«Hay una edad en la que un hombre quiere tener algo propio», dice para explicar parte de sus motivaciones para adquirir un kiosco Mariano, personaje que lleva adelante como anillo al dedo Pablo Echarri en El kiosco, la película de Pablo Gonzalo Pérez que se estrena este jueves. Echarri linkea con el momento de Mariano: empieza a pensar en su vejez ya no como fantasía, sino como algo que vislumbra. De ahí en parte su interés en ser productor: no hay que depender sólo de la actuación.
De ahí, en parte también, su estilo, generoso antes que amable: responde todo, lo hace en los términos propuestos por el entrevistador, hasta se excede en el tiempo acordado para que no quede ninguna pregunta colgada. Le trae algunos problemillas, claro. Lo que permite inferir que su apuesta, lejos del confort, busca seguir manteniendo el lugar que supo conseguir en el mundo.
«Si algo que incluye 60, 70 páginas, lo empezás a leer y no te agarra modorra o te dan ganas de ir a comer algo, es un llamado atención; un ups, acá hay algo interesante para filmar». Asegura que eso le pasó con el guión que le acercó Pérez: «Me senté y lo devoré. Cuando lo volví a leer me di cuenta de que lo había escrito durante años. Y la madre del Borrego es la escritura. Que en general viene de gente que ha puesto mucho trabajo y no de un tipo talentosísimo».
–¿Escribís guiones?
–No, todavía no. Me da pudor. Pero voy a hacerlo.
–¿Estás más meticuloso para aceptar una propuesta?
–Los años te dan oficio. Entonces, por ahí antes no podías discernir lo que era un buen y un mal guión, y a los diez años ya lo podés ver. Ese mejoramiento en la elección tiene que ver con que sé leer mejor. Un montón de películas que filmé o cosas que hice tenían problemas estructurales que yo no podía discernir, o tal vez lo sabía intuitivamente pero no podía ponerle palabras. Y ahora lo identifico rápidamente, tengo más herramientas, puedo usar mejor la energía según las escenas. Con el tiempo encontrás una versión mejorada de vos mismo. Y luego la producción me agregó capacidad, al estar desde la génesis al final del proyecto.
El kiosco, además de su fluidez narrativa, su estilo que se reconoce en la tradición de la comedia dramática argentina (cuando no se la calificaba de esa manera), tiene uno de sus secretos en una característica que no es común en la carrera de Echarri: su pareja en la ficción es mucho más chica que él. «Mariano decide agarrar el retiro voluntario y cumplir el sueño de su vida. Pero a la vez su esposa, Ana (Sandra Criolani, que es una pintora), recibe una oferta para trabajar en España. Mariano está en descenso y Ana, en ascenso. Y por el solo hecho de ser marido y mujer, van a competir; es inherente a la pareja competir. Y que sea mucho menor, a Mariano le genera una situación de inseguridad mayor: no solamente no cumplió su sueño, sino que por cumplirlo puede perder a su mujer. Pablo escribió estos personajes con mucho talento para que el conflicto del personaje principal fuera más agobiante». Al que le agregó una suegra (Georgina Barbarrosa), que «soñaba que su hija estuviera con alguien de su edad, un profesional que empujara a su hija a crecer, y no un tipo 20 años mayor que trabaja en una compañía de seguros y elige tener un kiosco».
Voluntariamente o no, Pablo Pérez consigue así plantear uno de los principales problemas en las relaciones de pareja de hoy: cambios de coyuntura sumados a otros profundos culturalmente, llevan a que el hombre baje y la mujer suba en la consideración laboral y social. Ese conflicto Echarri siempre lo vio «de forma personal, sucede en cualquier pareja contemporánea, más allá de la edad: él ha sido muy exitoso y ella no, y de repente se da vuelta. El aluvión verde lo viví en mi casa con Nancy (Dupláa, su esposa) y mi hija, sobre todo, pude ver esa contrapartida generacional y coyuntural. Me hizo perder privilegios que sólo tenía por el hecho de ser hombre. Ese cambio me impactó. Pero lo que veo a través de ese movimiento es que lo que ahora parecería ser negativo nos va a traer muy buenas consecuencias. Creo que la supremacía del capitalismo en todos aspectos y la guerra como su punto más cruel y más extremo es posible porque el mundo es manejado por hombres. Con esto no quiero decir que todas las mujeres sean buenas y que tal vez en el mismo lugar de poder se revelen más crueles que muchos hombres. Pero seguramente van a tener una mirada más condescendiente con el que no tiene, y esa impronta que se ve en las casas es plausible transmitirla a los esquemas de poder más grandes. También desde lo personal me da la posibilidad de mantener con Nancy una relación mucho más equilibrada. Ya no me sirven los argumentos machistas. Tal vez es más trabajoso, pero sé que me va a traer satisfacciones y más beneficios». «
Decisiones artísticas y de las otras
En una entrevista hace un año en el programa de Jorge Rial, Pablo Echarri planteaba la mayor reflexión a la que sometía cada decisión de compartir espacios con colegas en un trabajo. Una forma de cuidarse y cuidar a los suyos. «Mi principal preocupación es que en los ofrecimientos no prime lo que no es artístico –dice hoy Echarri–. Necesito ese nivel de credibilidad que puede llevar a una persona a sentarse a ver un contenido en el que esté».
En buena medida, así se resumen los argumentos para dejar para otro momento un posible trabajo junto a Natalia Oreiro, quien fuera su pareja antes de Nancy Dupláa. «Tengo la mejor relación con Natalia. La quiero mucho, la aprecio, sabemos qué clase de persona es el otro. No tendríamos ningún inconveniente en trabajar juntos. Coincidimos ideológicamente en cuanto a lo laboral. Pero no me atrae si lo artístico es secundario. Incluso aunque apareciera un productor con un montón de dinero, desconfío: trabajé así y la verdad es que la mayoría de las veces no me ha ido bien. Tampoco laburé gratis, y no me gusta laburar por poco dinero. Pero no descarto la posibilidad de trabajar con ella».
KIOSCO
De Pablo Gonzalo Pérez. Con Pablo Echarri, Roly Serrano, Georgina Barbarossa y Sandra Criolani, entre otros. Estreno: jueves 28.