No todos los discos que cumplen 25 años son recordados de manera especial por el público. Entre las excepciones está Portishead, el segundo álbum homónimo del trío oriundo de Bristol, Inglaterra, que conforman Beth Gibbons en voces, Geoff Barlow como multinstrumentista y productor, y Adrian Utley en las guitarras. Un disco que hizo del trip hop, los samples históricos, la melancolía y el existencialismo una mezcla innovadora y crucial para la música de comienzos de los años noventa.

Portishead fue lanzado en septiembre de 1997, con 11 canciones inolvidables. Es verdad que el grupo, del que prácticamente no hay noticias salvo por algunas apariciones esporádicas (como una reciente colaboración en un recital a beneficio de los niños víctimas de la guerra en Ucrania), es considerado hoy como uno de esos proyectos que lograron marcar un camino brillante, y con sólo tres discos de estudio. Ya con Dummy, su primer disco editado en 1994, el trío sentó las bases del trip-hop para las masas, algo hacía sentir cómoda a la banda, sobre todo porque ellos mismos se consideraban inclasificables.

Pero antes de hablar de Portishead es necesario remitirse a aquel debut. Dummy se lanzó el mismo año en que fueron publicados Definitely Maybe (Oasis), His and Hers (Pulp), Ill Communication (Beastie Boys), Superunknown (Soundgarden), Vitalogy (Pearl Jam), Parklife (Blur) y muchos otros tanques, pero la aparición del primer trabajo de los de Bristol fue algo inesperado. Viniendo de una compañía discográfica chica del Reino Unido (Go Beat), Portishead creó un disco sensible, melancólico y acompasado, que picó en punta en las consideraciones de la crítica. Con tracks como “Strange Times”, “Wandering Star”, “It´s a fire”, junto a los hoy clásicos “Sour Times”, “Roads” o “Glory Box” (donde la técnica del sampling rescataba al inmenso Isaac Hayes, uno de los pilares del soul norteamericano de la década del setenta), el trío paría un álbum decididamente singular, algo que muy pocas veces sucede en un debut.

Después de la gira con la que salieron a presentar a Dummy, la banda sencillamente desapareció, al punto de que no se supo nada de Gibbons, Barlow y Utley por años. Pero ellos estaban abocados a superar aquel primer y notable. O, al menos, en tratar de igualarlo, lo que ya era toda una misión. Pero al fin, tres años más tarde, en 1997 llegó Portishead, con algo más de una decena de tema que, en todo sentido, nadie esperaba.

Desde el primer momento la misma apertura del álbum, un aire aterrador de ciencia ficción Clase B deja bien en claro que el grupo se había guiado por otra brújula. Todo eso resalta desde cuando comienza “Cowboys”, donde lo sombrío, el scratching y las guitarras climáticas se apoderan de todo el ambiente. Esa apertura no es más que un anuncio primario, un aviso especial para los oyentes con el que se advierte que nada es igual que antes, y que en definitiva el maniquí (el dummy) construido en el pasado quedó para siempre sepultado.

En Portishead los climas que se pueden escuchar se lo llevan todo. La oscuridad, el terror y la insanía -tanto en letras como en instrumentaciones- son los ladrillos de una obra compleja, donde el uso del sampler está más marcado que en el pasado. Es por eso que un track como “Western Eyes” bien puede ser el ejemplo ideal del uso de esa técnica, aunque casi todo el resto de los temas se suben a esa manipulación tan bien lograda.

En ese contexto tan sensible, hasta el hit “All mine” (primer corte del álbum, que pone en duda la categoría de “hit” para lanzamiento iniciático de una nueva obra), se vuelve pura tensión y locura en beneficio de la canción. Con una voz que siempre viene desde lo profundo, casi construida a base de susurros, lo de Beth Gibbons hasta se torna delicadamente una tensión para el oyente en este nuevo período de la banda. Si en la ceremonia de escuchar el álbum nos detenemos en temas como “Over”, “Elysium” o “Humming”, entonces habrá que entender que ahí están las bisagras por las cuales este segundo disco de los de Bristol persiste tanto en el tiempo.

Definitivamente, meterse en estas canciones implica un esfuerzo, el de bucear de lleno en un concepto que todavía no es fácil de digerir. A 25 años de su lanzamiento, que se cumplirán este 29 de septiembre, el segundo disco de Portishead bien podría ser el soundtrack ideal para un oscuro film experimental, algo que muchos amarían que sucediese.