Son dos actrices paradigmáticas, de distintas generaciones. Comparten la rara excepcionalidad de ser a la vez prestigiosas y populares. Que una película las reúna en el rol de madre e hija constituye de por sí un acontecimiento distintivo. Pero aún más: haciendo honor al nombre de la nueva ficción de Ignacio Rogers, en Las fiestas, las y los espectadores asistirán a una verdadera celebración de la actuación de sendas mujeres transitando por géneros disímiles como son el drama, la comedia, la comedia negra y el suspenso.
El punto de partida de Las fiestas es una madre poco ortodoxa, despreocupada y manipuladora -en las antípodas de la antológica Manuela que Cecilia Roth interpretara en la sublime Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar- que, tras sufrir un infarto, promete cambiar y acercarse a sus hijos interpretados por Dolores Fonzi, Daniel Hendler y Ezequiel Díaz. Para ello precisa compartir más espacios con ellos y les pide pasar juntos las fiestas de fin de año. Las navidades serán el espacio temporal y espacial en el que aflorarán viejos y nuevos resentimientos y heridas que nunca cicatrizaron.
–¿Cómo describirían a sus personajes: María Paz que de paz tiene muy poco y una Luz que tiene mucho de oscuridad?
Cecilia Roth: -Sí, soy más bien María Guerra (risas). Sin embargo, ella no tiene conciencia de que es María Guerra. Ella cree que es María Paz total. Yo creo que es de esas personas que no tienen del todo claro qué pasó o qué es lo que generó en su relación con sus hijos. Una madre que, mirada desde afuera, queda claro que está ensimismada, que ha hecho toda la vida lo que ha querido, probablemente pensando en sus hijos, seguramente amándolos, pero no registrando que algo de lo que hacía podía hacerles mal a uno de ellos o a los tres. Cuando comienza la ficción, María Paz está en un momento especial. Después de pasar una internación por una enfermedad coronaria, está necesitando ella la presencia de sus hijos. Igual, para mí, María Paz es defendible en todos los puntos. No puedo juzgar a ninguno de los personajes que interpreto. Si yo hago de asesina tampoco, sino te convertís en público.
Dolores Fonzi: -Luz es un tanto infantil, un tanto maníaca, madre soltera. Tiene esta madre a la cual todavía tiene muchos reclamos que hacer y a la cual, como suele suceder, cada vez se parece más. Como no termina de cerrar la relación con la madre tampoco termina ella misma de ser madre ni puede ser hija. Hay algo que se queda patinando. Pero a la vez siento que no puedo describir mi personaje separado del de Cecilia o de los otros tres principales. Se trata de cuatro energías. Los cuatro personajes se relacionan de una manera bastante simbiótica y se completan. Son como monstruos de cuatro cabezas. Luz tiene una energía que existe porque los otros son de esa manera. Es una mujer que está un poco desconectada, pero a la vez no se arrepiente de nada.
–¿Cuál es el conflicto madre e hija que tienen sus personajes?
C. R.: -Uno de los méritos de la película es que no se sabe cuál es el conflicto real. Seguramente, para cada uno de los hijos el conflicto es otro o se lee de una manera distinta. La relación con cada uno de ellos es muy diferente. Me gusta, por ejemplo, que el personaje de Ezequiel sea una chica trans y eso no está subrayado para nada. Supongo que cada uno ellos, tendría algo diferente para hablar y para recriminarle a su madre. El horror sobrevuela, pero no se ve qué es lo que pasó claramente en esa familia. Pasó de todo a lo largo de toda la vida.
D. F.: Hay algo como una despedida, un fin de algo en la ficción de la película. Algo que evoca al núcleo de familia. No sabría decirte cuál es el conflicto, te podría decir que, a pesar de todo, son familia, están ahí.
C.R.: -En la película el conflicto nunca termina de estallar del todo. Hay un sobrevuelo sobre un horror que se desconoce y no se va a resolver nunca. Lo van a tener que resolver los hijos con la cabeza. La madre es la eternidad: uno sigue hablando con su madre estando viva o no. Seguís hablando con tu madre de conflictos que, con el tiempo, los entendés de otra manera. La relación con la madre es la más difícil que hay, pero es eterna.
–¿Cómo construyeron sus personajes?
C. R.: -Ensayamos un montón, llegamos al set muy instalados en el tono y en la cadencia de la película, en ese silencio que habla y en esas palabras que no hablan. Después de hacer bastante cine, hay una cosa bastante intuitiva cuando leés un guión y ves un personaje que te atraviesa: casi que se mueven solas las piezas internamente y desechás lo que no te va a servir. Si fuera más chica seguramente me interrogaría cómo era mi propia relación con mi madre, por qué soy así. Son cosas que ahora a mí no me sirven. Lo que sí, a la hora de interpretar esta madre, la relación con mi hijo está muy presente, el amor, lo indiscutible del amor. Porque una madre siempre ama a sus hijos, por más desprolijo y conflictivo que sea ese amor. Creo que, fuimos construyendo todos a la vez. El vínculo es esta red de contención familiar que, aunque sea diferente, extrema, excéntrica, es una red familiar. Prefiero a las llamadas familias disfuncionales. ¿Qué familia es funcional? Si existe algo así, las familias que parecen funcionales dan más miedo (risas).
