Eduardo Sacheri tiene una extensa carrera como entrevistado. No es ninguna casualidad. En poco más de 15 años construyó una carrera que lo consolidó como uno de los escritores más populares de la Argentina y le permitió alcanzar el Premio Alfaguara por La noche de la Usina y hasta disfrutar del Oscar que conquistó El secreto de sus ojos. Pero en ese lapso –sobre todo– desarrolló en cuentos y novelas un imaginario que primero se hizo notorio a través de su fervor por el fútbol y rápidamente se extendió a los más diversos conflictos humanos. Ese mismo Sacheri suele enfrentar los reportajes bien dispuesto y con generosidad en cada respuesta. Ahora decidió pasar al otro lado del mostrador para conducir La pasión según Sacheri, su programa de entrevistas que se emite los domingos a las 20 en TNT Sports.
No se trató de un proyecto largamente anhelado. La pasión según Sacheri surgió a partir de una oportunidad, la voluntad de asumir el desafío y cierta vocación lúdica. «Siempre me sentí por fuera de los medios audiovisuales. Cada tanto aparezco en ellos por mi oficio de escritor. Este programa no estaba en mis planes. No se me suelen ocurrir proyectos más allá de mis cuentos o novelas. Me llamó la gente de TNT y en su momento me generó dudas porque jamás había hecho nada parecido. Pero decidí abrir la puerta y salir a jugar», revela el escritor y guionista de Castelar.
–¿Tu experiencia como entrevistado te resultó útil para pasar a entrevistador?
–Eso intenté. Hay entrevistas que se disfrutan más y otras no tanto. Aunque en ese momento es casi una sensación. Uno no se pone a hacer un análisis minucioso después de cada nota. Pero reflexionando antes de comenzar con este nuevo rol me di cuenta que habían dos cosas que me suelen molestar en las entrevistas: cuando me consultan cosas muy trilladas y cuando la pregunta pretende inducir o sugerir una respuesta unívoca. En realidad, esto puede pasar en una entrevista o en una conversación con un amigo. Sucede, según mi modo de ver, cuando quien pregunta está más atento a sus intervenciones que a las del otro. Me propuse preguntar sin repetir y hacer las preguntas lo más libres posibles para que el entrevistado se sienta cómodo y, con un poco de suerte, llegar a lugares menos transitados. Hubo un factor más: me preocupé por no incomodar a los invitados. Yo respeto una línea de indagación periodística que pasa por la incomodidad, por la pregunta aguda y hasta hiriente. Es legítimo y no lo discuto. Pero no es un enfoque que quiera ni pueda llevar adelante.
–¿La lista de entrevistados tiene que ver con ese enfoque?
–No intervine en la lista de invitados. La producción fue sugiriendo y así quedaron. Para este tipo de cosas confío más en el criterio de los especialistas que en el mío. Lo mismo me pasa en el plano del cine. Cuando un director me dice: «Para este personaje pensé en tal actor. ¿Qué te parece?». Mi respuesta siempre es «si a vos te parece bien, dale para adelante». Si me hubieran propuesto algún invitado con el que sintiera una distancia ética insalvable lo habría planteado. Pero no fue necesario. No soy amigo de los invitados. Con la escritora Claudia Piñeiro compartimos muchos encuentros y tengo un cariño especial. A Diego Torres lo conocí en la película Papeles en el viento, pero no somos amigos. Estoy al tanto de muchos de los gustos y disgustos de Dolina de tanto escuchar su programa, como muchos argentinos, pero nada más. Básicamente confío y apuesto a la riqueza de la conversación. En la televisión actual hay una búsqueda constante de la polémica y un regodeo por el escándalo. Nosotros vamos por otro lado.
–¿Los reportajes tienen algún hilo conductor?
–Contrariamente a lo que muchos podrían pensar, sobre todo en el mes del Mundial, el hilo conductor no pasa por el fútbol. Principalmente porque invitamos a gente que no está tan familiarizada con el tema, como Miss Bolivia, Valeria Lynch y, en menor medida, Facundo Manes. Te diría que el hilo conductor del programa, si lo tiene, es indagar en la emocionalidad, en los sentimientos del invitado. Ni más ni menos. Tratamos de ir por ese lado, a veces con mejor fortuna que otras. Pero no forzamos nada. No se trata de una búsqueda perentoria ni se apela a ninguna táctica manipulativa.
