Camila Fabbri estudiaba en la Emad y debía escribir un monólogo para un trabajo de dramaturgia. Y decidió para la entrega hacer un texto sobre un personaje que le habla a otro sin recibir respuesta. El resultado es Condición de buenos nadadores, con representación en el club Vasco Gure Echea, los domingos 19 y 20:30.
Más tarde, lo convirtió en cuento porque funcionaba de las dos maneras, quitándole las didascalias (acotaciones) y construyéndolo como relato, que al fin forma compendio en el libro Los accidentes (editorial notanpüan) junto con otras historias. Por ese entonces, veía cine portugués, las películas de Joao Pedro Rodrigues y Miguel Gomes. Se fascinó con el idioma en su relación con el castellano, sus historias de identidad y porque la música del lenguaje es mucho más dulce en el portugués. Escenificó el encuentro entre un padre y un hijo en una Lisboa nocturna con un equipo de artistas que lograron amplificar las voces e iluminar el espacio para la sorpresa de los mirones del agua. Reconoce el trabajo con sus actores, en plena zambullida experimental, incluso, participa un músico no actor como tercer personaje.
Condición de buenos nadadores sucede en un natatorio, una coreografía actuática que apela a todo espectador en lo sensorial y contextual: desde una cartelera que combina clases de deportes con obra de teatro hasta el olor a cloro que envuelve el espacio de pileta-escenario despiertan el sentido y lo sostienen desde el pasillo a las gradas, para (a)brazar una confesión de un padre argentino a un hijo mudo, en un turno de pileta libre.
Para Fabbri esto provoca algo extremo y se afila la crítica por esto. Y agrega: Hay momentos que me gustan mucho, que tienen que ver con los silencios, cuando no hacen grandes cosas más que estar ahí. Se vuelve muy verdadero, y no en el afán de ver la obra clásica. Cuando voy al teatro y veo a un actor actuar hay algo que se me desvanece. Le veo la mentira, es una búsqueda mía respecto del teatro. Disfruto el silencio de los actores en escena.
En la charla, es posible deducir su afán por la irrupción, las sistematizaciones, el pensamiento de autor y el intenso y largo trabajo de ensayo y mejoramiento de los textos. De sus contemporáneos, reconoce a Federico León, Jorge Eiro, Paula Marull y Romina Paula, con quien además tomó su primer taller, una clínica entrañable que la marcó entre líneas y para siempre.
Confiesa que el natatorio les resulta un lugar tenebroso porque uno nunca está de noche en un espacio ahí. Condición cuenta la historia de un padre argentino que visita a su hijo una vez por año, en este vuelo insospechado para contarle su historia de amor con un joven. La puesta de Fabbri sale del cubículo oscuro para reespacializar el hecho teatral.
-¿Cómo puede recibirse una puesta en un club?
-La decisión del club fue posterior al texto. Y como había nacido en un natatorio, no tenía reales deseos de hacer la farsa en una sala porque no le encontraba lo escénico en una caja negra. Necesitaba que la acción del nado del chico fuera real. Si no es solo texto. El espacio enorme y vacío hacía al texto también y resultó el natatorio. Fueron tres años de elaboración de la obra por cuestiones técnicas y de luz o temperatura.
-Tu forma teatral irrumpe en un escenario no esperado, desde la cartelera.
-Claro, es una especie de collage: clases de karate y obra de teatro. Un hueco, de Juan Pablo Gómez también se hizo en un club, en Estrella de Maldonado. Se hacía en los vestuarios y entraban diez personas por función. Me junté con él y me dio consejos acerca de qué arreglo hacer con el natatorio porque es una complejidad con la acústica. Hubo perseverancia de todo el equipo, todos confiaron mucho. Ensayábamos ahí, una y dos veces por semana y fue necesario el lugar para marcar lo coreográfico.
-¿Ya habías trabajado con el elemento agua?
-En mi libro Los accidentes hay un relato de unos hermanos ahogados en una pileta municipal. Y además está Condición de buenos nadadores, el cuento. Pero aparece en los espacios públicos y el agua recreada, no como mar o río. Es más falso. En relación a Condición , en la primera pieza que escribí Brick eran hombres de tres generaciones también muy marcadas que estaban en una obra en construcción, sin referencia del lugar. Hablaban del final del mundo, alejados de la civilización. Era desolador, los tres esperando al ingeniero que nunca llega. Son lugares cerrados en los que si podés espiar son enormes con otro clima, distinto al del afuera. El natatorio tiene algo de la obra en construcción, es un lugar grande, vacío. Hacen sistema.
-¿Te planteaste la identidad como tema?
-Vuelvo a Brick. Son tres obreros que tienen en común: toman las mismas pastillas porque tienen un problema en el bulbo raquídeo que les trae la desmemoria. Se olvidaban, incluso, de quiénes eran, sin llegar a ser ciencia ficción, sino un cotidiano que los hermanaba y había un cierto romance no expreso. No está lo gay, pero había algo romántico de bolero que tenía que ver con la identidad de estos tres hombres que se encuentran no sólo en la sexualidad sino en todo lo que tienen en común. Aparece la identidad sexual tardía y cambiante. En Condición pasa también. El padre, a sus cincuenta y largos, tiene el romance con un chico y lo niega porque dice estar como con una chica jovencita. En cambio, su hijo ya se encontró y lo tiene súper resuelto, aunque el padre no lo sepa.
-Elegiste un personaje mudo, a quien no es posible correrle la mirada.
-Él le pone la mirada al público. Es un guiño de la obra. El hijo sabe que hay un público y el padre no, hay cuarta pared para él. Es como de Truman Show, está concertado y él no lo sabe. Cuando voy a ver obras, me gusta ver los textos, los autores que escriben.
Actores: Facundo Livio Mejias / Mauricio Minetti / Néstor Conte. Productora: Brenda Carlini. Asistente de dirección y coreógrafa: Marta Salinas. Luz: Sebastián Francia. Luz en función: Lucas Coiro / Producción audiovisual (fotos): Juan Renau. Dramaturgia y dirección: Camila Fabbri
Condición de buenos nadadores, Club Vasco Gure Echea (Juan Domingo Perón 2143), domingos 19 y 20:30.
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