“Estamos atrapados en la misma red,

viajando por un laberinto.

Estamos sosteniendo una pared.

Por favor, no la dejes caer”


Hoy, desde mi ventana en Brooklyn, el sonido de las sirenas es constante. Las ambulancias parecen volar por las calles desiertas. Imagino a los trabajadores de la salud que están yendo a buscar a los que comienzan a sufrir la falta de aire, y cruzo los dedos por mi amiga Julie, a quien está empezando a sucederle. Pienso en los que se están jugando la vida dentro de tres metros cuadrados en movimiento, usando máscaras descartables que tendrán que reutilizar.

Tengo una sensación muy rara: el tiempo está como suspendido dentro de mi casa, mientras afuera todo sucede con una vertiginosa rapidez. Me pregunto si alguna vez el mundo ha estado tan quieto y tan inquieto al mismo tiempo. Miro las redes, en este momento de aislamiento las necesito especialmente, quiero saber cómo están mis amigos, algunos, como yo, desparramados por el mundo. Leo un comentario de un seguidor llamado Francisco: “Isabel, te envío saludos desde la clínica de hemodiálisis donde trabajo. Mis pacientes son terminales y no puedo no venir a trabajar y exponerme, teniendo al virus conviviendo en el mismo edificio en donde estoy y con menos de los insumos de salud y de protección necesarios. Una canción tuya me ayuda en estos días: ‘Héroes anónimos’.” Cierro los ojos y por un momento siento que estoy en Buenos Aires abrazando a Francisco.

Cuando escribí esa letra jamás me imaginé que, décadas más tarde, estaría leyendo algo tan desgarrador, en medio de una situación mundial tan preocupante y surreal. En ese momento los argentinos estábamos saliendo de nuestro propio infierno. Mi generación había pasado la adolescencia en una orfandad particular: en vez de un estado protector, teníamos un estado asesino. Veníamos de esa sensación de la sangre congelándose en nuestras venas al ver acercarse, sigiloso como una serpiente, al Falcon verde. Teníamos ese envión que nos daba la primavera alfonsinista y el descreimiento del que creció en la oscuridad. Estábamos atrapados en la misma red, habíamos sobrevivido, y estábamos allí para contarlo. Hoy, otra clase de red, en la que también me siento atrapada, me une a Francisco, que está en mi ciudad lejana, sosteniendo una pared. Me emociono, le agradezco infinitamente, y pienso que hemos salido de una peste peor.

“Nos bombardean otra vez, vuelvo a construir mi casa, con esa fuerza del más allá que encuentro en tu mirada”


Si hay algo que es argentino es esa épica de caer y levantarse infinitas veces. Lo hemos hecho y volveremos a hacerlo una vez más. Todos somos “Héroes anónimos, guerreros en este lugar, peleando con el corazón, combatiendo tanta soledad”, especialmente en tiempos de confinamiento. Pero estos momentos evidencian a los que entre nosotros son aún más heroicos, como Francisco y todos los que están ahí bancando la parada, ayudando donde es urgente, con una fuerza del más allá que siempre se encuentra allí, en las miradas que muestran un corazón latiendo atrás, las que pueden verdaderamente registrar al otro, comprenderlo y abrazarlo. La mirada del amor, ese eterno rayo luminoso de la humanidad.


Héroes Anónimos

Estamos atrapados en la misma red,

viajando por un laberinto.

Estamos sosteniendo una pared,

por favor no la dejes caer.

Ceferino no me escucha más,

¿Adonde fue la Madre María?

Aunque no creo en la casualidad,

sueño con loterías.

Todos somos héroes anónimos,

guerreros en este lugar,

peleando con el corazón,

combatiendo tanta soledad.

Me bombardean otra vez,

vuelvo a construir mi casa

con una fuerza del más allá

que encuentro en tu mirada.

Todos somos héroes anónimos,

guerreros en este lugar,

peleando con el corazón,

combatiendo tanta soledad.

* Isabel de Sebastián es cantante y autora. Durante los ’80 formó parte del grupo Metropoli y luego comenzó una extensa carrera solista.