Este jueves se cumplen 60 años del fallecimiento de Norma Jeane Morteson, mucho más conocida como Marilyn Monroe, símbolo sexual del cine, estrella legendaria de Hollywood e ícono pop, a quien hallaron muerta en su casa de Brentwood, Los Ángeles, por sobredosis de pastillas, según dictaminó la autopsia oficial, aún cuando al día de hoy no dejan de sobrevolar teorías conspirativas sobre su deceso, que incluyen a los hermanos Kennedy y Jimmy Hoffa, entre otros.
Nacida en Los Ángeles en 1926, criada por una madre con alteraciones mentales, abandonada en un orfanato, abusada desde pequeña, Marilyn falleció a los 36 años, en la cúspide del estrellato, pero extraviada en varios sentidos. Antes de encontrar su lugar definitivo en Hollywood, donde se transformó en una de las estrellas de los megaestudios de la meca del cine y una de las actrices más requeridas y cotizadas del mercado así como la que generaba más ganancias, fue trabajadora fabril y modelo de almanaques.
A su ingreso en la industria del cine pasó por diversas producciones en papeles muy menores, algunos de los cuales no la registraron en sus repartos, hasta que en 1950 tomó parte de Mientras la ciudad duerme (The Asphalt Jungle), un policial negro que el director John Huston dirigió con figuras del momento como Sterling Hayden, Jean Hagen, James Whitmore, Sam Jaffe y Louis Calhern. Ese filme fue el puntapié inicial de una ascendente e irrefrenable carrera cinematográfica que finalizó muy pronto, con dos decenas de películas que la tuvieron como protagonista y un final abrupto y trágico en una noche en que, se dice, sonaron muchos teléfonos que nadie se animó a contestar.
En la película de Huston, con 23 años, Marilyn interviene en dos secuencias -una a mitad del metraje y la otra al final, en una instancia definitiva- en la que aportó una luminosidad totalmente opuesta a la grisura y la impiedad de aquel mundo de gánsters sin destino. Allí, Angela Phinlay (su personaje) relumbra y la belleza de Marilyn en su plenitud contrasta también con la mustia esposa de su amante (Dorothy Tree) y con la otra mujer importante de la trama, la bobalicona pretendiente (Jean Hagen) de uno de los perdedores.
La película tuvo cuatro nominaciones a los Oscar -en las categorías de mejor película, John Huston como mejor director y guion adaptado, y Harold Rosson como mejor fotógrafo en blanco y negro-, pero perdió en todas.
Ese mismo año, Marilyn intervino en La malvada, donde fue protagonista del furioso enfrentamiento artístico y generacional, tanto en lo cinematográfico como en la vida real, de Bette Davis y Anne Baxter, ambas nominadas al Oscar como actrices principales, pero su tarea no pasó inadvertida.
El establecimiento definitivo como estrella se sitúa en 1952, cuando protagonizó Almas desesperadas, de Roy Baker, con Richard Widmark, y también las comedias Vitaminas para el amor, de Howard Hawks, con Cary Grant; Lágrimas y risas, de Henry Hathaway, con Charles Laughton; y Torrente pasional, también de Hathaway, con Joseph Cotten. Siempre en filmes livianos, actuó en Los caballeros las prefieren rubias, de Hawks, con Jane Russell, y Cómo pescar un millonario, de Jean Negulesco, junto a Betty Grable, cuya gran novedad publicitaria era su proyección en CinemaScope y sonido estéreo.
Caratulada como actriz hermosa, de vida cercana al escándalo y con papeles que la menospreciaban frente a sus coprotagonistas masculinos, rodó también Almas perdidas, de Otto Preminger, con Robert Mitchum, y Nunca fui santa, de Joshua Logan, basada en el éxito de Broadway Bus Stop, pero cuyo título en castellano era una contraseña para el público timorato de la época.
El gran momento le llegó en 1955, cuando el gran Billy Wilder la convocó para La comezón del séptimo año, en pareja con el ya olvidado Tom Ewell, donde pudo demostrar su capacidad como comediante, virtud que repitió cuatro años después con la inoxidable Una Eva y dos Adanes, también con Wilder y la compañía de Tony Curtis y Jack Lemmon.
En el medio fue elegida por el severo Lawrence Olivier para dirigirla en El príncipe y la corista, donde fue su coequiper, y por el especialista en actrices George Cukor para La adorable pecadora, con Yves Montand como su galán. Su último trabajo oficial fue Los inadaptados, de su descubridor Huston, con Clark Gable y Montgomery Clift.
A esa altura, Norma Jeane Mortenson había mostrado sus debilidades, se había peleado con medio mundo y al mismo tiempo tomó clases con Lee Strasberg y se convirtió al judaísmo para casarse con el dramaturgo Arthur Miller, uno de los intelectuales más prestigiosos del siglo XX, con quien estuvo en pareja cinco años hasta el divorcio en 1961. Antes había tenido otros dos matrimonios, con James Dougherty, entre los 16 y los 20 años, y con el beisbolista Joe DiMaggio (1954-1955)
Lo innegable de su personalidad magnética le permitió codearse con el mundo de la política y en particular con el poderoso clan Kennedy, tal vez el principio de su catastrófico fin en la soledad de una habitación, acompañada por un tubo de barbitúricos.
Cuando fue hallada sin vida, el 5 de agosto de 1962, comenzó para ella una segunda vida en la que fue retratada por Andy Warhol, con imágenes reproducidas en remeras, afiches y dormitorios de adolescentes y no tanto; además se reveló icono gay y protagonista de historias literarias, películas, series y hasta una obra de teatro, Después de la caída, escrita por Arthur Miller.
En la actualidad, se encuentra en etapa de posproducción Blonde, un retrato a cargo del interesante realizador neozelandés Andrew Dominik (Killing Them Softly, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford), a partir de la novela homónima de Joyce Carol Oates, que recorre su vida entre 1950 y 1962, y donde Ana de Armas personifica a la irresistible Marilyn, un personaje que por muchísimos motivos atraviesa décadas y continúa presente.