A principios de los ’90 muchos grupos indies ficharon para multinacionales. R.E.M., Nirvana, Pearl Jam, Radiohead, o lo que se llamó desde entonces “música alternativa”, antes relegada a canales limitados, empezó a formar parte así de las listas de éxitos. Dirty de Sonic Youth apareció en ese contexto, hace hoy 30 años. Álbum contundente, escasamente digerible a nivel masivo, que sirvió al grupo emblema del noise para salir de las catacumbas durante un tiempo, Dirty sigue mostrando las inmensas posibilidades creativas del rock alongado a la vanguardia. Entre los efectos de la marea punk sobre la música de las últimas cinco décadas no es el menos decisivo haberle devuelto el apellido “popular”.
Su entronque con la vanguardia no deriva de interpretar con actitud rabiosa, sino de proveer rudimentos expresivos que dispongan la música de forma más asequible a una experiencia práctica movilizadora, más acá del oído. Que el individuo sea creador, no sólo ya consumidor, desbarata la escucha mítica y selecta, tan cara al rock-espectáculo. Que una idea sea factible a través del ruido y la repetición da fe del pálpito que lo cotidiano despierta, atrae y tensa como en un campo de fuerzas. Así como el post-punk rompió el molde por encontrar inspiración en influencias antes exóticas y minoritarias, haciéndose cargo de imaginarios con los que el rock apenas se atrevía, el noise escarba en el inconsciente, incluso en la precariedad antagonista de lo patológico social, canalizando los huecos y desechos de la descomposición cultural posmoderna.
La primera entrega multinacional de Sonic Youth sería Goo (Geffen, 1990), pero la banda llevaba casi una década siendo piedra angular del underground neoyorquino. Hijo de la Velvet y el minimalismo, el noise nació con el post-punk pero siempre mantuvo nomenclatura propia. En Norteamérica su cantera crecería a finales de los años 70 al calor de la no wave (Suicide, DNA, Mars). Eran primos del rock siniestro británico, pero más experimentales y corrosivos, por el impacto del free jazz y la libre improvisación guitarrística (AMM, Derek Bailey o Sonny Sharrock), y sobre todo, gracias a participar en los ensembles de Rhys Chatham y de Glenn Branca, en cuyo sello, Neutral, la “juventud sónica” grabaría su primer largo: Confusion Is Sex (1983). En los años 80, álbumes como Evol, Sister y Daydream Nation cimentaron su reputación, con hermanos como Swans, Lydia Lunch, Pussy Galore o Big Black, en locales y sellos del rubro (SST, Homestead, Sub Pop).
El noise fumiga la rigidez del concepto canción, lo arrasa con magmas de feedback y drones “arbitrados” por amplis descontrolados, cuando no atravesados, por guitarras preparadas o martilladas con arcos y objetos variopintos. Entre afinaciones groseras, ritmos convulsivos y una deletérea sensación de vértigo, genera una experiencia cercana a la performance, donde el oyente queda atrapado y “participado”. Pero si tal borbotón de abstracciones se desata en directo para “tocarlas” en toda su amplitud, no se oculta la dificultad de tener que volcar tal volumen en un estudio de grabación.
Aparecido en doble vinilo y CD simple, Dirty fue producido por Butch Vig y mezclado por Andy Wallace, los mismos técnicos del Nevermind de Nirvana. Vig se enfocó en los sonidos más que en los desarrollos, fortaleciendo el costado punk de la banda. “100%”, single de adelanto y trallazo de dos minutos y medio, principia el disco entre feedback apurando el magnetismo de la batería de Steve Shelley y del riff marcado por la guitarra de Thurston Moore, más el zumbido de la de Lee Ranaldo y el bajo de Kim Gordon. Esta vena de Thurston continúa en expresas patadas al conservadurismo como “Youth Against Fascism” (con Ian McKaye de Fugazi invitado a la guitarra) recuperando la adictiva rítmica Stooge, o en una línea más frontal todavía con “Purr” y la rauda miniatura hardcore “Nic Fit” (versión de Untouchables). Los temas de Kim Gordon suelen traer combustión y en Dirty son mayoría. La disonante “Swimsuit Issue” vuelve al parámetro básico y maquinal, reiterando impulsos y frecuencias, con un irresistible intermedio al ralentí jadeante. “Drunken Butterfly” es otro remedo torcido de Kim igual que “Orange Rolls, Angel’s Spit”, especimen hardcore invadido de formas, en el mejor sentido, rudimentarias. “Shoot”, con su insinuante línea de bajo, y las eléctricas amagando bajo la voz de Kim, se disipa en favor de unos sensuales latidos de batería.
“Theresa’s Sound World”, de nuevo con Thurston, puede ser el tema más característico de toda la placa, por la concentración instrumental expresionista, casi tribal, después de una melodía inquietante, crecientemente opresiva. “On The Strip” recuerda las atmósferas líquidas de Daydream Nation, como “Wish Fulfillment”, con Ranaldo a la voz, poseedora de una crudeza retro que contrasta con el resto de material. “JC” (dedicada a un amigo de la banda entonces recién asesinado) hace mella en la contusión a través de un ritmo monótono y un parlamento de Kim, casi rap, superpuesto a girones del ampli apenas salientes del desgarro emocional. Cerrando el disco, “Creme Brulée” ensaya con el “bajón eléctrico” que lucirá su siguiente disco: Experimental Jet Set, Trash And No Star (1994), con el que consiguieron lo que Kurt Cobain siempre deseó: deshacerse de fans provisorios, hechizados por la tendencia industrial.
El legado de Sonic Youth se extiende a una retahíla de bandas seminales de fin de siglo: Jesus & Mary Chain, My Bloody Valentine, Pixies, Royal Trux, Dinosaur Jr, Yo La Tengo, Boredoms, Slint, Mogwai, Sigur Rós, Diabologum o Godspeed You Black Emperor, bifurcándose además en etiquetas surgidas durante los años 90 (slowcore, shoegaze, post-rock). En la Argentina dejarían huella en los Soda Stereo de Dynamo (1992); en bandas como Suárez, Juana La Loca o El Otro Yo, y en la movida alrededor del Parakultural de San Telmo, el fanzine Petronilo 2,5 o el compilado indie Wave Of Kool Thing (1997).
–Dirty de Sonic Youth fue lanzado el 21 de julio de 1992.