“Tuvimos la suerte de construir la baticueva completa, que es algo que, con todo el respeto del mundo, ni Tim Burton hizo. Tenemos la Copa del Mundo y construimos la única baticueva entera», provocó la ovación y la risa del público Andy Muschietti en la última Comic Con Argentina, a principios de junio, donde fue invitado especial. A la manera de un hijo pródigo, el cineasta argentino que para Hollywood parece haberse convertido en una especie de rey Midas, no fue hijo especial de ninguna escuela ni tampoco pródigo cuando a comienzos de siglo decidió seguir su camino en Barcelona, España, asociándose con su hermana Bárbara -productora de todas sus películas-, inaugurando una dupla de éxito descomunal.

Antes fue flashear con Encuentro cercano del tercer tipo (1977) a los cuatro años, ingresando de contrabando con el beneplácito de sus padres -fanáticos del cine, en especial el de género-; al año siguiente, Superman: “Nuestros viejos nos llevaron a ver Superman de Richard Donner, con Christopher Reeve -contó Bárbara en la reciente Comic Con-, y me acuerdo perfecto porque me enamoré locamente del personaje y además quería ser Lois Lane, porque era una mina muy fuerte, que hacía lo que quería, y que a Clark Kent lo tenía medio controladito». Luego, ya en el último año de la primavera democrática, fue devorarse en un verano las 1500 páginas de un libro de Stephen King, It, mientras sus amigos jugaban a la pelota en el borde del mar (algunos preguntan si ya había alguna fantasía de hacer la película, porque sus deseos de cineasta ya eran bien conocidos por su abuela y sus padres; otros simplemente dicen que se quedaba leyendo porque era malo jugando al fútbol).

Una decisión y los pasos iniciales

El primer acercamiento concreto al cine fue apenas terminó la secundaria (1990), al entrar en la Universidad del Cine (formó parte de la primera promoción de la FUC), mientras que perfeccionaba sus dotes innatas para el dibujo. La combinación de doble aprendiz de cine y dibujo le dio ventajas: en plena debacle de la industria cinematográfica argentina, la FUC contaba con varios de los mejores profesionales del medio entre sus docentes, y seguramente con los mejores contactos; era, sin duda, el lugar donde las empresas relacionadas con el cine, como la publicidad, podían encontrar los mejores aspirantes. Así rápidamente entró en el mundo de la publicidad. “Me gané la vida en ese momento mientras estudiaba, haciendo storyboards, dibujando storyboards, y después empecé a hacer publicidad. Hice un corto, uno de mis últimos cortos de esa época era una comedia que se llama Nostalgia en la mesa ocho, que fue un poco el comienzo de mi carrera publicitaria. No porque ese fuese un anuncio, porque era un cortometraje, pero fue de alguna manera mi bobina o mi reel para empezar a hacer anuncios”, le contó hace unos años al diario La Vanguardia de España.

A esa altura ya medía 1,90 m y estaba a punto de irse a emprender nuevos proyectos con su hermana, con quien no pararon de trabajar hasta que en 2008 se pusieron a jugar un poco: filmaron Mamá. YouTube estaba en sus inicios y los experimentos se disparaban por doquier en todo el mundo, así que, subido a la red, el corto enseguida empezó a ganar me gusta y compartir, algo que sus realizadores en verdad no esperaban. Menos que contara con el agrado de Guillermo del Toro, siempre ávido de rarezas, lo vio y les propuso producir el largometraje basado en el corto (están quienes se preguntan si el interés de Del Toro se debió a que estaba buscando ampliar su campo de influencia en Hollywood, o si simplemente temía que el bello mundo de horror y horrores que había sabido construir no tuviera posibilidades de expansión y continuidad).

Mamá (2013), con Jessica Chastain y Nikolaj Coster-Waldau resultó, como suele decirse, el primer éxito de crítica y público de los hermanos Muschietti. Y el único que le interesa a un sistema de características industriales como Hollywood: el del dinero. Mejor dicho: el de la tasa de ganancia. Con un presupuesto de 15 millones de dólares consiguió una recaudación mundial de 146 millones. Algunos encontraron correlación entre esos números y las presiones que empezó a sufrir Cary Fukunaga en la dirección del proyecto de la película It, basada en la novela homónima de Stephen King. Ciertas o no, los Muschietti no tenían nada que ver: recién llegados empezaban a familiarizarse con la aplastante presión atmosférica que la industria impone a quienes eligen para obtener éxito. Así que, con unos de sus elocuentes dibujos, Andy impuso la distancia necesaria para trabajar en libertad. Su hermana Bárbara hizo el resto: «Este es un negocio muy jodido -dijo en el mismo panel de la Comic Con-, y estar con alguien que sabés que está protegiéndote es un absoluto. No sé si podría hacer lo mismo que hago si no fuera así». Luego vinieron It: capítulo dos y la reciente The Flash para una trayectoria que de ninguna manera terminó, pero de la que tampoco se puede rastrear todo su recorrido: el tamaño de la figura de Andy Muschietti ya es tal que los detalles del pasado que puedan explicar más profundamente este presente quedan ocultos a la sombra del mito.

Andy Muschietti imitando a Flash, el famoso personaje de DC.

Al menos, del mito del momento, del hombre que ya está contratado para la próxima película de Batman (ya se sabe que se llamará Batman: The Brave and The Bold), del que el mismísimo Tom Cruise quiso ver por adelantado su versión de The Flash, del dúo dinámico que parece haber recuperado para Hollywood -y fue eso acaso lo que vio Del Toro- parte de toda la inocencia que supo producir por décadas. Del nene y la nena que tuvieron un jardín en el que aprendieron que “el camino es el aprendizaje, fijate lo que hace nuestra mente cuando pasa algo de lo que nos arrepentimos: recreamos la situación en nuestra cabeza para encontrar un final feliz; ese es el viaje en el tiempo, que nuestra cabeza hace y que nosotros nunca lo vamos a poder hacer”. Acaso por eso, como Barry (Flash), consiguen estar en “un lugar en el que a todos nos gustaría estar”.