Verano 1993, la ópera prima de la cineasta Carla Simón, tiene la particularidad de haber nacido desde la propia experiencia de su creadora. Se trata de la historia de una niña que pierde a sus padres y se va vivir al campo con sus tíos. «La situación que muestra la película es la misma que pasó en mi infancia, y los personajes son los de mi historia, pero para contar bien lo que quería transmitir cambié muchas cosas y podría decir que sólo tres o cuatro escenas me sucedieron realmente. Sobre todo las acciones de la protagonista son las que se alejan de cómo era yo. La memoria es muy selectiva cuando eres pequeño y todavía más si te pasan cosas fuertes como perder a tus padres», afirma Simón.
La película, que se estrenó este jueves en nuestro país, tuvo su montaje final en tiempo récord, para poder entrar al Festival de Berlín 2017. Allí tuvo su estreno mundial y ganó dos premios: mejor ópera prima y el gran premio especial del jurado destinado al público juvenil. Pero los reconocimientos no terminaron ahí. Incluyen, entre otros, tres Premios Goya, a mejor dirección novel, actor secundario y actriz revelación; y cinco Premios Gaudí, entre ellos, a mejor película, dirección y guión.
La directora de Verano 1993 también se refiere a las motivaciones para desarrollar una historia tan personal: «No busco en el cine una terapia sanadora. Sería muy cara, mejor ir al psicólogo. A los 31 años ya es algo que tengo aceptado, me pasó hace mucho, he tenido la suerte de crecer en una familia donde se habló siempre abiertamente del tema. Mi necesidad no era contar exactamente lo que me pasó, sino explorar cómo los niños enfrentan a la muerte. Desde mi punto de vista, claro».
El film tiene escenas muy bien logradas, desde los aspectos técnicos hasta las emociones que deja al espectador, sobre todo por un trabajo excepcional que se realiza con las niñas que protagonizan el nudo de esta historia. «Buscamos retratarlas lo más puras posible. Las dejamos que se conozcan. La idea de ensayar antes era cómo crear una memoria emocional entre niñas y adultos para que todo sea un poco más natural. En las escenas de juego quizá había una libertad mayor para una improvisación, pero siempre proponíamos premisas a seguir y logramos ceñirnos al guión», devela.
El rol del cine en la sociedad es algo que Simón nunca se había planteado, hasta que vio las reacciones que su película provocó en la gente. «Sólo quise hacer cine porque me gusta, me emociona y tenía la necesidad de contar historias, mirando más los detalles de la vida. Pero al presentar este film, me di cuenta de que el poder que tiene una historia que emociona, hacer pensar, y puede tener algo de transformadora se sostiene en la conexión con otros. El cine es una manera de que cada uno piense sobre su propia vida frente a lo que se muestra. Es un reflejo de algo que podría pasar. El poder del cine es hacernos reflexionar sobre eso», dice Simón.
A la directora la obsesiona encontrar un tono muy naturalista en los actores, prestándole más atención a eso que al concepto visual, algo que no descuida pero que se determina con ese primer paso cubierto: «Los detalles y las fuerzas de los actores son todo para mí, por eso admiro a los actores argentinos». Simón también se declara fanática de Lucrecia Martel. «Para mí, es una de las cineastas contemporáneas más importantes del mundo. Sus diálogos, sus atmósferas, su nivel de detalles son inspiradores para todos los que hacemos esto. Podría hablar horas de ella, soy muy fan», señala. «