Pese a ser un tema recurrente en la historia argentina, las crisis económicas no tienen tanta buena prensa entre los cineastas. Algún crítico avezado podrá decir que es precisamente por eso: ciudadano y ciudadana media argentinos saben demasiado del tema, y eso dificulta la tarea de los realizadores a la hora de ofrecer una mirada novedosa. Tal vez esa sea una de las razones por las que luego de Plata dulce ningún film se haya dedicado de lleno a mostrar la bicicleta financiera argenta y sus devastadores efectos. Pero no hay que apresurarse: la actual crisis fruto de una nueva política económica que alentó la especulación financiera y despreció la economía productiva seguramente dará nuevas películas, aunque sea para intentar dar cuenta de una sola razón: cómo pudo volver a suceder. Mientras, acá un repaso cronológico por los films que intentaron explicarles de maneras alternativas a la academia y la investigación periodística, por qué les había sucedido lo que les sucedió.
1. Plata dulce (Fernando Ayala, 1982). Un clásico total de la cinematografía argentina. Cuenta el periplo de Carlos Bonifatti (Federico Luppi), que pasa de ser dueño de una alicaída Pyme de botiquines llamada Las Hermanas -que tiene con su concuñado Rubén Molinuevo (Julio De Grazia), a gerente de de una financiera. En pleno Mundial 1978 Bonifatti se cruza con su ex compañero de la colimba, Arteche (el genial Gianni Lunadei), que le ofrece la posibilidad de una salida a la magra situación que atraviesa su pequeña empresa, agobiada por la apertura indiscriminada de la importación y las altas tasas de interés para financiamiento. Luppi dijo su “Arteche y la puta madre que te parió” con una convicción tal, que la convirtió en una tan bella como indignada síntesis de lo que resultó el proceso de reconversión social, económica y cultural que había emprendido la dictadura en 1976. Desde Plata dulce, todo ciudadano argentino que la haya visto ya sabe de qué se habla, cuando se habla de lluvia de inversiones extranjeras y sus estelas: deuda externa, déficit fiscal, y siguen las firmas.
2. Pizza Birra Faso (Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, 1998). Desde la marginalidad social, dos jóvenes cineastas le abren los ojos al país: no sólo no estábamos en el Primer Mundo, sino que el piloto automático con el que el presidente Menem decía que se manejaba la economía, sufría serios desperfectos que afectaban su funcionamiento. Las ninguneadas protestas piqueteras que desde hacía unos años había empezado a atravesar el país no tuvieron ni la atención ni la repercusión que este film logró en las capas medias de la población. Bastante antes del combatiente grito Piquete y cacerolas, la lucha es una sola, el film daba cuenta de cómo una buena parte de la juventud (los incipientes NI: ni estudia ni trabaja) encontraba en el delito su única forma de supervivencia económica. Lejos de cualquier moral, pero con una fuerte empatía con los protagonistas, y sin renunciar a los rigores del género policial, el film pone de relieve el entramado social que sostiene la marginalidad, lo mismo que las decisiones políticas que la sustentan.
3. Nueve Reinas (Fabián Bielinsky, 2000). El punto máximo de lo que el cine supo decir sobre las crisis económicas argentinas. Llena de escenas para recordar (acá se ofrece la que Darín le cuenta a Pauls todas las formas de robo que se pueden dar en la calle), que tiene la gran virtud de una fábula en la que los vencidos de siempre resultan los vencedores. Y encima en el campo que mejor conoce el que suele dominar: la estafa. El gran dispositivo que despliega la película también sirve para revelar que, a veces, ningún financista (como la escena del baño en la que Darín le dice a Pauls si tendría sexo con un hombre) puede equipar la satisfacción y bienestar que produce una venganza. A ese nivel de reflexión llevó Bielinsky el cine en el momento previo a la más grande crisis que conoció la historia argentina. El país se iba a la mierda, pero tenía películas como Nueve Reinas para decir que al menos lo haría con alguna dignidad.
4. Memoria del saqueo (Fernando Pino Solanas). Sin dudas el autor audiovisual que narra mejor que nadie las tragedias de la patria. Desde La hora de los hornos en adelante, Solanas supo juntar las piezas del rompecabezas en el que dejaba al país cada intento de doblegar la voluntad popular de autonomía y soberanía política y económica, y darle una narrativa que hiciera comprensible el desastre. No por nada realizada en los primeros años en el que el pueblo (según lo llama él mismo) se iba recuperando de las heridas y víctimas -algunas fatales- que le había dejado el proceso neoliberal encabezado por Carlos Menem y que estalló con Fernando de la Rúa. Verlo -nuevamente o por primera vez- llena de más de tristeza que de indignación: muchas de las cosas dichas ahí fueron nuevamente dichas en los últimos tres años como si nada hubiera sucedido en la historia reciente del país; muchas de las consecuencias por esas palabras -ya se habla del papel fundamental de los medios-, que hicieron cosas (políticas económicas y sociales, sobre todo), se empiezan a ver de nuevo en este 2018.
5. La crisis causó 2 nuevas muertes (Patricio Escobar y Damián Finvarb,, 2006). “Mucha gente trabaja para mucha gente, nosotros hacemos lo que tenemos que hacer”, dice el recién fallecido Julio Blanck, por entonces Editor Jefe del diario Clarín, y también autor de la frase “periodismo de guerra”, para definir la relación que tenía el diario con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En este documental se analiza cómo se movieron los medios ante los asesinatos de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio de 2002, en especial Clarín, de cuya portada del día siguiente se tomó el título para la película. Para ver que el mediático es un auténtico factor de poder tan real como histórico desde la aparición del periódico moderno allá por fines del siglo XVIII. Y que Clarín perdura, pese a que la sensación es como la del patriarcado: se va a caer, se va a caer.