Meterse en la cocina de la grabación de un disco es una instancia por muchos deseada y al mismo tiempo por pocos alcanzada. Poniendo las cámaras donde nadie pudiese verlas, el director Fred Riedel supo captar desde el minuto cero el proceso de grabación de Electrim Trim, el último disco del ex Sonic Youth Lee Ranaldo (lanzado en 2017), generando un documental rico en lo concerniente a los aspectos menos conocidos de la construcción de una obra.
Hello, hello, hello: Lee Ranaldo, Electric Trim, fue filmada en Estados Unidos y Barcelona durante las sesiones de grabación que estuvieron al mando del español Raul Refree, productor del álbum. El film fue emitido en tres oportunidades durante la última edición del Festival Bafici y contó con la visita del propio Riedel en Buenos Aires dando a conocer algunos aspectos no develados de su relación con un músico versátil que fue parte de una de las bandas más celebradas primero en la escena de Nueva York y luego del mundo. Con Lee somos amigo desde la secundaria. Luego en la universidad yo elegí tomar el camino del cine y el fue por el lado del arte pero también compartimos clases de materias en común. Después de graduarnos nos mudamos a Nueva York y al poco tiempo comenzamos a hacer música muy distinta a la que se hacía en esa época pero lamentablemente nunca pudimos tocar. El resto es conocido porque al poco tiempo Lee comenzó a tocar con Sonic Youth, dice el director en su encuentro con Tiempo.
Más allá de la relación cercana con Ranaldo, ¿cuál era su interés a la hora de poner las cámaras en el proceso de producción de una obra musical?
– Mi interés era poder capturar cómo las bandas hacen algo. Y eso va más allá de quien toca acá o allá. Esta era una oportunidad casi mágica para avanzar en la chance de contar otras cosas de eso que luego muchas van a escuchar. Creo haber captado la unidad y los conceptos que rigen haciendo música en este siglo. Cuanto más me quedaba, más lograba descubrir aspectos internos y muy íntimos de Raúl y Lee, pero también de todos los que iban a grabar. Había algo que valía la pena cada vez que ellos se ponían a trabajar; ellos dejaron que pueda captar lo que ahí sucedía pero también tuvieron un sentido muy rico del compartir, algo que en el mundo de la música suele ser muy críptico. Sin dudas el proceso y la oportunidad de estar rodeado de herramientas fue fascinante. Todo el proceso nos llevó unas 600 horas de filmación.
La película tiene partes en blanco y negro y otras en color. ¿Qué buscabas particularmente con esa dualidad?
– La película fue enteramente grabada en color y el blanco y negro llegó en la post producción. Pero desde un principio supe que la película tendría vaivén del color. Quería con esos cambios dar cuenta de situaciones y no que el color tuviese una especie de presión por sobre lo que se mostraba en pantalla. El color podía hacer que la gente no se concentrase en el proceso que estaba filmando, mientras el blanco y negro podía captar mejor las situaciones productivas de la grabación. Más allá de de eso, siento que esos dos colores te llevan más a prestar atención pero es algo que también lleva su tiempo y trabajo.
¿Y qué fue lo más interesante con lo que te topaste mientras trabajabas?
-El ambiente que se vivió todo el tiempo de la grabación. Cuándo los músicos venían generalmente lo hacían por un día y se metían a fondo en el proceso. Eso fue notable porque cada uno de ellos tenía su lado fascinante, descubrían sonidos en el camino, probaban amplificadores, se asombraban con prácticas. ¿Cuántos pueden estar en una situación así y hacer una película?
Filmar este tipo de experiencias suele ameritar poner la cámara de una manera casi invisible. ¿Cuán libre te sentiste capturando los aspectos cotidianos del proceso?
– Soy muy bueno eligiendo espacios para hacer mi trabajo. Trataba de pasar desapercibido con la cámara y creo que lo logramos. En un estudio de grabación una canción puede ser grabada unas diez veces hasta lograr la adecuada. Pude filmar todo lo hecho durante muchas horas y eso fue una experiencia notable para mí.