Hace diez años el planeta se conmovía por la muerte de Michael Jackson, conocido por millones de personas alrededor del mundo como el Rey del Pop. Era 2009 y Jackson estaba a pleno con los ensayos que lo llevarían a una nueva gira mundial y a retomar posiciones perdidas en el ámbito del siempre competitivo panorama del pop mundial.
No pudo ser. El 25 de junio de ese fatídico año Jackson murió en su mansión de California de una sobredosis accidental de propofol (un poderoso calmante opiáceo) provisto por su médico personal. Desde ese entonces fueron muchas las voces controversiales que sostuvieron la conveniencia de su valía como personaje de masas más muerto que vivo.
Hoy los números no fallan: desde su desaparición en el firmamento del mundo de la música sus discos triplicaron sus ventas, su imagen se revaluó y todo lo concerniente a su paso por el mundo de los vivos se volvió objeto de culto. Al día de hoy y según la plataforma Spotify, son más de 21 millones de oyentes mensuales quienes le dicen sí a Jackson. El número es significativo, sobre todo teniendo en cuenta que todos sus competidores de época están desaparecidos o sin relevancia en los mercados de ventas. De manera que Jackson aun después de una década de desaparición sólo compite con luminarias actuales del mundo de la música como Taylor Swift, Kanye West, Ariana Grande, Drake o múltiples artistas del mundo del R&B o nuevos géneros como el trap.
Su paso por esta parte de las cosas no fue fugaz, eso está claro. De ser una estrella juvenil en los años 70 junto a sus hermanos (Los Jackson 5) saltó a ser una figura mundial luego de la explosión de Thriller, su segundo disco de la década del 80. Ese fue un antes y un después no sólo para él sino también para millones de adolescentes de esa década y posteriores. En el camino no sólo fue Rey sino también el creador del formato de movie clips con muchos de sus videos, situación que posibilitó otra era, la de la cadena de videos MTV como factótum y lanzador de carreras de artistas que podían llegar a la cima o a verse eclipsadas según la calidad y novedad de sus videos.
Pero a diez años de su muerte su figura también es recordada por el escándalo, como parte de un efecto que va en alza. Pocos meses atrás, el lanzamiento del documental Leaving Neverland (2019) reavivó las acusaciones en su contra por abuso sexual a niños, situaciones que se remontan a comienzos de la década del 90 y de las cuales Jackson supo eludir por vía de acuerdos extrajudiciales con los padres de los menores implicados.
El documental en cuestión, que implicaba duros relatos de hombres que durante su niñez y adolescencia sufrieron abusos por parte del Rey del Pop, separó aguas de manera tajante. Desde ese momento están los que no pueden volver a escuchar a Jackson y los que separan su obra artística de sus situaciones personales.
Hasta antes de sus acusaciones formales en 1993, lo llamativo de Jackson era su obsesión por blanquearse la piel, al mismo tiempo que sus ganas de transformarse en una suerte de Peter Pan viviente, razón por la cual su mansión (un espacio geográfico situado en California con parque de diversiones, estudios de danza, cine, televisión y un zoológico con animales exóticos) fue bautizada bajo el nombre de Neverland y a la que habitualmente concurrían menores de edad. Su elección por la compañía de niños menores fue la que despertó las sospechas de la prensa durante mucho tiempo, hasta que finalmente sería acusado de abusar de infantes en varias ocasiones de manera legal y sostenida en el tiempo.
A pesar de haber sido declarado inocente en un juicio a mediados de 2000, su figura ya no sería la misma en los años que vendrían más tarde, aunque su imán sobre las multitudes resultaría muy fuerte todavía. Fue con el lanzamiento de Leaving Neverland que su imagen post mortem mundial sufriría un efecto casi devastador, ubicándose muy lejos de la consideración popular y todo terreno que gozó en los años 80 y parte de los 90. Hoy todo se divide entre los que lo aman incondicionalmente y los que dejaron de hacerlo de manera definitiva.