Es un lugar común que los músicos de la escena mainstream anuncien, en algún momento de sus carreras, que sienten que están atravesando un nuevo comienzo en lo que respecta a su producción artística; también, que poco antes de algún lanzamiento discográfico o gira de conciertos, aseguren que lo que vendrá “no se parece a nada”. Y, por más que les pese (y a sus respectivos fanáticos), pocas veces los anuncios rimbombantes están a la altura de lo prometido. Sin embargo, hay un antecedente que con menos pompa y mucha más acción es la mayor excepción a la regla: hace 30 años Pantera lanzaba “Cowboys from hell” y sería el mojón ineludible del thrash metal de la década del ’90.
Podemos aventurar que hay dos características políticas y culturales fundamentales en el estado de Texas, en Estados Unidos: el conservadurismo del status quo y el consecuente endurecimiento frente a las reacciones diversas. Y, fiel a esa tradición, Pantera se dedicó durante la década del ’80 a producir materiales que reproducían el heavy metal clásico e incluso glam, extremadamente popular durante esos años. Así, mientras no lograba destacarse en comparación con otras agrupaciones, el grupo sacó al mercado “Metal magic”, “Projects in the jungle”, “I am the night” y “Power metal” entre 1983 y 1988. Pero, como buenos representantes de la compleja trama cultural texana, esta tendencia se iba a endurecer como nunca antes.
Luego de explorar estas corrientes del género y de tener diversos miembros en sus filas, Pantera se consolidó en sus fundadores, los hermanos Dimebag Darrell en guitarra y Vinnie Paul en batería, junto a Phil Anselmo en voz y Rex Brown en bajo. Estos músicos pergeñaron “Cowboys from hell”, publicado el 24 de julio de 1990, con el que tuvieron su refundación, que realmente fue un cambio de paradigma en su producción musical y no sólo los catapultó a la masividad, sino que también los posicionó como referentes ineludibles del thrash metal para todas las otras bandas que formaron parte del movimiento durante una década en la cual el grunge, el rap y el rock alternativo serían los géneros más característicos.
El arte de tapa de la placa muestra a los miembros del grupo en -cuando no- un salón del popularmente llamado “Lejano Oeste”, sólo habitado por apostadores, un cantinero dispuesto a proveer bebidas alcohólicas y cabezas de ciervo embalsamadas a modo de trofeos de caza. Pero lo realmente duro es el interior del disco: en menos de una hora y durante una docena de canciones, el cuarteto brinda una clase de perfecta contundencia musical, incluyendo dos clásicos del metal: el tema que abre el disco -de título homónimo- y “Cementery gates”. El trabajo se completa con una gran canción detrás de otra, sin dar respiro: “Primal concrete sledge”, “Psycho holiday”, “Heresy”, “Domination”, “Shattered”, “Clash with reality”, “Medicine man”, “Message in blood”, “The sleep” y “The art of shredding”.
El CD fue galardonado como Disco de Platino luego de vender más de un millón de copias, y fue el antecedente del icónico “Vulgar display of power”, lanzado dos años después y fortaleciendo el estatuto mítico de la banda, que continuó lanzando trabajos discográficos (“Far beyond driven”, “The great southern trendkill” y “Reinventing the steel”) hasta su disolución en 2003 a causa de conflictos irreconciliables entre Anselmo y el resto de la agrupación. Ante esto, los hermanos fundadores del grupo armaron una nueva banda, Damageplan, pero su suerte fue tan trágica como las historias que relatan en sus composiciones: durante un concierto que estaban brindando en Ohio en 2004, Dimebag fue asesinado a tiros por un fan, quien le disparó en seis ocasiones, dos de ella, en la cabeza. Vinnie, por su parte, falleció de un ataque al corazón en 2018.
El trágico desenlace de sus biografías personales, especialmente la del guitarrista, masificó aún más el legado de Pantera que, ante lo horrible de su final, renace constantemente gracias a un disco gestado por cuatro cowboys llegados desde el infierno hace 30 años.