Un texto biográfico de Rodrigo Alejandro Bueno, conocido simplemente como “Rodrigo” –o por su particular apodo, “El Potro”– puede ser una tarea relativamente sencilla si se circunscribe a una sucesión de datos biográficos: fue un cuartetero que nació el 24 de mayo de 1973 en Córdoba y que, luego de tener experiencias como cantante infantil y juvenil, protagonizó una exitosísima carrera que en pocos años lo catapultó a la fama en Latinoamérica. Desgraciadamente, falleció prematuramente el 24 de junio del 2000, en un accidente automovilístico. Pero el fenómeno Rodrigo adquiere una dimensión mucho más amplia que la de un cantante famoso: en el legado del Potro conviven la magia de ser uno de los últimos ídolos populares surgidos de la música argentina y la tragedia, que terminó dándole dimensiones de mito.
Su debut discográfico tuvo lugar en 1987, con el lanzamiento de La foto de tu cuerpo, CD que fue sucedido por otros cuatro discos publicados con el sello Polygram Records. Luego de un infructuoso paso por Sony Music con Sabroso, Rodrigo se consolidó como artista de Magenta Discos, empresa mediante la cual publicó otros cinco trabajos, sumando un total de once.
A partir de su obra discográfica, pero sobre todo en sus impactantes presentaciones en vivo, Rodrigo se consolidó como un nuevo referente del cuarteto cordobés: mientras que el histórico Juan Carlos Jiménez Rufino, más conocido como “La Mona”, continuaba cimentando las bases del género en su provincia y demostrando que –efectivamente– se puede ser profeta en tierra propia. El Potro, por su parte, extendió los límites del género mucho más allá, y no sólo en términos geográficos: con su carisma y seducción, además de un constante coqueteo con el starsystem de la época menemista, Rodrigo rompió las fronteras del espacio pero también las de clase: con él los sectores económicamente acomodados abrazaron al cuarteto, algo que las franjas populares habían hecho desde siempre.
El 8 de diciembre de 1999 salió a la venta A 2000, su último CD publicado en vida (luego sería el turno de La mano de Dios, editado póstumamente, dedicado a la gesta deportiva del ídolo más popular, Diego Armando Maradona). Desde allí, la carrera de Rodrigo aceleró su constante ascenso, pero se tornó cada vez más descontrolada: luego de cuatro conciertos sold out en el Teatro Astral de la Avenida Corrientes, partió hacia la Costa Atlántica en donde brindó 49 shows en tan solo 9 días; uno de ellos, ante más 100 mil personas en Mar del Plata. De vuelta en Buenos Aires, brindó 13 conciertos durante 13 días consecutivos en el Luna Park, todos con entradas agotadas. Hoy en día, esta dinámica no resiste análisis: la ferocidad del mercado musical exprimió al máximo a Rodrigo, que tan sólo tenía 27 años.
Aquella madrugada del 24 de junio de 2000, cansado, al volante, con mucha gente en su vehículo y después de trabajar, Rodrigo sufrió un accidente mientras se dirigía desde La Plata hasta la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y murió al instante en la autopista que une ambas capitales, a la altura de Berazategui, localidad del Conurbano Bonaerense que representa a todas esas ciudades repletas de jóvenes trabajadores que encuentran en sus letras y ritmos una razón para celebrar cada vez que se apagan las luces y se encuentran en las pistas. Es en ese distrito donde se erige el monumento que aún lo recuerda.
Todos los géneros musicales populares argentinos tienen a sus santos patronos, artistas fabulosos que murieron jóvenes o no tanto, pero siempre fieles a sus respectivos estilos, ideales y, sobre todo, identidades. Abrazadas por seguidores quienes dejaron de peregrinar a sus conciertos y pasaron a prenderles velas, erguir memoriales, colgarse rosarios con su rostros o tatuárselos. Pero no sucede con todos los músicos excelentes, el nacimiento de un ídolo popular y un mito exige llegada, pero muchos otros elementos también, algunos de ellos difíciles de dilucidar.
El legado de El Potro sigue vivo principalmente en sus canciones. Los temas que versan sobre la consumación de amores imposibles, la reafirmación identitaria del campo popular y la defensa de la alegría como forma de vida. Y no son panfletos vacíos de sentido, sino que rebozan de vitalidad en los cuerpos transpirados y danzantes de sus fieles, quienes sostienen su liturgia en cada pista de baile mientras se miran a los ojos y, en su reflejo, perciben a un Potro que sigue galopando al compás del cuarteto cordobés. «