Los 15 años transcurridos desde su muerte, el 8 de julio de 2006, no impiden recordar la poderosa personalidad de Ana María Campoy, una actriz nacida a bordo de un barco anclado en un puerto de Colombia, tenida a veces por española y con una extensa carrera en la Argentina, donde fue una figura esencial del teatro y la TV.

Pese a arrastrar problemas de salud, hasta sus últimos días siguió dictando clases de actuación en el porteño Teatro del Globo, en Marcelo T. de Alvear al 1100, a fuerza de pasión y voluntad, aunque ya mostraba serias dificultades para movilizarse.

Casada con su colega José Cibrián y madre de Pepe Cibrián Campoy, disfrutaba de su propio manejo del escenario –proveniente de sus padres actores-, conocía el momento exacto del resorte humorístico, poseía gracia natural y era una gran repentista aun en la vida real, como lo demostró en cierta entrevista en vivo con Mirtha Legrand.


Alguna vez hizo gala de su picardía para desembarazarse de un cronista que la llamaba por teléfono y con su inconfundible voz castiza, aunque poniendo voz de hombre, contestó: “La señora no está, yo soy el jardinero”, y de ese modo inefable terminó un diálogo que no llegó a tener lugar.

Campoy falleció 18 días antes de cumplir 81 años en el capitalino Sanatorio de la Trinidad a causa de una neumonía reiterada que la afectaba desde hacía tiempo, y su partida fue un momento de enorme dolor en la colonia artística, justamente porque en esa época ya no tenía pares.

A los cuatro años ya actuaba en la compañía teatral que sus padres tenían en España y en su vida no hizo otra cosa que trabajar en su profesión, que ella definía como la de “un ilusionista que debe tratar permanentemente de que el público no advierta el secreto de la magia”.

Hija de actores españoles en gira, nació el 26 de julio de 1925 a bordo de un vapor japonés anclado en Colombia; al llegar a la mayoría de edad, tuvo la posibilidad de optar entre la ciudadanía española y la colombiana.


“Elegí esta última porque era y soy republicana -explicó en entrevistas periodísticas-. Estaba contra Franco y todo lo que él representaba. Además, confieso que me atrapó Bogotá, con su vegetación exuberante, el clima y la buena onda de la gente.”

Debutó en el cine español con “Aurora de esperanza” (1937), de Antonio Sau Olite, cuando el conflicto bélico ya había comenzado, y siguió tras la derrota republicana con La madre guapa, de Félix de Pomés, y Un marido a precio fijo (1942), de Gonzalo Delgrás, más Es peligroso asomarse al exterior (1946), de Arthur Duarte y Alejandro Ulloa, entre otros títulos.

En el cine mexicano intervino en Cinco rostros de mujer (1947), junto a Arturo de Córdova, Pepita Serrador y Tita Merello, sobre un guion de los también argentinos Sixto Pondal Ríos y Carlos A. Olivari y la permanencia en ese país le permitió conocer a José Cibrián, su marido para toda la vida.






Cibrián había nacido en Buenos Aires aunque algunos espectadores pensaban que era extranjero: de hecho su carrera en el cine comenzó en México y allí protagonizó Jesús de Nazareth, en 1942, una película que durante dos décadas fue repuesta en los cines de barrio al llegar Semana Santa y era de visión habitual en los colegios católicos.

Artistas itinerantes y viajeros por mar con sus compañías completas, como se estilaba entonces, Campoy y Cibrián se casaron en Guatemala y en 1948, al llegar en gira a La Habana, Cuba, nació allí su primer hijo, José Cibrián Campoy, más tarde gran estrella también y popularizado como Pepito Cibrián o Pepe Cibrián Campoy.

En 1949 la familia viajó a Buenos Aires, donde se radicó definitivamente, “con el corazón dividido entre Colombia, España y la Argentina» y con la misma pasión que puso para olvidar la España franquista, Ana María se aferró a lo más puro del idioma y mantuvo el tono castizo, tanto en los escenarios como en la vida diaria.

A lo largo de su extensa carrera teatral, la actriz estrenó más de mil piezas de la dramaturgia universal, aunque su particular aptitud para la comedia terminó por hacerla inclinar mayormente por ese género.


Convencida de que para aceptar un trabajo necesitaba “enamorarse” de la obra, sintetizó en una ocasión: “El texto tiene que entrar por mi cabeza y debo incorporarlo a través de los sentidos para poder expresarlo. Esa es la única forma -dijo- de no quedar desconectada con el sentimiento de la frase”.

A poco de instalarse la TV en la Argentina en 1951, protagonizó junto a su marido Teleteatro de suspenso y Néstor Villegas vigila, continuados en 1953 con Cómo te quiero, Ana, que incrementó su popularidad y remarcó el humor blanco del matrimonio, cuyo público disfrutaba de réplicas simples e ingeniosas que jamás caían en lo grosero.

Su larga participación en TV incluyó en sus últimos años títulos como Mi hombre sin noche, Compromiso, La cuñada, La extraña dama, El infiel, Soy Gina y su despedida en Dr. Amor (2003), de y con Juan Carlos Mesa.

Su debut en el cine se produjo también en 1951 con El extraño caso del hombre y la bestia, de Mario Soffici, seguida por Especialista en señoras (1951), Siete gritos en el mar (1954), Las pirañas (1967), Juan que reía (1976) y Las lobas (1986).

Su labor teatral fue tan frondosa que es difícil rastrearla en las redes, pero se pueden destacar Liceo de señoritas (1950), Pequemos un poquito (1954), Cuando el césped tiene bichos colorados (1965), Basta de hombres (1974), Cibrianshow (1975), Hasta el próximo verano (1980), Aprobado en castidad (1981), Las estrellas también sueñan (1982), Coqueluche (1985), Piel de Judas (1986), Las dulces niñas (1991) y Las extras, junto a María Rosa Gallo (2002).

Recibió un Premio Martín Fierro a la trayectoria y otro por su programa “La Campoy”, el Konex de Platino como actriz de comedia de la década (1981), el Konex Diploma al Mérito como conductora (2001) y el Podestá por su carrera teatral. Además, publicó el libro “Recetas de amor”, de Editorial Sudamericana.