El próximo 12 de junio Netflix lanza “Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese”, el documental del ya legendario director de cine neoyorquino, sobre el desde hace ya tiempo legendario músico oriundo de Minnesota. El film ha despertado grandes expectativas, además de entre los fans de ambos, entre los más neutrales que recuerdan que el anterior encuentro entre estos dos grandes fue la muy buena No Direction Home (2005).
La tercer pata del trípode en el que se formó y sostuvo la revolución musical de los 60 que tuvo como epicentro al rock’ n’ roll (las otras son The Beatles y The Rolling Stones) es también la menos “pura”. De origen judío, oriundo del país creador del ritmo (Estados Unidos) que no lo acogió como propio porque estaba hecho por negros, desde sus inicios se vio enfrentado a cuestionamientos y ataques que, al menos en principio y en su local Gran Bretaña, los otros dos no padecieron tanto. Las trabas que encontró en el género que todos los jóvenes querían vivir pero que sus padres se lo impedían, lo llevaron a meterse con el folk norteamericano, que le daba la gran ventaja de crear y cantar al mismo tiempo, algo que los otros dos soportes del fenómeno no hicieron hasta años más tarde. También le trajo serios problemas: allí el conservadurismo era mayor, y por ende las limitaciones creativas; el que aún estaba lejos de convertirse en el gran Bob se sentía encorsetado.
Ungido como poeta, mesías de la canción de protesta, el incordio ganó su espíritu, y se despachó con una trilogía inmortal: Bringing It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y Blonde On Blonde (1966); en un año destrozó cuanta tradición se imponía férreamente a los músicos de folk, levantaba puentes con el género en boga (rock) y declaraba la rebelión como marca indeleble de la juventud: el 25 de julio de 1965, en el tradicional Festival de Newport, Dylan se presentó con una guitarra eléctrica y electrificó «I Ain’t Gonna Work on Maggie’s Farm No More». Los abucheos no se hicieron esperar. Ante el caso omiso del músico, fueron reforzados con botellazos, gritos de Judas y la intención no mediada ni disculpada en lo inmediato de Bob Seger, que le quiso pegar detrás del escenario. Dylan ayudaba a encender el fuego de una generación, sin mucha idea de que lo hacía.
Algunos dicen que se dio cuenta después de un accidente en moto que, según dijo, le provocaron fracturas que lo llevaron a una internación. No existen registros médicos del episodio. Sí un retiro voluntario de los escenarios -sólo se presentó en el homenaje por la muerte de su ídolo Woody Guthrie (1967)-, la ampliación de su familia (tuvo tres hijos) y el responso hogareño. Mientras los jóvenes del mundo salían a conquistar el planeta, él se quedaba en casa (luego de haber colaborado a hacer el fuego).
El anterior documental de Scorsese llega hasta antes de ese accidente en moto. Fue una de las condiciones que Bob impuso para dar testimonio en el film. Ahora vuelve con una producción de esta alocada gira en otro momento crucial del mundo: Estados Unidos firma la paz con Vietnam, inicia la contraofensiva mundial basada en los consejos de la Trilateral (creada en 1973 por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón para un Nuevo Orden Mundial) y el toyotismo japonés se impone como nueva modo de producción capitalista en reemplazo del taylorismo que había resultado tan fructuoso para el poder sindical y de los trabajadores. En el trailer de Rolling Thunder Revue se dice claramente en un momento: El país está dividido. Y así era, luego de que Richard Nixon se había visto obligado a renunciar al ser descubierto espiando a su opositor Partido Demócrata. Ya no había nada en qué creer. Entonces Bob Dylan imagina la gira sin fin.
57 conciertos durante un año mezclando canciones de protestas con versiones irónicas de algunos de sus clásicos, momentos chabacanos con excelsos, máscaras en lugar de caras, mucha pintura y charlas insólitas con el público: una de las mejores representaciones de la Biblia y el Calefón. Para ella junta una gran banda compuesta entre otros por: Joan Baez, Roger McGuinn, Ramblin’ Jack Elliott, T-Bone Burnett, Mick Ronson, David Mansfield, Steven Soles, Scarlet Rivera, Rob Stoner, Howie Wyeth y, en algunas ocasiones, el poeta beat Allen Ginsberg. Algo de todo eso se verá el 12 de junio. El algo que se verá es lo que Bob haya decidido que se vea. Aquella Rolling Thunder Revue fue la inauguración oficial de lo que, se puede decir, venía pergeñando durante su ostracismo post accidente en moto: cómo construir su propio mito. Porque buen amigo de Andy Warhol como supo ser, Bob entendió que la gloria en la modernidad estaba en saber construir el mito. El propio. Si Juan Perón -por tomar un caso entendible para el argento medio- dejó decir para hacer crecer su mito, Dylan armó el suyo a medida de su imaginación. Por eso sólo -más que por las letras que nos legó- merecería el Nobel de Literatura que ganó en 2016: escribió su biografía a medida que la representaba.
En sus palabras en el documental -que toma de Bernard Shaw-: “La vida no consiste en encontrarte a tí mismo o encontrar algo. Consiste en crearse a sí mismo”.