DF: Con el tiempo, lees el guión, hablás con el director y ya no hay más que hacer que dejarte poseer por esa energía que construiste en el tiempo. Actuar no es lejano a lo que sentís en la vida real. En este caso, está muy trabajado el vínculo. Nos conocemos todos hace muchísimo y eso lo facilitó, pero también se ensayó mucho. Encontrar el tono de cómo nos íbamos a relacionar todos, sobre todo teniendo en cuenta que todos tenemos una relación cotidiana de amigos. Entonces, había que trabajar cómo cambiar eso.
–Las dos tienen una larga trayectoria cinematográfica ¿Por qué decidieron aceptar estos papeles?
C. R.: -Somos hermanos con todos los chicos. Antes de que me dieran el guión dije que sí. Esta red familiar es una red de contención. Trabaje mucho con Dolores, en Vidas privadas. La pasamos muy bien juntas trabajando y en la vida. Sabía que nos íbamos a divertir y a descubrir muchas cosas del otro como artistas y como seres humanos.
D. F.: No podía no hacerla. Son mis amigos íntimos y conozco el proyecto desde hace años. No hubo dudas. No era una película, era algo muy cercano. Era un proyecto de amigos, hacer con mis amigos a fin de año algo que nos gusta. Trascendía el hecho de ser una película. Me gustaba la idea de ser y estar en cámara todos juntos. Algo como respirar, algo como familiar real de estar con mis compañeros que son amigos y gozar de experimentar al otro en control de la actuación. Ir construyendo en grupo es muy divertido.
–Las fiestas de fin de año remiten a balances y a preguntar por los proyectos del año que viene.
D. F.: Fue un año increíble que me tatuaría. Lo que pasó con Argentina, 1985 (la película de Santiago Mitre, su pareja). Mi hijo terminó séptimo grado. Dirigí mi primera película este año, Blondi, que se estrenará próximamente. La escribí, la actúe y la dirigí. Es una comedia sobre una madre que tuvo su hija a los 15 años y ahora tiene 40 y el hijo tiene 25. Son roommate, son la pareja perfecta, pero ella es más inmadura que él. Ella fuma porro, roba en el chino (risas), su mejor plan es el hijo, pero él tiene que despegar y ese es el drama
C. R.: -Estoy rodando una película en Barcelona. La Mesías con los Javis (La veneno, Paquita Salas) con Carmen Macchi y un elenco fabuloso. Los Javis son un sueño. Son brillantes y la relación entre ellos es increíble. Yo quiero ser así: estar en algún momento de mi vida trabajando con mi novio, ser felices, que todo sea cool y hacer algo que le encanta a la gente. «
Las fiestas
De Ignacio Rogers. Con Cecilia Roth, Dolores Fonzi, Daniel Hendler y Ezequiel Rodríguez. Estreno: 5 de enero. En cines.
Las fiestas, la ilusión y la vida que continúa
Las fiestas se inscribe en una tradición literaria y cinematográfica que, alejada de Hollywood, muestran el lado “b” de las navidades: el espacio-tiempo en que estallan o se manifiestan los conflictos, las cuentas por saldar de una familia. En literatura, el maestro fue el James Joyce de “Los muertos”, el último cuento de Dublineses. En el relato, una canción interpretada durante las festividades navideñas desmorona los cimientos de un matrimonio burgués heterosexual porque le hace evocar a la mujer el recuerdo de un joven de 17 años que murió de amor por ella y al que jamás olvidó.
–¿Qué son las fiestas para ustedes?
C. R.: -Depende del año. Hay años en que me apetece un montón festejar, años en los cuales me es más indiferente y otros en que me olvido de que es la fecha. Las fiestas son muy raras. Este año no voy a bailar porque tengo el sacro fracturado, tendré que mirarlas desde afuera. No las paso mal, me gustan las fiestas. No me llevan a nada desagradable. El día siguiente es igual. Llega el niño Jesús y se continúa con lo que venías haciendo, la vida continúa.
D. F.: -Las fiestas van cambiando. Durante la niñez son la ilusión, los regalos, Papá Noel. Creer, no creer. Durante la adolescencia y juventud me quería ir con mis amigos y no quería saber nada. Y ahora que tengo hijos y grandes, me parece un plan. Y tengo ganas de pasarla con mi mamá, mis hijos, mis amigos, vienen mis hermanos. Se arma un encuentro grupal. Tengo a mis hijos un año sí y un año no. Cuando no están los niños, me voy de viaje y no solemnizo para nada. Pero cuando ellos están es todo un plan. Es un fin de año, es agradecer, es terminar un ciclo, es prepararse para lo que viene. Me debo estar poniendo solemne con los años, pero me gusta, la paso bien. Me gusta regalar.