La versatilidad es una característica que exige curiosidad, audacia, talento y hasta buena suerte. No siempre el que busca encuentra y el que hace resuelve de la mejor manera. Gustavo Cerati nunca se encerró en ningún género ni sonido, eludió las formas más facilistas y siempre se las arreglo para hacer canciones memorables. Un día como hoy, pero hace 15 años lanzó su cuarto disco solista y lo tituló Ahí vamos, señalando un horizonte que se convertiría en eternidad.
Curiosamente, el arte de tapa remite a Strange Beautiful Music de Joe Satriani: la silueta de Cerati alza su guitarra mientras una explosión de luces blancas invaden un fondo negro, un Big Bang que ilumina lo que necesitaba ser irradiado. En casi 57 minutos, el álbum refleja una continuidad en la faceta más rockera del artista que supo mixturar pop, electrónica, new wave, synth pop y hasta noise. Cerati se permitió todo eso y algo más en sus diversos emprendimientos: Soda Stereo, bandas de sonido, agrupaciones fugaces y otras no tanto (especialmente la gestada junto a Daniel Melero, con quien publicó el larga duración Colores Santos en 1992).
La canción que abre Ahí Vamos es “Al fin sucede”, que a pura potencia y con su más que directa nomenclatura reúne ese deseo colectivo que marcó una época: las ganas de que Cerati comparta un nuevo material. La obra continúa con “La excepción”, uno de sus hits ineludibles, cuyo videoclip retoma la estética acromática que acompaña al concepto de la obra. El tercer tema es “Uno entre 1.000” cuya letra, hoy, tiene la potencia de ser resignificada al primer golpe de vista; en ella, Gustavo esperaba “Abrir un hueco en el futuro / Fundir mi sueño con el tuyo / Y que por fin seamos uno”. Luego es el turno de “Caravana” y la pregunta es inevitable: ¿puede alguien escuchar su estribillo sin mover la cabeza?
La quinta pista no es un tema, no es una canción, no es un track: es un himno. Resulta prácticamente imposible escuchar “Adiós” sin llorar y sonreír al mismo tiempo. Porque si “poder decir adiós es crecer”, se trata de un acto doloroso y celebratorio al mismo tiempo, mientras en su videoclip Cerati nos mira a los ojos mientras todo alrededor cae por su propio peso. El álbum prosigue con la hermosa “Me quedo aquí”, que también cuenta con un video que, en este caso, nos muestra a Cerati tranquilo, reflexivo, sentado en una silla de mimbre y nos interpela, otra vez, a mantener la calma en pleno tsunami: incluso “amaga” con levantarse, no lo hace y sonríe, pícaro y sabio.
La séptima canción es “Lago en el cielo” que, además de ser una gema, se trata de una obra colectiva: su videoclip está compuesto de fragmentos de videos registrados por fanáticos, lo que constituye un genuino retrato temporal no sólo en términos musicales, sino también de apropiación de tecnologías y sus puntos de contacto con el arte y la comunicación audiovisual. El octavo track es “Dios nos libre” e incluye ciertos sonidos metálicos que nos remite a los timbres del comienzo de “Bonzo Goes to Bitburg” de Ramones o al xilofón en “Close to Me” de The Cure (¡que lindo hubiera sido un crossover entre Cerati, Joey Ramone y Robert Smith!).
El trabajo reduce su velocidad galopante con las reflexivas “Otra piel” y “Médium” –la pieza más extensa de la partida, en cuyo final escuchamos nuevamente alguna muestra de la expresión electrónica de Cerati–, para retomar el ritmo acelerado en “Bomba de tiempo”. Luego, otro clásico, otro videoclip de altísima calidad y otro momento icónico en su carrera: “Crimen”. El disco cierra con “Jugo de luna”, en cuyo fade out llegamos a escuchar un “ahí vamos” dicho por el propio Cerati. Y, así, cierra esta piedra fundamental de la primera década del nuevo milenio en el rock nacional: invitándonos a seguir adelante, con rumbo incierto pero siempre en movimiento.