Cristina Maresca se reveló como actriz alrededor de sus sesenta años. Porteña y paseante de Buenos Aires, se cruzó con Manuel Mujica Láinez y Arturo Jauretche en conversaciones de librería con Alba Chávez, una socióloga estructuralista que fomentaba “una charla y un libro”. Fue habitué del Instituto Di Tella en los sesenta, “un paso obligado”; dictó clases de Lengua y Literatura y mientras dirigía la escuela William Morris, arremetió la carrera de Iluminación y, en forma posterior, pasó a Dirección escénica en la UNA. “Yo era 7 millones, ¡imaginate!”, exclama mientras se ríe de su recuerdo universitario.

Maresca es un verdadero fenómeno teatral, con un ruedo de maravilla que proviene de su infancia: a sus once años transcribía obras que veía por tevé o teatro, completaba cada escena, las escribía, adaptaba y montaba en el cuarto de sus padres, los fines de semana, “a veces con doble función”, sin público y con la cama doble como platea. Además de esta especial autoformación por su imaginería y el contacto con su primo actor, recortaba artículos y publicidades de las revistas de moda para formular y figurar sus propios juegos y vestuarios infantiles de papel y guardar así textos que le sirvieran para sus nuevas historias. 

Se reconoce tesonera y amante de las plantas, piedras y máscaras. Usa el apellido materno en homenaje a su abuelo músico y ha sido elegida en teatro en papeles clave por Bernardo Cappa (Bergantín), José María Muscari (La casa de Bernarda Alba), Heidi Steinhardt (El sepelio) y Claudio Tolcachir (La omisión de la familia Coleman), entre otros. 

En la entrañable charla, Cristina Maresca bosqueja su recuerdo y confiesa los cuentos que afectuosamente –y como “abuela”- les narra a “los chicos Coleman”, con quienes acaba de volver de gira por Chile. Participó de cortos, películas y televisión. En este cierre de año de cartelera porteña, se la puede ver en El sepelio (martes a las 21 en el teatro El picadero), mientras que en el próximo ciclo, en La omisión de la familia Coleman (Paseo La Plaza, con reestreno el 27 de enero).

“Disculpen, pero tengo función”, se excusaba de pequeña ante sus padres después de las comidas. 

-¿Qué veías en esa época de desarrollo de la imaginación y la escritura?

-Delma Ricci, que me encantaba como actriz, a tal punto que escribía sus textos del programa Tarde de vosotras, protagonizado junto a Josefina Ríos. Vosotras refería a la revista que se llamaba así. Entonces, yo compuse Noches de Maribel, que era otra revista. Por la noche, ensayaba frente al espejo y por ese entonces empezaba a comprar libros de teatro. Mi padre me trajo a Federico García Lorca, a Jacinto Benavente y a Pío Baroja. Radio porteña transmitía los radioteatros por la noche. Entonces, en mi cuarto ponía la radio con cuaderno en mano, de la obra que a mí me hubiese gustado y cuyo texto no conseguía, y copiaba el personaje que me había gustado. Iba completando así todos los personajes con el tiempo:La muchachada del centro, una obra de Diana Maggi y José Marrone con la orquesta de Canaro; Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura. La vi en el Odeon y luego la pasaron al Nacional. No podía conseguir el libro.

-Tu proceso entonces iba de espectadora a escritora, y de escritora a actriz.

-En tercer año había escrito algo similar del Club del Clan. Me encanta cantar, pero soy muy mala. Primero escuchaba y después armaba las tapas de los LP: Tango 1, Boleros, las películas de Sarita Montiel, que veía en cine y me encantaban y después intentaba conseguir el LP. Primero veía y luego tenía que conseguir el material. Además había un programa de televisión que se llamaba Estado Civil novios, que hacían Delma Ricci y Juan Carlos Altavista. Yo lo veía y copiaba a mano alzada. Luego lo pasaba a máquina y lo ponía todo en una carpeta.

-¿Cuándo decidiste ser actriz?

-De chica. Pero en el ‘83, hice un taller con Fina Wasser, una actriz de los años 50, en el Sheraton. Empecé ese año. Hicimos teatro leído e improvisación. En el ‘85, mi amiga Mónica Peláez empieza a escribir poesía y con su profesor de guitarra armó canciones. Yo tomé diapositivas y le hice la visualización. Lo presentó con la dirección de mi primo y armó un equipo. Yo hacía luces y visualización, mi primer trabajo en teatro.

-¿Y tu debut en la actuación?

-Fue con Bernardo Cappa. En sus clases siempre se necesitaba una madre o una tía grande. Y me convocaban. Después de una pasada de actuación, Bernardo me llevó para conversar y me ofreció hacer la madre en Bergantín, en 2009. En la escuela armaba los actos con obras de Silvina Ocampo, incorporando luz y sonido y con proyecciones.

-¿Cómo trabajás la iluminación y las otras áreas?

-Cuando me dan el texto, veo los colores. En el San Martín, yo llevaba la planta, a mano, y sin computadoras. Me quedaba en cabina y de ahí tiraba. Para estudiar lo hago en bares y escribo. Y mis textos para actuar los paso en el dormitorio o en la cocina. Para que mi memoria esté activa y ágil repaso textos de otras obras. ¿Qué me acuerdo de La casa de Bernarda Alba?, me digo, por ejemplo. Y cuando voy por la calle, paso letra, pero cuando escucho pasos por detrás, cambio al tarareo (risas).

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