La acción de Dopesick comienza en 1986. En una reunión de negocios de la empresa familiar, Richard Sackler (Michael Stuhlbarg) pronuncia un pomposo discurso a la parentela acerca de la naturaleza del dolor. Con una mezcla de lenguaje pseudocientífico, libro de autoayuda y delirios de líder mesiánico lanza reproches a la comunidad médica a la que acusa de no hacerse cargo de los sufrimientos crónicos a la vez que promete una nueva droga que libere a la humanidad de dichos padecimientos. Parece una escena sacada de una novela de ciencia ficción que, tal como el mundo feliz de Huxley describe la distopía política de la revolución de la alegría. Sin embargo, se trata de la más siniestra realidad. Son los prolegómenos a la presentación oficial de OxyContin, un producto farmacológico lanzado en 1996 y destinado a producir la mayor epidemia de adicción a los opioides en los Estados Unidos, una verdadera masacre social que aún continúa.
Un salto en el tiempo en la ficción vislumbra algunos efectos de esa locura alucinante que fueron la contracara de un negocio multibillonario. En 2002 y frente a un tribunal, el doctor Samuel Finnix (Michael Keaton) revela que la cantidad de muertes ya es difícil de contabilizar en un pueblo de trabajadores mineros de Virginia West que resultó el conejillo de indias del laboratorio.
Dopesick está inspirada en el escándalo real de Purdue Pharma, la empresa farmacéutica de la familia Sackler, que ganó sumas extraordinarias posicionando en el mercado un peligroso producto analgésico que se presentaba como de amplio espectro: podía ser usado tanto para tratar traumas simples como los causados por el cáncer, accidentes circunstanciales o una cirugía mayor. Lo que no aclaraba el prospecto –o más bien reducía engañosamente sus efectos a menos del 1 por ciento de la población– es que OxyContin podía ser extremadamente adictivo y el abuso o la abstinencia del narcótico podría llevar a la sobredosis o la muerte. Versión comercial de la droga oxicodona se transformó en un problema de emergencia de la salud pública –y delictiva– en EE UU que, entre 1999 y 2016, se cobró un promedio de 115 de muertes diarias, lo que suma más de 350 mil personas que fallecieron tanto del abuso de opioides recetados legalmente como los ilícitos.
A partir de estos hechos terroríficos que hablan por sí solos y basada en el bestseller de Beth Macy (que figura como coguionista en los créditos), la ficción creada y escrita por Danny Strong –creador también de Empire y una garantía en materia de entretenimiento– se estructura en diferentes líneas temporales que transcurren a lo largo de más de una década de historia. Ese puede ser un punto a favor o en contra de la miniserie. Por momentos, el sistema temporal de flashbacks y forwards constantes que van de una historia a otra se torna bastante confuso. Pero a la vez, señalizados por un frenético reloj que atraviesa años en segundos, la presentación de las diversas subhistorias genera un clima de tensión permanente y una adicción –afortunadamente– con efectos infinitamente menos nocivos que los que se describen en el argumento de la ficción.
Una línea narrativa y temporal es protagonizada por el siempre convincente Michael Keaton, en este caso encarnando a un médico bienintencionado de West Virginia que convencido y seducido a base de argumentos y algunas prebendas por el entusiasta agente de ventas Billy Cutler (Will Poulter) termina envenenando a gran parte de su querida población. Una de las primeras víctimas es Betsy Mallum (Kaitlyn Dever), una joven lesbiana que trabaja en la mina y no se atreve a salir del closet frente a su ultramontana y conservadora familia. Tras un doloroso accidente de trabajo, recurre al doctor Finnix, quien le receta las famosas pastillas, que serán su maldición y a la postre también las del propio galeno (que también caerá víctima de la adicción).
Otra de las historias corales presenta a dos abogados idealistas, Rick Mountcastle y Randy Ramseyer (interpretados por Peter Sarsgaard y Hon Hoogenakker), que, cuales David contra Goliat, se deciden a emprender batalla contra la corporación farmacéutica y sus poderosos aliados y redimir a la castigada comunidad minera de Virginia o al menos a sus sobrevivientes. De esa manera, esperan triunfar en la batalla judicial donde fracasó Bridget (Rosario Dawson), una directora de la DEA que años antes había denunciado infructuosamente al laboratorio y que perdió su existencia y al amor de su vida en el intento.
Finalmente, otro eje narrativo situado en diferentes líneas temporales se sitúa en el eje del mal: los entretelones de la ambiciosa e inescrupulosa familia Sackler. Acá vemos el nacimiento de un verdadero villano sin ambages que probablemente se transforme en ícono de época al encarnar justamente en estos tiempos al culpable de una epidemia: Richard Sackler, principal promotor del producto químico que provocó la tragedia colectiva.
Apelando a la ficción y el docudrama, con excelentes interpretaciones y algunos lugares comunes, pero con esas genialidades en los diálogos a los cuales acostumbra Strong (uno de los personajes asocia al castigado pueblo minero de Virginia, núcleo de la epidemia opiácea con el San Francisco de 1982, epicentro del sida), la propuesta de Hulu distribuida por Disney+ se presenta como pedagógica en el mejor sentido para quienes no conocían el caso y es eficaz en mostrar la cadena de complicidades –entre ellas, la propaganda y los medios masivos de comunicación– necesarias para posibilitar el feroz negocio farmacológico. «
Dopesick
Miniserie de ocho episodios protagonizada por Michael Keaton. Se emite por Star+, todos los miércoles.