¿Qué pasa cuando una canción nos transporta sin escala a una calle, a un barrio o a una ciudad? Los clichés abundan, pero no explican el fenómeno. En su libro Confesiones, San Agustín se pregunta sobre el sentido del tiempo: “si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Algo semejante ocurre con las canciones que logran transmutar, como si de una reacción química se tratase, el latido colectivo del lugar al plano de la música. Si escuchamos “Avenida Rivadavia” o “Avellaneda Blues” sabremos de qué estamos hablando. Pero decir esto de Manal es solo el comienzo del viaje.
Ambos temas forman parte del primer álbum de la banda que a comienzos de 1968, tras conocerse en un happening del Instituto Di Tella, formaron Javier Martínez (voz y batería), Claudio Gabis (guitarra y órgano) y Alejandro Medina (bajo, órgano y voz). Lanzado por el legendario sello Mandioca en el verano de 1970 –se sabe que fue en febrero, pero no hay registros de la fecha exacta de edición– el disco homónimo de Manal también conocido como La Bomba es una de las piezas fundacionales del rock nacional, y no solo por una cuestión cronológica. En sus siete temas se concentra una sensibilidad poética enorme en la que el blues, el jazz y el folk se conjugaban por primera vez en clave porteña. Tanto es así que en 1981, cuando el grupo se reunió para tocar en Obras, se presentaron diciendo: “vamos a pasear por la ciudad”.
La lírica de Martínez, admirador de Ray Charles y lector de Sartre y Heidegger, bohemio y amigo de poetas e intelectuales, se asoció a la maestría de Gabis y Medina, dos músicos extraordinarios que ya venían absorbiendo a Cream, Hendrix y lo mejor del blues y rock anglosajones. El tono de la banda era claramente contestatario. Se negritud lunfarda encajaba a la perfección con el ritmo árido de la urbe y la teatralidad del asfalto, ahí donde “el viento de los vivos”, como canta Martínez en una de las joyas del disco, “Porque hoy nací”, podía ser diseccionado en sus vicios y patologías. El simple “Jugo de tomate” cuestionaba la “frialdad burguesa”, como diría el frankfurtiano Th. Adorno, mientras “Todo el día me pregunto”, “Informe de un día” y “Una casa con diez pinos” discutían el conformismo y la rutina estéril de una sociedad enferma.
Manal o La bomba fue grabado en dos sesiones en los estudios TNT, entonces ubicados en la calle Moreno al 900. 75 minutos bastaron para registrar una de las placas sin las que nuestra música popular no hubiera llegado adonde llegó. La historia que el trío abriera junto con Los Gatos, Almendra, Moris y Tanguito (a quien Martínez le produjo su hermoso disco con el tiempo que a Manal le sobró en el estudio) resuena hoy como una promesa vigente, aunque truncada. Pero la frágil memoria de aquellos tiempos no impide que el sonido de Manal nos siga asombrando, así como el groove callejero y existencialista de sus composiciones, y la madurez con que la banda fue capaz de hacer una música embebida del paisaje y los antagonismos psíquicos y sociales, poniendo al suburbio y la periferia como centros de irradiación espiritual. Porque Manal tiene soul, alma. Y su rapsodia porteña sigue esperando cumplimiento.