Los argentinos, desgraciadamente, perdimos gran parte de la capacidad de asombro. Nuestra historia es rica en bombardeos a civiles, desapariciones forzadas de personas, torturas sistemáticas, apropiación de niños, vuelos de la muerte y mucho más. Sin embargo, resulta imposible no sorprenderse y sentirse conmovido con la historia que retrata La noche de 12 años. El calvario al que la última dictadura uruguaya sometió a los militantes tupamaros Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof y José «Pepe» Mujica durante más de una década tiene dimensiones dantescas. Completamente aislados del exterior y de ellos mismos, imposibilitados de hablar, arrojados a celdas minúsculas y en condiciones infrahumanas, Huidobro, Rosencof y Mujica sobrevivieron a sus carceleros y hasta al sentido común que les auguraba el peor de los pronósticos. Ese universo ominoso y perturbador, donde la extrema soledad se cruzaba con la locura y la lucha por sobrevivir, es el marco general en el que se desarrolla la película del director uruguayo Álvaro Brechner que se estrena este jueves.
«Sabía que Mujica había estado preso durante más de diez años, tenía algunas referencias de los Tupamaros y suponía que la dictadura uruguaya no había sido tan diferente a la nuestra. Pero cuando empecé a reunirme con Álvaro (Brechner) y me contó la historia, sus alcances y pormenores, no pude pensar en nada más que hacer la película. Era cuestión de ponerse a investigar y trabajar en cómo aportar lo mío de la mejor manera», confiesa el «Chino» Darín en diálogo exclusivo con Tiempo. El actor revela que para encarnar el deterioro físico producto del brutal cautiverio debió adelgazar alrededor de 13 kilos y preparase con detenimiento para una actuación central «pero con la menor cantidad de diálogos de toda mi carrera».
La película de Brechner incluye en los roles centrales al español Antonio de la Torre (Mujica), al Chino Darín (Rosencof) y al uruguayo Alfonso Tort (Fernández Huidobro). La historia real es tan potente que resulta imposible ignorarla. El film se basa en el libro Memorias del calabozo, de Huidobro y Rosencof. Pero va mucho más allá de un documental o una biopic. Brechner relata historias trágicas, invita a asomarse al horror y pinta esos mundos interiores de oscuridad y resistencia. En condiciones de máxima indefensión, en medio del agobio de la nada, hasta unos golpes en la pared pueden resultar un manantial de vida y esperanza. El film se permite algunos pasajes en los que coquetea con el humor. Uno de los más memorables es la multitudinaria escena que bien pudo llamarse «¿Cuántos militares se necesitan para que un recluso pueda hacer sus necesidades en un baño?».
–¿En algún momento te preocuparon las exigencias del papel?
–Esta película me metió en una experiencia a la que nunca me había sometido, repleta de dificultades e incertidumbres. Pero eso lo hizo más interesante. Bajé casi 13 kilos para transmitir la idea del deterioro que sufrió Rosencof en ese confinamiento interminable y atroz. La parte de mayor deterioro la filmamos al principio. Para de a poco poder ir recuperando el peso a medida que avanzaba el rodaje y sentirnos mejor. Pero el inicio de la filmación se demoró ocho o nueve días y nos queríamos matar. ¡Nos comíamos los codos! (risas). Más allá de lo físico, el gran desafío era entender y expresar la complejidad psicológica de los personajes. Porque vos podés hacer de un asesino, un hijo de puta o lo que sea. Pero en general esos personajes se mueven dentro de cierta cotidianeidad. De alguna forma son más cercanos. Esto era realmente una situación muy, muy extrema, con una cantidad de factores y componentes muy alejados de lo que uno puede haber vivido. Nos tuvimos que asesorar mucho con psicólogos e investigar un montón para intentar reproducir las consecuencias de estar en ese estado de aislamiento y deterioro tan profundo. Incluso, en un momento, experimentamos un poco ese agobio del encierro y de no hablar. Sólo actuando. Es imposible imaginar con exactitud lo que sufrieron Huidobro, Rosencof, Mujica y otros tupamaros.
–Desgraciadamente, los argentinos padecimos el horror muy de cerca. Pero no deja de sorprender la perversión de los militares uruguayos.
–Es increíble, sí. Siempre nos hemos sentido hermanados con los uruguayos, compartimos cierta idiosincrasia y mucha historia. Pero los hechos que vivieron los militantes tupamaros en la dictadura exhiben una perversión que quizás no imaginábamos. En la película hay muchas frases literales. Como «no los matamos en su momento, pero ahora los vamos a volver locos». O «ustedes no son presos, son rehenes». Todo fue muy macabro.
–¿Conociste a Rosencof ?
–Sí, tomamos unos mates. Me parece que alguna birra también. Compartimos dos encuentros y horas de charla antes de filmar la película. Y después nos volvimos a encontrar y también fue muy interesante. Más allá de que escribió el libro en el que se basó la película y hay mucho material ahí y en sus otros libros, fue impagable haber estado mano a mano con él y que me regale anécdotas y vivencias, propias y de otros compañeros. Incluso me invitaron a un asado con compañeros de esos tiempos y nos trataron con mucho cariño y generosidad. Nos decían: «Nosotros vivimos esa historia, ahora ustedes cuéntenla a su manera».