–El título del programa incluye el término pasión. En El secreto de sus ojos (2009) vos, a través del personaje de Francella, proponés una interpretación de la pasión cercana a la condena, incluso la emparentás con el alcoholismo.
–El título lo puso la gente del canal. No intervine en eso. La pasión es un término muy bastardeado. Tengo una relación bastante compleja con esta palabrita. La mirada predominante sobre la pasión tiene que ver con una cosa edulcorada, festiva, enaltecedora. Para mí es un término tan complejo que trato de usarlo lo menos posible. Precisamente en El secreto de sus ojos el personaje Pablo Sandoval (Francella) arranca comparando a la pasión con una prisión. La idea fue complejizar la lectura del concepto. Sandoval siente pasión por el alcohol, Espósito (Darín) por un amor en principio no correspondido, Gómez (Javier Godino) siente una pasión espantosa que lo lleva a asesinar –pero no deja de ser una pasión– y por su equipo de fútbol. Ninguno la pasa bien. Sin embargo, los recortes de la película que se hacen en Youtube interpretan una versión edulcorada de la pasión. Si vamos a ser sinceros, no me gusta nada que el título del programa sea La pasión según Sacheri. No me gusta ni por mi nombre y menos por el término pasión. Me molestan mucho las aproximaciones planas, básicas y celebratorias de la pasión.
–¿Estás escribiendo?
–Sí. Estoy escribiendo una novela. La empecé en el verano, con lo cual me falta tranquilamente un año más para terminarla. Las novelas me suelen llevar entre uno y dos años, pero esta parece que me va a demandar dos. Es una novela de amor. Suena cursi decirlo así, pero de eso se trata. Está ambientada en los años ’50 del siglo pasado, en la Argentina. En cada novela intento cambiar el escenario temporal y la orientación. Es un mecanismo con el que procuro correrme de ciertas zonas de seguridad y no repetirme.
–¿En los ’50 con o sin Perón en la presidencia?
–Es una época muy interesante de la Argentina. De consolidación muy fuerte de identidades y conflictos políticos y culturales. Probablemente la novela comience con el peronismo en el poder y siga con Perón en el exilio. Esa etapa del peronismo fue bastante tratada por la literatura y el ensayo político, pero la posterior no tanto. Quiero explotar esos períodos contrapuestos.
–¿Estás con algún proyecto en el mundo del cine?
–Estuvimos trabajando el año pasado con Ricardo Darín y Sebastián Borensztein en una adaptación de mi novela La noche de la Usina. Sebastián va a ser el director y guionista, y Darín va a poner su productora Kenya Films. Yo trabajé en el guión con Sebastián. En estos momentos se está trabajando en la ingeniería económica para poder empezar a filmar. No puedo adelantar más. No hay fechas confirmadas de nada, pero es algo que me entusiasma mucho.
–Es un proyecto ambicioso.
–Me gusta la idea y los involucrados. Afortunadamente me va bien con mis libros, pero cuando se llevan al cine se hacen mucho más masivos. Llegás a una cantidad de gente dentro y fuera del país que de otra forma sería imposible. También es una linda experiencia darle una vida o dimensión diferente a tu libro. Porque escribir es un proceso individual y el cine es una expresión muy colectiva. En el cine la presencia del escritor se complejiza y hasta se desdibuja. Hay que armonizarla con la presencia de los demás involucrados en cada proyecto.
–¿Es difícil ese proceso?
–Sí, es duro. Porque lo que uno considera esencial no necesariamente lo es para el otro. Y todos los involucrados en estos proyectos son lectores del libro y en tanto lectores lo recrean y disparan sus ideas y/o asociaciones hacia diferentes lugares. Es interesante, pero también tiene muchos momentos de zozobra, de ansiedad, de polémica. Creo que a la larga lo importante es hacerlo con gente que vos sientas que podés discutir, debatir y construir. Yo podría vender los derechos y olvidarme. Pero considero que hay que comprometerse con el proyecto y sumar. Aunque sea difícil. Afortunadamente nunca me tocó un director autoritario que golpee la mesa y se imponga a fuerza de caprichos. «