La película de Corea del Sur, gran ganadora de los Oscar, tendrá su serie. Y su showrunner (el autor/productor de las series) será el mismo Bong Joon-Ho, según adelantó el propio realizador al sitio The Wrap. HBO será la cadena distribuidora y se encargará de buena parte de la producción y financiación. Y para fortuna de los maravillados con la película y desazón de los que creen que todo es negocio, no será una adaptación: «No pude incluir todas las ideas en las dos horas de la película: todas están almacenadas en mi iPad, y mi objetivo con esta serie limitada (miniserie) es crear una película de seis horas de duración».
El director también anticipó que extenderá el universo de situaciones y sobre todo personajes, aunque no se desviará de su tono trágico. Y ejemplificó: «Cuando la ama de llaves original Moon-gwang (Jeong-eun Lee) regresó a la madrugada, algo le sucedió en la cara. Incluso su esposo preguntó al respecto, pero ella nunca respondió. Sé por qué tenía los moretones en la cara. Tengo una historia para eso y, aparte: ¿por qué sabe ella de la existencia de este búnker?».
Parásitos ya es un fenómeno internacional, y si bien la crítica destaca los valores artísticos por sobre cualquier otro –en especial el reverdecer de lo que el cine occidental en general ha olvidado–, no es la primera vez que el cine coreano refresca la por lo general magra calidad artística de la cartelera de cine.
En una apretada síntesis, se puede recordar que los festivales internacionales (los encargados de publicitar ante el mundo qué sucede con el cine de cada país) reconocieron por primera vez a Corea del Sur en 2000: ese año, La historia de Chunhyang (de Im Kwon-taek) se convirtió en la primera película coreana seleccionada para competir en Cannes: no obtiene ningún premio, pero sí el reconocimiento de la crítica; era la película número 99 de Kwon-taek, a quien le llegó el premio como mejor director en la edición 2002 del mismo festival, por Chihwaseon. A partir de allí el cine de Corea del Sur no para de ganar premios, y todos se empiezan a preguntar por qué.
Las razones se descubren rápidamente, y una vez más responden a la intervención del Estado. En 1999, se selló un acuerdo para políticas de distribución y exhibición, que incluye la participación de los chaebols (grandes conglomerados empresariales), cuota de pantalla y protección industrial. Previamente, un acontecimiento político-cultural fundamental había «abierto» la ventana artística: en 1999 se celebraron las primeras elecciones democráticas, luego de un largo período dictatorial/autoritario posterior a la guerra 1950-53, que terminó debido a las protestas estudiantiles de 1988. Las protestas incluyeron inmolaciones a lo bonzo de varios estudiantes, como en la Primavera de Praga en 1968. La primera generación nacida tras el conflicto bélico entre las Coreas llegaba a la mayoría de edad y reclamaba su lugar en la historia.
La combinación de libertad creativa más protección estatal –probada en cada «nuevo cine», incluido el argentino– dio esa primera camada de películas que entusiasmaron tanto al mundo, en especial al cinéfilo, que no veía nada estimulante en el resto del mundo.
Pero el éxito también tiene sus problemas. Entre otros, el aumento de los costos. Y antes del final de la década que la vio explotar, la cinematografía tenía aumento de costos de producción en sus tres pilares: los realizadores, que exigían más presupuesto (incluido su salario); los protagonistas que esas películas consagran (ídem); los trabajadores: reclamaron –y consiguieron– beneficios laborales al corroborar que eran parte de ese éxito.
A diferencia de producciones de otros lares que cayeron ante las primeras dificultades, la coreana tuvo casi de inmediato una segunda oleada que, por lo visto en estos días, parece haber alcanzado su pináculo. Una de las claves para ese inmediato «resurgimiento» fue algo que, en especial Hollywood, no tenía muy en cuenta (o no lo lograba con tanta habilidad): la mezcla de géneros. «Lo que quiero es usar todo aquello que sea típico, y romperlo. Quiero hacerlo usando el realismo coreano, y romper el género, la tradición y la convención. Siempre empiezo con un género, pero al final siempre lo rompo», define el director de Parásitos. El 9 de febrero con los Oscar se conocerá el veredicto de Hollywood, que por ahora sigue teniendo la última palabra.
Algunas cuestiones culturalesEl éxito del cine coreano (y de muchas series) también hay que buscarlo en la riqueza social y cultural que produce un país que alcanzó un alto desarrollo capitalista sin destruir (aunque sí poniendo en tensión) valores culturales milenarios. Entre ellos se destaca el idioma: una invención propia que resultó determinante para la identidad nacional, al tiempo que aisló por siglos al país. El confucionismo, que permite entender el culto a los antepasados –consideran que «existen» y observan a los vivos–, convirtiendo a la familia en una fuerte institución, donde los niños son criados bajo la creencia de que no pueden pagar la deuda que tienen con sus padres por darles la vida y criarlos. Por lo tanto, hay criterios «correctos” para formar una familia, entre ellos, el padre es cabeza y su responsabilidad es proveer –si no su vergüenza será mayúscula–, como se ve claramente en Parásitos. Estos criterios también se asocian a las relaciones laborales: la obediencia hacia el superior y obligación del superior a velar por la seguridad y estabilidad del subalterno, normativas que subrayan una poderosa jerarquización social.