Con algunas cosas claras
El Chino Darín todavía no cumplió los 30 años y ya es uno de los actores argentinos más reconocidos y su carrera en España avanza día a día. Es innegable que ser hijo de Ricardo Darín lo ayudó para convocar curiosidades varias. Pero a ese impulso de la portación de apellido le sumó trabajo, perseverancia y buenas decisiones. Sus participaciones en la serie Historia de un clan y en la película El Ángel, entre otras, confirmaron sus crecientes capacidades profesionales y una carrera en ascenso.
–¿Cómo construiste un personaje central, pero con tan pocos diálogos?
–Soy de los pocos actores que conozco que se sacan texto. No me gusta hablar por hablar. Pero en este caso la historia planteaba por sí misma un ejercicio extremo. Casi todo lo que hablo es en off. Fue un desafío muy lindo que afrontamos entre todos. Por momentos nos perdíamos, nos agotábamos y no sabíamos ni por dónde buscar. Porque justamente así es el proceso de búsqueda. Gran parte de esos años la única forma de comunicación de Rosencof era golpeando en código una pared para interactuar con Huidobro. Aprendimos esos códigos y los imitábamos para intentar reproducir ese clima de infinita precariedad. Fue un trabajo muy intenso. Este papel me impuso una gran exigencia física y emocional.
–En este tipo de papeles son muy importantes los gestos mínimos. ¿Cómo los trabajaste?
–Uno confía en el director. No suelo laburar con el espejo. Lo hice para alguna película en la que quería dar con un gesto muy preciso. Pero no en La noche de 12 años. Uno también puede pedir que le muestren la escena. Pero algunas superaban los 19 minutos y se hacía imposible volver a verlas. Era cuestión de confiar en el laburo propio y del director.
–Hace poco en tu cuenta de Twitter reclamabas que, en lugar del nombre Luciana Salazar, Redrado congelara el dólar.
–Fue una joda (risas). Uno trata de ponerle un poco de humor a este momento. Pero lo que más me llamó la atención fue que después del freezer affaire Redrado salió de gira por un montón de medios como si fuera un salvador. Parece mentira, pero hoy en día hasta los economistas se hacen mediáticos.
–¿Cómo vivís este momento del país?
–Con angustia. Como todo el mundo. Con la sensación de que nos mordemos la cola. De que estamos un poco mejor y enseguida viene otro ciclo de crisis y todo se descalabra. Pasó muchas veces. Me parece que es algo idiosincrático de la Argentina. Yo empecé a caminar la calle en el 2001. Sé de crisis. Pero otra vez… Me da pena ver que muchos amigos quieran irse del país porque no pueden vivir así. Tuve la suerte de viajar mucho y la gente no padece estas cosas. Me da tristeza esta situación. «
La noche de 12 años. Dirección: Álvaro Brechner. Guión: Álvaro Brechner. Elenco: Antonio de la Torre, Chino Darín, Alfonso Tort, César Troncoso, Soledad Villamil, Sílvia Pérez Cruz, Mirella Pascual, Nidia Telles. Estreno: jueves 27. «
De los dos lados del Atlántico
«Me fui por una oportunidad laboral, me enamoré (está en pareja con la actriz española Úrsula Corberó, Tokyo en La Casa de Papel) y empecé a quedarme», confiesa el «Chino» Darín.
–¿Es difícil vivir en España y en la Argentina?
–A mí me cuesta bastante. Se dio y decidí aceptar la oportunidad. Por momentos lo disfruto y en otros puede ser medio choto. Suele ser difícil la distancia y siempre estoy a distancia. Cuando estoy acá no tengo a mi novia, cuando estoy allá me faltan mis amigos y mi familia. Pero bueno, también puedo desarrollar mi laburo profesional y enriquecerme con otras cosas. Aunque me cuesta sentirme completo en los dos lugares. Lo de la productora también es una forma de poder generar más laburo acá y venir más seguido.«
Padre e hijo juntos, la aventura que se viene
Ricardo Darín y el Chino Darín fundaron la productora Kenya Films. Su primera película fue El amor menos pensado, protagonizada por Darín padre y Mercedes Morán, y una de las más taquilleras del año. Pero ya están trabajando en una nuevo film, basado en la novela de Eduardo Sacheri La noche de la Usina. «Será la primera película que vamos a protagonizar juntos, estamos muy entusiasmados. Por eso y por lo que va a contar la película. Tenemos muchas expectativas. No te puedo adelantar nada más, pero creemos que va a dar de qué hablar», señala.
–¿Está bueno laburar con tu viejo?
–Se generan asperezas donde no las había. Pero está bueno. La pasamos bien. Por momentos decimos «¡para qué nos metimos en este quilombo!» (risas). Pero ganan los momentos de alegría. Hemos generados dos proyectos que nos parecen muy interesantes. A El amor menos pensado le fue muy bien en todo sentido. Y apuntamos a que pase lo mismo con La noche de la Usina.
–Sos muy joven y ya tenés una carrera importante y una productora. ¿No sentís vértigo?
–Totalmente. Y más con la productora. Mi viejo era bastante reticente con concretarla. Es cierto que a él nunca le faltó laburo y no necesitó una productora. Pero lo convencí. ¡Y ahora me quiere matar! (risas). Es mucho laburo, pero sentimos que vale la pena. Ahora sólo me falta ponerme un parripollo (risas). «