El maestro Horacio Salgán, uno de los más lúcidos e inspirados músicos que dio el tango, falleció hoy a los 100 años de edad. Según confirmó la Academia Nacional del Tango, sus restos serán velados desde las 18 en Córdoba 3677, para posteriormente ser inhumado en el Cementerio de la Chacarita desde las 11 del día de mañana.
Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán -y es obvio- no fue sólo tango. Irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico. Del mismo modo, el tango de Salgán llevaba una dosis de negritud propia de las tradiciones musicales del continente. Fue director, pianista, compositor y arreglador. Sus «arreglos», muchas veces, ya no son arreglos sino las versiones definitivas de esos tangos.
Horacio Adolfo Salgán nació el 16 de junio de 1916 cerca del Mercado del Abasto. Su padre, músico intuitivo, tocaba el piano y la guitarra. Horacio comenzó a estudiar a los seis años y a los 13 era el mejor alumno del Conservatorio Municipal, donde se estudió, sobre todo, los músicos clásicos con carta de ciudadanía romántica.
Su ingreso a la primera liga del tango fue a los 20, a instancias del director Roberto Firpo, que lo sumó a su orquesta. Poco después se convirtió en arreglador de la orquesta de Miguel Caló. Su primer encargo fue para hacer una versión de «Los indios», de Francisco Canaro.
En 1944 fundó su propia orquesta (cuatro bandoneones, cuatro violines, viola, cello, contrabajo y piano). «La idea de formarla de alguna manera está determinada por la composición. Empecé a componer porque quería hacer tango de una manera determinada. No con la idea de ser compositor, sino con la de tocar tangos como a mí me gustaba. Lo mismo sucedió con la orquesta. Como a mí me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto. Hay gente a la que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada», explicó para el libro Horacio Salgán: la supervivencia de un artista en el tiempo (1992)».
La experiencia de la orquesta duró apenas tres años. El espíritu mercantil de la radio determinó su expulsión, en 1947. Su ambición musical no tenía lugar para un pulso mediático determinado por la repetición de lo ya probado. Su orquesta -afirmaba el director de Radio El Mundo- sonaba «rara» (disonante) y su cantor, Edmundo Rivero, cantaba «mal» (sincopado).
Tuvo más formaciones: sus trabajos con Dante Amicarelli y el Nuevo Quinteto Real, con De Lío, Leopoldo Federico (luego remplazado por Néstor Marconi), Antonio Agri y Omar Murthag. En 1970 tocó en el Lincoln Center de Nueva York y en 1972 en el Teatro Colón. Su última actuación para el público masivo fue en 2010 para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810.
«Yo nunca lo aclaré pero en la orquesta o en el dúo con De Lío todos los arreglos fueron míos. Escribí de la primera a la última nota desde aquella primera orquesta que fundé en 1944. Nunca se me ocurrió poner ese dato en ninguna grabación. No lo creí necesario. Pero, ¿qué resulta ahora? Que un grupo europeo graba un CD con mis arreglos para quinteto y figura como arreglador el pianista», se asombró alguna vez.
Preguntado sobre los impulsos del tango contemporáneo, incluso el llamado tango electrónico, contestaba con amabilidad y firmeza: «Lógicamente pienso que hay que empezar a tocar el tango como es y después hablar de las variantes. Antes de dar un salto mortal hay que aprender a caminar. Después, el tiempo dirá».
Entre su legado dejó un libro, «Curso de Tango», publicado por primera vez en 1991, y que es acaso el primer material de género escrito con una perspectiva técnica. No tiene un afán integral del lenguaje del tango sino más bien es un registro de su estilo, de las increíbles precisiones de su escritura.
Con su muerte desaparece una de las figuras más emblemáticas de la vieja escuela del tango y figura central de una era que revolucionó a todo el género.