El que había apostado al dólar ya había ganado muchísimo dinero pese a las advertencias del ministro de economía del dictador Roberto Viola, Lorenzo Sigaut; el tejido social y productivo que había hecho de la Argentina el país más igualitario de América Latina, devastado; los primeros asentamientos que miserias posteriores harían permanentes aparecían en Quilmes (los countries ya lo habían hecho en el conurbano gracias a nuevas normativas de la dictadura); Diego Maradona aún patrimonio nacional; las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo más locas que nunca; las fuerzas políticas en la Multipartidaria, pero aún sin saber que las urnas estaban bien guardadas (se los diría Leopoldo Galtieri a fin de año). Ese país de hace 40 años recibió Tiempo de revancha, el fabuloso film de Adolfo Aristarain que batiría récords con más de 22 semanas en cartel: por primera vez era expuesto el país que los socios civiles de la dictadura querían ocultar. Aristarain le contaba a la Argentina toda a través de su historia, que una parte importante de la sociedad había aceptado responder “por algo será” a cada detención desaparición a cambio de sus primeros viajes y compras en Miami; por gorilismo puro y duro; porque la reestructuración económico social que estaba llevando adelante la dictadura le sacaba de encima la competencia de la chusma, sea ésta por ascenso social, sea porque cuestionaba sus valores supremacistas. A esos nuevos agentes sociales de los que aún la ciencia social no daba cuenta, Aristarain dirigía toda su indignada destreza cinematográfica.
Pedro Bengoa (de lo mejor de Federico Luppi) es un ex delegado sindical que “limpia” su pasado a fin de conseguir un nuevo trabajo. En la Patagonia consigue un puesto como dinamitero en una mina propiedad de Tulsaco, una empresa (según descubre en breve) que se hizo grande al calor de la dictadura: allí se reencuentra con Bruno Di Toro (Ulises Dumont; dos de los héroes de La Patagonia rebelde que la reconfiguración iniciada en 1976 dejó de este lado de la grieta), viejo compañero de luchas obreras, con el que arma un plan para estafar a la empresa: simular un accidente que les permita reclamar jugosas indemnizaciones. A ese momento de su trayectoria, Aristarain (de origen vasco como Bengoa) tenía un contrato con Aries, una gran productora de cine (aún primaba en el país el modelo de los grandes estudios de Hollywood de mediados de siglo, en el que desde el primer al último eslabón que hacían a una película tenían relación de dependencia), para la que había dirigido en 1980 La playa del amor y La discoteca del amor (¿una manera de “limpiar” su debut cinematográfico hecho por fuera de la industria, el ríspido y crítico La parte del león (1978)?). Dos películas comercialmente exitosas, de las que nunca renegó y que le garantizaban hacer una tercera a piacere, que nada casualmente llamó Tiempo de revancha; cualquier similitud de Tulsaco con lo que en democracia ya a la luz del debate público se llamarían Capitanes de la Industria/ Nuevos Grupos Económicos/ Los dueños de la Argentina, tampoco es ninguna coincidencia.
En la estafa algo sale mal (¿un karma de los trabajadores argentinos?), Di Toro muere y Bengoa queda solo con su estafa. En las negociaciones con la empresa (que también son apriete, pero no de los dueños verdaderos, sino de “emisarios”, como se autocalifican, en un anticipo de lo que será la figura del CEO), Bengoa decide que no aceptará dinero alguno por la mudez (simulada) que le había dejado el accidente y por el que demandaba a Tulsaco. Su abogado se desespera y lo deja solo. Bengoa sigue sufriendo amenazas; se corta la lengua: ningún dolor que le infligieran lo haría accionar contra sus propios intereses. Una película que brama de furia, callando: como parte del sector social menos crítico al accionar represor de la dictadura para configurar un nuevo mapa de inequidad e injusticia, Aristarain le mostraba en la cara que pese a todo el miedo que se podía aducir siempre hay espacio para un acto de dignidad. Dignidad que ellos como colectivo social no habían sabido tener, y los trabajadores organizados que la venidera historia social despreciaría, sí.
Ante esos civiles que pretenden inculcar a las nuevas generaciones que no valen abogados ni testigos porque los inocentes son los culpables, Aristarain se planta con una película que vuelve a hacer sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.
Tiempo de revancha
Estrenada el 30 de julio de 1981. Dirección y guion: Adolfo Aristarain. Con: Federico Luppi, Haydée Padilla, Julio De Grazia, Ulises Dumont, Joffre Soares, Aldo Barbero, Enrique Liporace, Arturo Maly, Rodolfo Ranni, Jorge Hacker, Alberto Benegas.