Bob Dylan y los Rolling Stones abrieron la primera jornada del Desert Trip en el Valle de Coachella con un guiño a su generación y a las miles de personas que asistieron al concierto y que rondaban los cincuenta o sesenta años.
Los días anteriores a que comenzara este concierto -presentado como de una sola vez en la vida, y que reúne en el desierto de California a los músicos mencionados más Neil Young, Paul Mc Cartney, The Who, y Roger Waters-, la prensa y las calles indicaban que la mayoría de los asistentes serían aquellos que vibraron con sus canciones cuarenta o cincuenta años atrás.
Una tienda en Venice Beach, en Los Angeles, vendía entradas del festival bajo el título Oldchella (un juego de palabras entre viejo y Coachella, que es el festival que los mismos organizadores del Desert Trip celebran desde 1999 con grupos modernos). El periódico local Los Ángeles Times también titulaba uno de sus artículos referidos al evento con esa expresión.
El legendario autor de Like a Rolling Stone salió a un escenario en el que sólo estaban sus músicos y unas cuantas lámparas de pie vintage, su piano y un micrófono. Detrás y a los costados, había gigantescas pantallas que reproducían en blanco y negro imágenes del escenario y de arreglos audiovisuales para la canciones. Su set list recorrió más de cincuenta años, con temas de los años sesenta y setenta, y otras de sus últimos trabajos, editados ya en el siglo XXI.
Bob Dylan, vestido con un saco negro sobre el cuerpo y un sombrero blanco de ala ancha, se dedicó solo a cantar y hacer música. Como siempre, no hubo interacciones con el público, pero su show fue impecable y conmovedor. Hubo bluses potentes y afinadísimos como Early Roman Kings y baladas como Make you feel My love, que emocionaron incluso a los ansiosos sexagenarios que esperaban por Mick Jagger y su troup.
El show fue de una hora y cuarto. Corto para un cantante que se hizo famoso por canciones que podían durar más de diez minutos. De todas formas, no dejó un sabor amargo en el público, que aplaudió durante unos minutos el final del show, y luego se fue a agolpar en los sitios de pizza, alitas de pollo y cervezas que había repartidos por el lugar.
Una hora después, se apagaron as luces, se encendieron las pantallas y comenzaron a sonar los acordes de una introducción a Start me up. Mick Jagger, Keith Ricard, Ronnie Wood y Charly Watts salieron al escenario acompañados por sus músicos habituales, y el publicó estalló. Todos estaban de pie, bailando y agitando las manos o aplaudiendo.
Los cuatro ingleses hicieron su número habitual. Jagger recorriendo el amplio escenario con pequeñas carreras. Richard y Wood meciendo sus guitarras entre sonrisas y guiños entre ellos y la gente. Opuesto a Dylan, el frontman salió a conquistar al público con preguntas y comentarios. Las pantallas en alta definición era un cruel confesor de las arrugas en los rostros de los ingleses o de la gastada cabellera blanca de Richard, semioculta bajo un pañuelo de colores que le rodeaba la cabeza.
Los Stones no fueron tan atrás como Dylan para arrancar el show. Tocaron canciones de los ochenta en adelante, como You got me Rocking, Out of Control o la propia Start me up. Después rompieron con Ride ‘Em on Down, para mostrar su versión de un clásico; una de las canciones que integran su nuevo álbum de blues.
Luego siguieron con Mix Emotions, de finales de los ochenta, y antes de empezar Jagger buscó la complicidad del público. Dijo no voy a hacer bromas sobre la edad, y tras sacarle unas risas irónicas a la audiencia, comentó que quizás algunos recordarían esa canción.
Posteriormente tocaron una romántica. La vieja balada Wild Horses, del gran album Sticky Finger publicado a comienzos de los años setenta. Tras ello, por primera vez en vivo, los Stones tocaron Come Together de los Beatles. El público cantaba y el ambiente vibraba de emoción. Una introducción conmovedora para que hoy, en el mismo escenario, Paul Mc Cartney volviera sobre la discografía de los cuatro de Liverpool.
Más tarde interpretaron un clásico, Honky Tonk Women (1969), quizás la canción más bailada y cantada por el público, junto con Miss you y Brown Sugar. Jagger le devolvió la gentileza a los asistentes, y afirmó que le parecía muy impresionante que todavía siguieran yendo a sus conciertos.
En los pasillos del campo general y el vip, desfilaban remeras de viejos conciertos y tours de los Stones o de bandas legendarias como Eagles. También había parejas de pie, tomadas de la mano, compartiendo un cigarrillo con miradas nostálgicas. Otros compartían con sus familiares, como una señora de cabellera blanca y anteojos que discretamente caló unas pitadas de un cigarrillo de marihuana animada por su hijo y la novia.
El final fue vibrante, con una versión poderosa de Gimme Shelter en la que la vocalista Sasha Allen dejó parte de su garganta sobrevolando en las arenas de Palm Desert. Luego con Symphaty for the devil, que el público coreó débilmente (nada como un concierto de los Stones en River Plate) y Jumping Jack Flash, que recuerda lo gigantes que son Wood y Richards con sus guitarras.
El final llegó con You Can’t Always Get What You Want y (I Can’t Get No) Satisfaction, precedidos por una pequeña pausa y un arreglo coral introductorio. Pura emoción y agradecimiento. Mick Jagger se despedía y enseguida empezaban a explotar fuegos artificiales en el cielo de Coachella.
El comienzo de un show histórico que seguirá hoy con Neil Young y Mc Cartney, y concluirá con The Who y Roger Waters el domingo, para repetir el próximo fin de semana. Suficiente quizás para retribuir tickets que costaban entre seiscientos y mil seiscientos dólares por todo el fin de semana, o más de seis mil dólares sin incluían hospedaje en algunos de los hoteles de la ciudad.
Según los organizadores, citados por el periódico local, el evento produjo ganancias por 160 millones de dólares; el doble de lo que deja el Festival de Música y Arte del Valle de Coachella. Una cifra exorbitante si se la compara con los doce dólares que pagó Tom Berl, uno de los asistentes, que vio a los Rolling Stones por primera vez en el estadio municipal de Cleveland en 1974.