Canta música popular desde 1970, es soprano lírica de formación, psicoanalista y pintora: Adriana Martínez se compromete con todo lo que hace de igual manera. Así entiende que debe ser. Hoy disfruta de Cálice, su quinto disco, un puñado de canciones que, más allá de la belleza, apuestan a expresar su mirada de la vida. “El arte sirve para romper con la estructura formal del lenguaje, para decir lo imposible de decir. Una melodía, sonidos que llevan palabras, historias y miradas que trascienden lo imaginado. Más allá del individualismo, la meritocracia y la negación del otro: somos el otro y eso también llega a mi música”, puntualiza Martínez.
Su nuevo trabajo incluye 14 temas de música popular latinoamericana y canciones de amor del cancionero universal. La guitarra y arreglos son de Armando de la Vega y Víctor Hugo Morales tiene dos intervenciones, una de ellas leyendo un fragmento de Mujeres, de Eduardo Galeano. El trabajo se propone un juego poético para denunciar el silencio impuesto por las dictaduras y convocar a la rebelión contra el capital, el patriarcado y la censura, señala Martínez. “Cantar es revivir a los 30 mil desaparecidos, a los olvidados, a los muertos, a los ancestros de la Patria Grande. También es darle lugar a historias universales de amor, que reencarnan en la música para estar nuevamente entre nosotros. La idea es mostrar el dolor de mi pueblo por el avance del neoliberalismo feroz, como ya pasó antes. Tuvimos unos años dorados de felicidad con Néstor (Kirchner), Cristina (Kirchner), Lula (Da Silva), (Hugo) Chávez, Evo (Morales) y (Rafael) Correa. Hoy sólo quedó Evo en Bolivia, en los otros países nos toca seguir luchando para que vuelvan los gobiernos para el pueblo. Somos parte de todo eso y creemos que una buena canción es capaz de demostrar que el amor puede vencer al odio”, asegura la artista que durante los ’70 militó en el Peronismo de Base y debió exiliarse en 1976. Cálice encierra una particularidad llamativa: fue grabado en estudio, pero con público. “Tomé esa decisión para darle a la grabación la máxima expresividad posible. No comparto el criterio de que el estudio es sólo excelencia técnica y el concierto en vivo la expresividad, creo que hay que intentar rescatar en la grabación la emoción de la música en vivo, y además no me interesan las demostraciones de virtuosismo técnico sin corazón. Hay una conexión entre público y cantante que le da otra dimensión a la interpretación. No encuentro una forma de describirlo, pero se dice que cantar al unísono hace latir los corazones al mismo tiempo, siento que una masa musical nos envuelve y vibramos juntos: es cantar en el centro de una orquesta”, destaca.
Martínez tiene una importante formación y recorrido en el mundo de la música clásica, pero el palpitar en la música popular: “Toda mi vida fue así. En mi casa era así, en el coro del colegio yo era solista y cantábamos temas populares y clásicos. Cuando entré al conservatorio mis maestros de canto me fueron llevando a la ópera por las condiciones de mi voz y pasé muchos años cantando ópera y cámara, sin dejar de interpretar temas populares también. Además, la música clásica nació de pobres artistas populares cuyos mecenas fueron apropiándose de ella y reproduciéndola para élites, bajo las condiciones de la academia. Por eso no siento que sean expresiones lejanas ni contradictorias.»
La cantante cree en el compromiso, destaca el valor de la historia, pero elude encerrarse en lo nostálgico. “Es mi intención trasmitir lo que pienso ante las dificultades que nos impone esta realidad –sostiene–. Hace muy poco Chico Buarque y Gilberto Gil volvieron a tocar juntos la canción «Cálice» en el marco de una gran manifestación por la libertad de Lula. No la cantaban desde los ’70. Hacía poquito yo había lanzado el disco, que en portugués también significa cállese. Me sentí muy feliz de vibrar con mis hermanos latinoamericanos en la misma sintonía. Pero no pretendo que éste sea un ‘pensamiento universal’, es sólo mi sincero sentir.” «