiosis que él logró como casi nadie (Charly lo hizo durante un buen tiempo, pero no la pudo recuperar; Gustavo Cerati la consiguió hacia el final). De su magia musical quedaría para disfrutar Un mañana, que visto en retrospectiva suena al hombre que sabe que su final no dista mucho de concretarse y quiere legar al arte todo lo que esté a su alcance. Spinetta y Las Bandas Eternas será su ofrenda al público: en esas casi cinco horas, varias de ellas bajo la lluvia, Spinetta dejó su mensaje para la posteridad: no hay nada más importante que el público, que se merece este recital y mucho más, porque sin ellos no habría bandas eternas.
Algunas frases:
«No hay energía para volar, y con los pies sobre la tierra te vas hundiendo. No podemos pretender que hoy sea como en otros años en los que toda una sociedad descubrió, por los Beatles, por Timothy Leary, por Kennedy, por Mandela, que había un mundo para crear. Y la música era una explosión constante en cada artista. Yo sigo viviendo en esa época. De alguna manera, me quedé.
«En algunos momentos pareciera que el rock tiene la clave para allanar los problemas que nos aquejan, pero en general todo se ha envilecido por los artistas con deseo de enriquecerse y figurar. El ego se ha impuesto sobre el talento.
«Mucha gente se quiere salvar antes del 2000 sin importarle si aplastan a otros para su realización. No me uno a eso para nada. Y por eso me paso las horas inventando cosas para decir, en contra de todo ese torbellino de locuras que son las grandes ciudades en el fin de siglo.»
«Me gustaría que mi música ayude a paliar el dolor de los que no pueden.»
«Hay que crear un país grosso, ganen ese espacio de imaginación con esfuerzo para poder vencer a todos esos enemigos que son muy mediocres».