Películas de sobrevivientes hay un montón. Pero básicamente se las puede dividir en dos grandes grupos: las de la sobrevivencia individual, y las de la colectiva. De las últimas hay menos que de las primeras. Y llamativamente –o no, diría un cientista social– responden a distintas épocas en la historia de la ahora tan convocada y mentada humanidad.

Las cinco aquí seleccionadas tratan de seguir ese criterio: reflejar las épocas más solidarias y las más individualistas de la historia humana moderna (la más soñadora de todas las que conoció); una disputa reflotada ante la pandemia del coronavirus. Cronológicamente respecto al tiempo que las ocupa, estas son.


Furyo (1983, Nagisa Ôshima). En esta película conocida internacionalmente como Merry Christmas Mr. Lawrence, el maestro japonés hace una oda a la idea más entrañable que tiene el ser humano de sí mismo. Es la Segunda Guerra Mundial y las tropas japonesas avanzan por el Pacífico, donde el Imperio Británico tiene varias de sus colonias. Al tomar una de ellas, captura al soldado británico Jack Celliers (David Bowie), que es confinado a un campo de prisioneros en Java. Como buen kapo de un campo de prisioneros, los maltrata y los humilla en cuanta oportunidad tiene, y si no la tiene las inventa. En su opinión los soldados aliados son todos unos cobardes que, incapaces del suicidio, se rinden. El personaje de Bowie unirá a las partes con una destreza que hasta él mismo desconocía tener. Logrará, por eso de sobrevivir, templar su espíritu de manera tal que terminará descubriendo , entre propios y contrarios solidaridades sorprendentes que le permitirán conseguir una quimera: que dos partes declaradas enemigas vean que pueden ganar sin doblegar al contrincante. Una joya que, además de Bowie, cuenta con la música de Ryuichi Sakamoto. Se puede ver en YouTube.


Alive (1993, Frank Marshall; ¡Viven! en Argentina). Basada en la historia de los rugbiers uruguayos que sobrevivieron al accidente aéreo cuando viajaban a Chile en 1972. Una historia grupal que conmovió al mundo al haber logrado seguir con vida cuando todos los daban por muertos luego de decenas de días de búsqueda. Acomodar los cuerpos de los fallecidos, juntar y decidir de qué modo repartir las raciones de las comidas y los refrigerios que pudieron encontrar, cómo fueron dándole sepultura a los muertos en el accidente y en los días sucesivos hasta la discusión y decisión de comer carne de los cadáveres de quienes fueron sus compañeros. Una verdadera épica colectiva.


Cast Away (2000, Robert Zemeckis; Náufrago en Argentina). Sin dudas el punto máximo de la idea de sobrevivencia individual, que provocó alto impacto en los sectores medios urbanos más o menos relacionados con las actividades intelectuales y artísticas. En aquel mundo que parecía haber llegado para quedarse por siempre (antes del 11.09.11, antes del 18 y 19.12.01), la película funcionaba como una guía o, peor, un manual de autoayuda ante el mundo que vendría. Un cartero de FedExpress resulta el único sobreviviente de un accidente de avión y queda en un isla a cientos de kilómetros de cualquier sitio habitado. Pero se salva por su lado más “elemental”: las habilidades provenientes de su trabajo no calificado según las categorías de quienes manejan las categorías. Pero no deja de ser una idea bastante fantasiosa de la soledad: una soledad no hackeada, acosada, maltratada por otros; un símil de Robinson Crusoe. Y más: el dolor pasaba a ser algo incompartible, algo tan propio que era imposible conseguir empatizar. El aislamiento que vendría sería distinto y necesitaría de otros recursos: uno que no podría renegar de la interrelación.


Into the Wild (2007, Sean Penn; Hacia rutas salvajes en Argentina). Una alegoría para escapar de la asfixia que generaba el mundo que se avecinaba, donde nada de lo que podía proporcionar algún otro era ya no plausible de valer la pena, sino sencillamente de ser aprovechado, usufructuado en su sentido más mercantil. La experiencia del joven disgustado absolutamente con el mundo que le dejaron sus mayores, decide aislarse totalmente de él (el mundo es una invención de la civilización, el planeta es una construcción biológica y química de toda la vida orgánica). Quiere mostrarse –antes que demostrar- que no le hace falta nada de él, y menos su gente, para seguir viviendo. Lo hace exitosamente por un tiempo, dejando un regusto amargo en el espectador: ellos también ambicionan, como manifestó Mafalda hace ya más de 50 años, que paren el mundo para bajarse.


The Hunger Games (2012, Gary Ross; Los juegos del hambre en Argentina). Los millennials traen de nuevo la esperanza de la supervivencia colectiva en una distopía futurista en la que, hombres (sí, más hombres que mujeres) dominan el mundo y disponen el sacrificio de jóvenes a través del combate en dichos juegos: es la única manera de que sus respectivas comunidades no sufran tanto como los que pierden. Pero de a poco y del lado femenino de la historia, empiezan a surgir otras formas de combatir el yugo. A través de la saga, Los Juegos del Hambre les cuenta a los jóvenes, a través de personajes como ellos -y pese a todo lo que de ellos se dice-, que la única resistencia y rebelión posible es colectiva.