Un hombre en estado de atravesar su divorcio en tiempos de tifones en Japón. La alegoría es clara y la película amena aunque sin despertar mucho entusiasmo, hasta que lleva la escena en la que la madre se pregunta -dialogando con su hijo, el hombre en medio del divorcio- por qué los hombres no pueden amar el presente, siempre están penando por lo perdido, o soñando un futuro más allá de sus posibilidades. No dice hombre como universal sino como género masculino. El problema de no saber manejar la alegría, el placer, todo eso que forma el otro lado de la vida compuesta por el trabajo, la obligación, el cumplimiento con lo socialmente normado y esperado. Es el momento en que la película se revela, por decirlo de alguna manera.
Ese hombre de mediana edad que atraviesa el divorcio de la mujer con la que tuvo un hijo, no tiene padre, aunque sigue sus pasos -los que como hijo cree sus pasos- casi como si fueran preceptos (juega cuanto dinero tiene en el bolsillo, no se ocupa de su hijo, practica una misoginia solapada), tiene en ese encuentro con la madre su punto de inflexión. Lo hace de manera conservadora, al mejor estilo o propuesta del cristianismo tradicional (acaso del judaísmo y también de otras religiones): se reencauza a partir de un reencuentro con su madre, esa mujer por excelencia (según la cosmología creada por un mundo que considera al hombre como el ser humano universal).
Desde ese instante la película inicia su final, uno que tiene que ver con la familia nuevamente unida para despedirse de eso que fueron, aunque no definitivamente: siguen siendo familia pese a todo; de otra manera, por supuesto. De alguna manera la madre del varón oficia de encargada del sepelio: la muerte necesaria para que continúe la vida.
Después de la tormenta (Umi yori mo mada fukaku. Japón, 2016). Dirección y guión: Kore-Eda Hirokazu. Con: Abe Hiroshi, Maki Yoko, Yoshizawa Taiyo, Kiki Kilin. Drama. 117 minutos.