La joya de la corona de nuestro rock, Artaud (1973), nace cuando Luis Alberto Spinetta, tras años de nomadismo, vuelve a la casa familiar de Arribeños. Unido a su compañera, Patricia Salazar, retomaba así el espíritu de sus inicios y daba la espalda a un ambiente de excesos: “En Artaud conseguí mi primera liberación”, dirá Luis. Quienes lo acompañaban también eran una vuelta a casa: Gustavo Spinetta, Rodolfo García y Emilio Del Guercio serían su base. En Artaud música y poesía logran una sinergia revolucionaria. La figura del poeta francés Antonin Artaud abrigaba una pedagogía simbólica contra la alienación.
Según Miguel Grinberg, “el desgarramiento de Luis no era la locura de Artaud, sino la libertad de Artaud y la violencia de la cual fue objeto por parte de la sociedad”. Con su polémica cubierta, ideada con Juan O. Gatti, en sus 37′ el álbum rehuía de cualquier identificación automática: había rock, folk y blues, pero su fondo sísmico estaba en la negatividad social del poeta.
Desde “Por” a “Cantata de puentes amarillos”, la obra condensa un devenir expansivo, paradójicamente cálido, encendido con “Todas las hojas son del viento”, himno al cuidado de la experiencia. En el manifiesto Rock. Música Dura. La Suicidada por la Sociedad, Spinetta increpaba “a los participantes de toda forma de represión por represores y a la represión en sí por atañer a la destrucción de la especie”. Luis ponía el oído en el sufrimiento e inspiraba allí su condición de verdad. La imaginación creadora de Artaud es y seguirá siendo una profecía señera frente a las penurias del tiempo y de la historia. «