Experimentación, ruptura de moldes y búsqueda de nuevas sonoridades: el pasaje de los ‘60 a los ‘70 hallaba al rock en un estallido de creatividad inédito para su trayectoria. Y entre esa síntesis de psicodelia y la adopción de recursos jazzísticos y sinfónicos, el inglés David Cross se abría camino en el mundo de la música con la potencia que un instrumento como el violín podía aportar a ese envidiable terreno fértil artístico.

Después de algunas primeras incursiones en grupos de folk eléctricos a los que les costaba salir de la sala de ensayo, en 1972 Cross recibió una propuesta difícil de resistir: el guitarrista Robert Fripp se le acercó para invitarlo a ser parte de King Crimson, la banda que tres años antes -dice la convención- inauguró el género progresivo a pura complejidad y magnetismo con In the Court of the Crimson King.

Su paso por el variable pero ineludible proyecto duró apenas dos años en los que, sin embargo, se produjeron tres trabajos fundamentales de su discografía como Larks’ Tongues in Aspic (1973), Starless and Bible Black (1974) y Red (1974). Ahora, a sus 75 años y a la cabeza de su propia formación, la David Cross Band, vuelve a Buenos Aires para repasar y redescubrir aquellas obras en el ND Teatro.

«Últimamente estuvo funcionando muy bien tocar todo Larks’ Tongues…, y la verdad es que fue una gran revelación para mí. Antes tocaba temas sueltos, pero esta vez decidimos repasar todo el álbum como si fuese una pieza única, entera», cuenta Cross en diálogo con Tiempo Argentino sobre el abordaje que planteó junto al guitarrista y cantante John Mitchell, Sheila Maloney en teclados, Mick Paul en bajo y el baterista Jack Sumerfield. El conjunto llegará a la Argentina en el marco de una gira que coincidió con la llegada del otoño en el hemisferio norte y que le permitió a su líder encontrar nuevos ribetes en esa trilogía de estudio que sigue cautivándolo medio siglo después de su creación: «Es asombroso, porque tiene una cierta vida que no había percibido para nada en el pasado. Hay algo sobre la forma en que funciona, como si respirara, con climas, picos de emotividad, y a partir de ahí se convierte en algo más. Siempre es un viaje, como dar la vuelta en una nueva esquina».

Es que al espíritu musical de Cross, un eterno curioso que -bienvenido sea- le escapa a las etiquetas, le calzaba como un guante el estímulo que dio forma a esa tercera configuración de King Crimson, uno marcado por la estética de la Europa oriental y la improvisación libre, y que dio lugar a un corpus que «de alguna manera es contradictorio en su interior, y que a pesar de que viene de un mismo tiempo, tiene formas muy distintas de interpretar y habitar ese período».

David Cross en acción.
Foto: Enrique Farelo

«A mí me encanta cuando la música toma el control, cuando no la estás haciendo sino que estás dentro de ella. Cuanto más toco, más me doy cuenta de la relación extraña que hay entre el músico y la música. Y la música gana, realmente. Ella pertenece a la cultura y no al individuo», afirma con cierto misticismo sobre esa manera de vivir su arte, despojada de la soberbia del autor y/o intérprete entendida como un ciclo de producción y recepción que, en este caso, permite darle nuevas escuchas a un sonido que exige abandonar todo prejuicio en su encuentro. «Hay una especie de fuerza moldeadora e implícita y un deseo de habilitar que esa voz de la comunidad, de nuestro pasado y de nuestro futuro, esté ahí y lo mueva hacia adelante. Es algo totalmente mágico, que no lo termino de comprender por completo, pero es fascinante», admite.

El dejarse llevar por esa «magia», enfatiza, es un elemento que le da sentido a su quehacer desde que puso sus cuerdas al servicio del rock: «Entraba como en un trance, y eso me dio ganas de hacer más y más música. Trasladé esa suerte de esperanza cuando entré a Crimson, donde siempre había un balance entre las cosas que teníamos planeadas y las cosas que no, siempre había un punto en el que ninguno de nosotros sabía qué es lo que iba a pasar después, y eso es simplemente hermoso. No sé si se puede resumir como ‘estar en el presente’, pero ciertamente es un espacio muy vívido, donde tenés que sentir qué está pasando», recuerda.

Luego de dejar su huella en ese bienio compartido con Fripp, el vocalista y bajista John Wetton, el percusionista Jamie Muir y el reconocidísimo Bill Bruford en batería, Cross combinó su actividad musical con la enseñanza académica en la Universidad Metropolitana de Londres, estableció su propio sello discográfico y se lanzó a la composición de bandas sonoras para teatro. En ese sentido, sería injusto encasillarlo como «el violinista de King Crimson», aunque el devenir de las cosas, nobleza obliga, muestra una y otra vez que la banda nacida en Londres es difícil de abandonar: tanto su fundador como Wetton y los letristas Peter Sinfield y Richard Palmer-James contribuyeron en los siete álbumes de la David Cross Band, y fue invitado de Stick Men (integrado por Tony Levin y Pat Mastelotto, ambos miembros de la última formación de Crimson) en el tour que los trajo a la Argentina en 2018.

Por eso, el juego entre el rock progresivo, el heavy metal y el jazz que practica con su actual agrupación, con la que también ejercita el alejamiento de lo consciente en el vivo, empalma sin fricciones con ese vínculo extratemporal crimsoniano, esta vez reflejado en el homenaje a un acervo del que se enorgullece sin pretender ser su abanderado. Entre risas, se despide con una explicación sobre ese eterno retorno: «Es más bien algo que me persigue, que me acecha. Intenté tantas veces superarlo, pero algunas cosas me obsesionan. Y con el tiempo me di cuenta de que era al revés, de que esa música estaba obsesionada conmigo, me estaba diciendo ‘todavía no terminaste con esto’. Hay algo muy extraño dando vueltas en el universo con la música, y es genial ser parte de eso».



David Cross Band en concierto

Miércoles 4 de diciembre a las 21 en el ND Teatro, Paraguay 918, CABA.